Cecilia Bákula
Tolerancia cero
Han fallado quienes tenían la responsabilidad de conducir al país
Esa frase que se convirtió en un estribillo de campaña política, en un supuesto compromiso con los valores éticos y en un ofrecimiento de una conducta en beneficio de las grandes mayorías, se transforma ahora en una sorda burla;no solo a los ciudadanos como individuos, sino también a la honorabilidad de la nación.
Adicionalmente, se ha impregnado en la colectividad la conciencia clarísima de que en todos estos años, los últimos 10 años de manera especial, hemos convivido con la corrupción y la hemos tolerado sin darnos cuenta de que la anuencia era igual de grave y que nos ha llevado a un estado de anomia moral gravísimo. Hemos tenido una conducta culposa que ahora nos enfrenta a la cruda realidad de ver a nuestro querido Perú, en el momento de poder conmemorar su bicentenario fundacional, como un Estado altamente corrupto y severamente atrofiado en el camino al desarrollo. Con una sociedad tan duramente venida a menos que en ella el relativismo se ha asentado con firmeza y nos está costando distinguir el bien del mal, lo bueno de lo malo, lo justo de lo perverso, lo legal de lo equivocado. Y en ese universo, la corrupción gana terreno y llega a parecer tan habitual que, inclusive, se convierte en una cifra que se incluye en los presupuestos...
No obstante que de muchas maneras todos hemos sido complacientes con la corrupción, en este momento los actos de podredumbre institucional en muchos organismos del Estado, la inmoralidad que vemos día a día toca ya no una entelequia, como podría ser el Estado, sino que se enfrenta a ser la causa de miles de muertes. Es decir, que la corrupción nos roba vida, nos roba futuro y nos enfrenta a terribles padecimiento del cuerpo y el alma.
Y ante ese drama que viven muchísimas familias de conciudadanos, solo reciben como respuesta a su dolor una grosera lenidad que hace que la justicia, al no llegar nunca, sea todo menos justa. Y como no hay cabeza visible que se haga responsable, pues los responsables la hunden como las avestruces, el pueblo empieza a sentir que una rabia dormida se despierta en el corazón de tantos marginados, tantos postergados. En cada uno que va a una posta y no encuentra atención, en cada uno que clama oxígeno, en cada paciente que muere en soledad absoluta, en cada profesional de la salud que se siente desbordado por la incapacidad para cumplir su deber con suficientes herramientas, en cada policía a la que se le denigra y no se le respeta, en cada ciudadano que ve la quiebra económica como lo único de lo que tiene seguridad. Hambre, muerte, desesperanza y mal gobierno son insumos peligrosos para la sociedad.
Vivimos en una situación en la que se germina una explosión, pues se ha despertado en la colectividad una sensibilidad que no conocíamos. y una incapacidad para tolerar más esa “tolerancia cero” cuando vemos, de manera palpable, el costo que tiene la corrupción. No quiero decir que en años anteriores en nuestra historia no haya habido casos tremendos de corrupción, que inclusive nos llevaron a la desgracia de las consecuencias de la guerra. Pero lo que vivimos ahora no solo es más grave sino que lo sabemos. Los “destapes” diarios van exacerbando a la población. Y además de eso, le hacen perder fe en las formas de ordenamiento social, político y económico. No es que hayan fallado, sino que han delinquido y las han hecho fallar quienes tenían la responsabilidad de conducir al país.
Ante este panorama, hay que emerger con la madurez que corresponde a una situación de crisis y descubrir a aquellas personas capaces de tomar las riendas de esta nave que está a punto de zozobrar. Es necesario, indispensable, urgente, acabar con el desenfreno moral y ético en el que estamos atrapados. Desterrar el irrespeto a la ley, el abuso, la injusticia y detener esta pendiente de frustración que nos envuelve.
Lograrlo no será fácil y requiere de tiempo, fe, paciencia y esperanza, virtudes que hay que redescubrir y poner nuevamente de moda. Porque la “modernidad” nos ha hecho creer que el relativismo puede llevar a un país a un buen destino. Falso, muy falso. Requerimos retomar los valores ancestrales: no mentir, no robar, no ser ocioso. Y encontrar en nuestras propias fuentes, esos ríos de fuerza que aún quedan.
Que debe haber castigo, ¡claro que sí y ejemplar! Pero castigo por justicia y no por revancha. El gobierno de turno, en los pocos meses que le quedan, debería ser capaz de sacar de sus entrañas la mayor fuerza que pueda para desterrar, por ejemplo, la pasividad, la lentitud y la indiferencia. Eso pasa no solo porque haya oxígeno y vacunas, sino por enfrentar esta crisis asumiendo lo que le toca, lo que le golpea, de lo que es responsable. Y ayudar a los peruanos a que encuentren una luz de esperanza que no es solo material, no solo de salud, sino una luz que debe hacer brillar algo de moralidad, legalidad, justicia y honestidad.
No queda duda de que la honorabilidad del Perú está mellada. Y se recuperará solo con educación en valores y con el ejemplo de quienes son autoridades para que la imagen que mostremos al mundo sea la del ave Fénix que remonta el vuelo con dignidad.
Entiendo que ese enunciado parece una visión de algún cuento de hadas. Pero no dudo que en situaciones apocalípticas, como la que vivimos, debe y puede asomar una voz líder que ofrezca pautas a manera de gran hoja de ruta para que, con la voluntad y con sacrificio colectivo, salgamos de este socavón hacia el averno, para catapultarnos a un mañana mejor para todos.
El peruano es capaz de resistir mucha presión, mucho dolor. Pero lo que se desborda no es aguantar el dolor, es la impotencia, es la rabia, es la oscuridad que genera terror hacia el mañana. Urge, pues, ser muy sensatos al momento de elegir. Podría darse el caso de que por el bien colectivo, por ese mañana que ansiamos, debamos votar no por el que las encuestas dicen sino por quien puede ser capaz de asumir el rol de capitán, y estar dispuesto a dar la vida y dejar la piel por amor responsable hacia el país.
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