Dante Bobadilla
Tiernas amenazas a la libertad
Llenar las calles con activistas de parroquia no basta para retornar a la Edad Media
Hace poco la Iglesia católica y otras iglesias y sectas cristianas convocaron a sus fieles para tomar las avenidas en defensa de una causa de fe disfrazada como “vida”. El intimidante comunicado oficial publicado al final dice, en pocas palabras, que en vista de que los cristianos son mayoría, el Estado debe claudicar de cualquier intento de racionalidad modernista y adoptar los preceptos de la iglesia como marco legal. El mensaje es: somos mayoría, ergo tenemos la verdad. Y confrontan con el dilema simplón: “¿Apoyas la vida o la muerte?”.
No sé si llenar las avenidas con niños, adolescentes, monjas, activistas de parroquia y practicantes de cultos sea suficiente para que el Estado declare el retorno a la Edad Media. Seguro que luego seguiría una guerra entre sectas religiosas, como la que desangra hoy al Medio Oriente, o Europa antes del Estado laico. Estamos entre progresistas y regresistas que se disputan las calles y el control del Estado para sus propias causas ideológicas.
Tomar el Estado para imponer sus doctrinas político-religiosas y su moral social mediante la coerción es el sueño de la izquierda marxista y de la derecha cristiana. A ninguno de ellos les interesa un comino la libertad de los ciudadanos, ni su capacidad de decisión, ni sus derechos básicos como sujetos. La doctrina y el dogma están por encima de todo. Pierden de vista al individuo por sus visiones colectivistas. La libertad es un estorbo para sus fines de ingeniería social y una traba para la construcción del paraíso terrenal según sus textos sagrados.
No veo mayor diferencia entre la izquierda marxista y la derecha cristiana. Son dos extremos de inclinación totalitaria, con diferentes libros y doctrinas, tratando de imponerse con métodos muy similares: intimidación de grupo, evocación de valores abstrusos y defensa de supuestos derechos que no pasan de ser meras entelequias, quimeras ideológicas o pretextos cursis.
Hemos cambiado el debate por las marchas, el argumento por las masas, la verdad por el mito. Manipulan la realidad grotescamente. Hablan de “inocente niño” en vez de embrión. Llegan a la desfachatez de involucrar a la ciencia para confundir un ADN con un DNI y proclamar “derechos” de un no nacido. Pretenden obligar a las niñas violadas a convertirse en madres porque su voluntad y destino personal no cuentan para ellos, sino el dogma de “la vida”.
No es nueva la estrategia de enredar los temas con subterfugios, complejizar el debate con ideales abstrusos e inventados para la ocasión, e invocar supuestos derechos o valores superiores para perseguir el mismo fin: imponer una doctrina suprimiendo la libertad de las personas y aniquilando su capacidad de decisión. Es el Estado o la Iglesia quien decide qué es lo mejor para cada uno, en función de sus fines supremos o de los mandatos divinos.
Lo cierto es que no importa si alguien o toda una masa están a favor o en contra del aborto. Eso es absolutamente irrelevante. Lo único que importa es dejar la decisión a quien le compete realmente, y no son ni la Iglesia, ni el Estado ni mucho menos las masas histéricas.
Lo peor de toda esta estéril discusión, con sus aspavientos callejeros y poses de moral teológica, es que al final sirve de poco. Nadie puede ir en contra de la realidad, ni eliminar la libertad del sujeto, ni la capacidad de las personas para decidir lo mejor para sí mismas y por sí mismas. Todos los intentos por cohibir la libertad con finos argumentos ideológicos y poses morales están destinados al fracaso, aunque nos amenacen con cárcel o el fuego eterno.
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