Raúl Mendoza Cánepa

Un antimodelo para la educación

Un antimodelo para la educación
Raúl Mendoza Cánepa
07 de noviembre del 2016

Logros y fracasos del hombre más inteligente del siglo XX

Grandes son los retos de la educación, y uno de ellos es empatar el talento con el éxito ¿Sabía usted que el más grande genio sobre la Tierra (encima de Einstein o Planck) se llamaba William James Sidis (Nueva York, 1898-1944)? ¿Ha oído hablar de él? Lo más probable es que nunca haya escuchado ese nombre porque no descubrió ninguna ley ni aportó ninguna teoría del universo ni una filosofía, nada en lo absoluto. Con “el más alto coeficiente intelectual en la historia”, nunca escribió un gran libro ni se inmortalizó por una gesta intelectual o cristalizó una fecunda carrera política. Fue solo una fugacidad imperceptible que se consumió en sus propias llamas. James pasó por la historia inmerecida y patéticamente, desapercibido.

Sabe usted de Isaac Newton, de William Shakespeare, de Miguel de Cervantes de Albert Einstein o Stephen Hawking. Entonces ¿por qué es la primera vez que escucha de este sabio que superaba intelectualmente, y lejos, a todos los que acabamos de mencionar? El tema es que James poseía un cociente intelectual de 300. A los dieciocho meses de edad leía el New York Times. A los ocho años dominaba ocho idiomas (latín, griego, francés, ruso, alemán, hebreo, turco y armenio). Pero James fue más allá de lo previsto e hizo lo que nadie había hecho mejor: inventó un idioma al que bautizó como Vendergood, un extraordinario código del que probablemente tampoco usted haya escuchado o leído en ninguna cronología de avances y descubrimientos.

El niño prometía y se hizo de una lumbre de sueños. Escribió cuatro libros de anatomía y astronomía antes de cumplir los ocho años de edad; cuando los niños están concluyendo la primaria, James fue admitido en el Massachusetts Institute of Technology. Fue luego experto en Matemáticas Aplicadas y llegó con honores a Harvard. Fue Cum Laude, el primero entre todos y el más precoz de los ingresantes. No contento con una carrera, a los dieciséis se graduó en Derecho.

James no desarrolló su descomunal potencial porque era sustantivamente insociable y estaba alejado de la élite intelectual. Decidió recluirse y no interactuar. Aislado, huraño, huidizo, se mantuvo distante del entorno social que podía encaramarlo hacia la cima, pues si no ha reparado, el éxito en cualquier plano nos lo conceden los demás a través de su aprobación o de su aquiescencia.

Además, James abordó todos los temas y pasaba de una materia a otra sin centrarse en una sola, sin dedicarse por completo a una causa intelectual o a una actividad relevante. Publicó libros con seudónimo que, con seguridad, usted no conoce. De un libro de física pasaba a escribir uno de historia, sin el menor interés por posicionarse en una disciplina o por dejar un legado trascendente y transgeneracional; una escuela, una biografía.

James, se sabe, no solo estuvo alejado y espantado de la gloria que la vida social le hubiera permitido sino que, además y según registros de su biografía, tampoco fue un hombre feliz y satisfecho con su existencia y su contexto vital. Inteligencia social y emocional en el llano, a tenor de las nuevas teorías del intelecto (Gardner) y sus alcances. Personalidades de bastante menor talento lograron mucho más que James y hoy son parte de la gran historia. A este atribulado genio le sobraron conexiones neuronales, pero le faltaron aquellas conexiones precisas que sirven a las pequeñas y grandes victorias, la clave del ascenso y la inmortalidad.

William James Sidis debería ser uno de esos varios casos que abran un debate sobre el impacto de la educación, las potencialidades desperdiciadas y las claves que determinan el éxito o el fracaso en el desempeño de una profesión o la lucha por una causa científica, política, cultural o social. La inteligencia puede tener la textura del viento o ser una poderosa herramienta del éxito individual y social. En poco depende de su propia sustancia y dimensión.

 

Raúl Mendoza Cánepa

 
Raúl Mendoza Cánepa
07 de noviembre del 2016

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