Carlos Adrianzén
Ubicándonos en el planeta
Crecemos menos porque invertimos menos
Ubicarse es una tarea básica. Resulta suicida diagnosticar en materia de una estrategia de crecimiento nacional sin tener una idea precisa de donde estamos ubicados. Estas líneas se sitúan bajo esta perspectiva. Puntualmente, en la tarea de identificar cómo evoluciona la actividad económica en el planeta, la región y el país. Sí estimado lector, nuestro país forma parte de una región –Latinoamérica y El Caribe (LAC)– a la que podríamos etiquetar –metafóricamente– como el flojo de la clase.
Contrariamente a lo que usualmente se escribe o repite, la economía mundial habría ingresado a una fase de crecimiento mediocre (ver Figura de Barras horizontales o Detalles Globales 1).
- Para darles una idea cuantitativa de lo que implica un crecimiento anual, sostenido al 2%, en términos per cápita (valor sobre el que fluctúa la producción global por habitante desde 1980) hagamos el siguiente ejercicio.
- Asumamos un crecimiento per cápita estable al 2% para el planeta y preguntémonos en cuantos años el promedio mundial alcanzaría el producto per cápita de los países de la OCDE (si estos creciesen a un ritmo por habitante de solo 1%). Y la respuesta es 127 años, ceteris paribus. Fluctuaciones y casos específicos aparte, el crecimiento mundial del último medio siglo puede ser propiamente calificado como mediocre.
- La mayor parte de los reportes que le dibujen un horizonte económico mundial auspicioso sin cambios sustantivos están asumiendo quebrar una tendencia longeva sin mayor explicación.
Quienes aspiren a desarrollarse económicamente –alcanzar los estándares de vida de naciones desarrolladas– deben enfocarse en captar flujos de inversión privada y extranjera sin precedente reciente (mucho más altos que los registrados en las naciones de Asia-Pacífico. Ese es el reto concreto.
La siguiente figura nos recuerda que esta deplorable situación tiene antecedentes que no han formado parte de las discusiones regionales por décadas (ver el segundo detalle). Hemos venido, década tras década, perdiendo la senda del Desarrollo Económico. LAC ha pasado a ser una región de países promedio, cada año más distante del mundo desarrollado. Referencialmente, vale la pena ponderar que el PBI de un solo país asiático –China– ha superado el de toda la región. Solo como referencia, merece destacarse que, en dólares constantes, durante las últimas cinco décadas, el Perú registró un producto por persona recurrentemente inferior tanto al promedio de la región cuanto al promedio global. Ese es el oscuro Perú actual.
La tercera figura de este artículo profundiza un detalle clave. Contrasta que nuestro clima inversor espanta. Que a lo largo de la última década –mientras nos encandilábamos con la etiqueta de emergentes– con reformas de mercado incompletas, interrumpidas o revertidas, invertimos mucho menos que el promedio global. Y nótelo: LAC pasó de emerger menos… a sumergirse, en el último quinquenio.
Comprendo que leer esto, después de toda la retórica económica asociada al resurgimiento de la región le puede parecer disonante. Pero un puñado de golondrinas no hizo un verano.
Si calibramos la discusión respecto a la capacidad regional de atraer Inversión Extranjera Directa (IED), –esa variable que quiebra las Barreras para ser Ricos de las que escribían Prescott y Parente (2002)– la cosa queda más clara. Crecemos mucho menos, porque invertimos menos gracias a las barreras monopolísticas (que por ideología socialista y/o mercantilista) el común de los gobiernos latinoamericanos aplicó con una consistencia indeseable.
En estos planos es difícil esconder la realidad. Pero mucho más… digerirla. Sin lógica y con datos deteriorados no habrá mejoras. Por ello, además de enfocar donde estamos, es importante recordar quienes somos. El nuestro es un país relativamente pequeño (su producción anualmente equivale al 0.2% del Producto Bruto Interno mundial).
Buenas o malas noticias económicas del exterior siempre nos han distraído de la tarea de entender que –siendo tan pequeños– el techo para desarrollarnos comerciando o captando inversiones del exterior implica márgenes casi ilimitados (al menos para un par de generaciones). Sin embargo, en la región y en nuestro país consideramos –infundadamente– que las crisis globales y/o el comportamiento de los precios globales de los bienes y servicios que comerciamos, determinan nuestra suerte. Que somos algo así como naciones minusválidas y que los que nos salvaría, nos esquilma. Galeano y toneladas de activistas latinoamericanos han hecho un trabajo de marketing efectivo, pero han hecho mucho daño, idiosincráticamente.
Desde que existimos como repúblicas, los latinoamericanos hemos optado por una visión miope y pasiva de nuestro rol en la economía global. Repetimos la ilusión de que ya somos ricos y hasta existe un organismo multilateral (PNUD) que nos cuenta que tenemos un desarrollo alto o muy alto.
Con esta desproporcionada visión de donde estamos económicamente, no sembramos (léase invertimos), ni aspiramos a más (léase, recurrentemente postergamos los ajustes requeridos). Nada sorprendentemente… fracasamos.
Bajo esta perspectiva, resulta lógico que casi siempre nos comparemos con otras plazas de la región. La autocomplacencia nos lleva a concluir que –teniendo un ingreso nacional que bordea el décimo del similar de una nación desarrollada (los EE. UU. por ejemplo)– solo nos miremos al ombligo. Que se declare que el sol peruano tiene una gran fortaleza (solo en comparación con la caótica moneda argentina); o que se destaque nuestra solvencia fiscal (solo en comparación a plazas paria –como Venezuela, Nicaragua o Bolivia–); y que hasta el mes pasado el Perú persistía creciendo (mientras el grueso de Latinoamérica decrecía).
Mientras persistamos abrazando estas creencias nada cambiará. Téngalo por seguro. Nuestra suerte siempre ha estado en nuestras manos.
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