Jorge Valenzuela
Un año de soledad
A un año de la muerte de Gabriel García Márquez
Uno de los desafíos que se planteó Gabriel García Márquez al momento de escribir Cien años de soledad fue el de destruir la línea de demarcación que separaba lo que parecía real de lo que parecía fantástico o, en un sentido más amplio, cuestionar los límites que, en el mundo de los otros, pero no en el mundo familiar que lo rodeaba, oponían a la realidad y la ficción como dos campos excluyentes. Este desafío, que se encuentra en la base de su poética, constituye, como en las grandes novelas como El Quijote, el modo en que desde la literatura nos confrontamos con la naturaleza de la ficción y sus poderes, modo que finalmente nos permite corroborar, como sucede en la ciencia, que esos límites no existen y que más nos convendría, en todo caso y en todos los órdenes de la vida, hacerlos más flexibles y asumirlos como parte esencial del proyecto de construcción de lo que, a falta de otra palabra, entendemos como “humano”.
Con el realismo mágico García Márquez contribuyó a relajar, por un lado, y a ampliar, de otro, nuestra concepción de la realidad transformando aquello que normalmente observamos como un prodigio o maravilla, en algo perteneciente al mundo de lo cotidiano, naturalizando, de ese modo, nuestra angustiada experiencia de lo insólito y hasta lo desconocido. Lejos de la perturbación, el miedo o la duda de la literatura fantástica y más lejos aún de su racionalizada y fría manera de observar la realidad, el realismo mágico, en manos del autor de La hojarasca, nos introduce por la vía del humor en un mundo en donde conviven todos los niveles de lo real imaginario y en que, por ello, todo es posible a condición de creer, de aceptar, por ejemplo, que las personas pueden levitar o, los niños producto de relaciones incestuosas, nacer con una colita de cerdo.
Otro de los recursos que posibilita este prodigio narrativo es la hipérbole, empleada por el autor en múltiples situaciones narrativas. Tenemos a este recurso funcionado en la construcción de personajes desmesurados, como en la narración de acciones, a través del filtro de la descripción. Es a través de este recurso, utilizado espléndidamente en las novelas de caballerías, que el autor logra hermanar lo humano con lo sobrehumano, lo ordinario con lo extraordinario y conseguir ese perfecto equilibrio que hace de su más grande novela, un milagro de la imaginación.
Pero el realismo de García Márquez es mágico, sobre todo, porque produce un encantamiento de la mente a través de la palabra, a través de su feliz y armoniosa convocatoria que logra revertir el imperio de las leyes naturales dentro de las cuales nos encontramos aprisionados. Su realismo, por ello, supone un acto de libertad que implica un acto de contestación a cualquier instancia de poder que tenga como aliado a la razón no consciente de sus límites o a la fuerza en sus más siniestras manifestaciones. Gracias a este tipo de realismo somos un poco más libres.
Al postular un tiempo cíclico como la dimensión de la temporalidad en la que se sucederán los hechos, como ocurre en Cien años de soledad, el realismo mágico se enfrenta al discurso progresivo y racional de la historia para operar en ella e instalar el mito, a partir de cual buscará ahondar en la dimensión de lo latinoamericano y por ende, de lo universal. Gracias a la mitologización de la vida, realizada en la novela, es posible entender el fracaso de una familia, como la de los Buendía, hundida en la violencia de un patriarcado resistente a modernizarse y, por ello, condenada a cien años de soledad.
Para cerrar esta nota solo diré que este año transcurrido desde tu muerte, ha sido un año de soledad en el que, querido Gabriel, nos has hecho una falta sin fondo, parafraseando a Vallejo. Aunque la burocracia de los Estados empiecen a canonizarte o a sacralizarte y tu rostro feliz empiece a salir en los infames billetes que causan la muerte, para mí seguirás siendo el autor de ese cuento memorable, “La siesta del martes”, cuya lectura, en medio de la frustración y la desesperanza, me devolvió a la vida.
Gracias por ello, maestro.
Por Jorge Valenzuela
15 - Abr - 2015
COMENTARIOS