Dante Bobadilla

Terremoto en El Vaticano

El Papa Francisco respalda la unión civil de homosexuales

Terremoto en El Vaticano
Dante Bobadilla
21 de octubre del 2020


Como para escapar de la modorra de la política peruana, con sus vaivenes entre la vacancia y la resignación, y la insólita tolerancia a la corrupción cuando el implicado es alguien que rinde cuentas a los dueños de la moral en el Perú, hoy los medios internacionales nos han sorprendido con la noticia de que el Papa Francisco respalda la unión civil de homosexuales. Un hecho que ha provocado profundo malestar en los sectores más recalcitrantes de la derecha confesional, cuyo activismo precisamente gira –en una de sus dos causas– alrededor del rechazo a estas uniones.

La verdad es que no entiendo por qué hay tanto alboroto. El Papa no ha blasfemado ni ha cambiado un ápice su doctrina. La unión civil es una ley de los estados laicos en donde la Iglesia nada tiene que ver ni decir. Puede opinar, pero hasta allí llega su intervención. Y el Papa ha opinado. Y lo ha hecho bien, además, apoyando a seres humanos que –debido a su condición– están impedidos de formar una familia a su manera, porque los prejuicios de una adormecida cucufatería se los impide. Está claro que nadie habla de matrimonio, ya que esta es una muy antigua institución social vinculada a rituales religiosos, los cuales preceden con mucho a la creación de los estados modernos y sus leyes civiles, muchas de las cuales han formalizado esos rituales, pero que no tienen por qué permanecer vinculados, ni mucho menos dependientes de las visiones de una religión dominante.

El matrimonio como institución social y religiosa es la unión entre un hombre y una mujer para que puedan convivir con el consentimiento social y procrear una familia. Visto así, la unión civil de dos homosexuales no tiene mucha relación con el matrimonio, pero nadie dice que sean lo mismo. Es otro tipo de unión entre dos personas adultas y libres que desean convivir. ¿Cuál es el problema?

Claro que en estos tiempos hay muchas uniones que no esperan el consentimiento social ni apelan a la ley para realizarse como familias o parejas. Pero tarde o temprano pagan las consecuencias de la informalidad, en un mundo en el que las sociedades civilizadas se desenvuelven regidas por leyes. De manera que si queremos vivir en una sociedad ordenada y civilizada, deberíamos aspirar a estar siempre regidos por una ley que garantice nuestros actos y proteja nuestros proyectos. Es así de simple. Desde luego que no podemos pretender negarle este derecho o posibilidad, llámenlo como quieran, a un grupo amplio de seres humanos, porque no nos caen bien.

Hay quienes rechazan toda intervención del Estado en asuntos privados, incluyendo el matrimonio, pero esas son posturas radicales, caprichosas y hasta muy infantiles. El Estado de derecho es una conquista de la civilización, y no tiene ningún sentido atacarla. A lo que debemos oponernos es al uso del Estado para pretender diseñar una sociedad con determinados valores impuestos por norma. Hasta allí no puede llegar el uso de la ley, porque eso es atropellar a la sociedad y las libertades de las personas, que no tienen por qué comulgar con los valores de un régimen. No se pueden imponer valores. El Estado debe respetar a la sociedad con sus valores, tradiciones, creencias y costumbres. 

Admitir la unión civil de homosexuales no transgrede las libertades, ya que no es obligatoria. Es una manera de que los homosexuales –al igual que los heterosexuales– tengan las garantías de ley y que su unión sea reconocida por el Estado, con todas las implicancias que correspondan. ¿Por qué puede alguien oponerse a algo tan elemental? Por puro prejuicio. Por una mala prédica de curas y pastores que han pretendido regir la sexualidad humana por lo que asumen que es “la voluntad de Dios”. Una voluntad que creen descubrir en determinados versículos bíblicos escritos hace tres mil años, cuando nadie entendían lo que era la menstruación ni la homosexualidad ni la psicosis.

Esperemos pues que este esclarecimiento papal sirva para desmontar una de las dos causas favoritas de nuestra derecha confesional. El reconocimiento de la unión civil de homosexuales no es ningún ataque a la familia, no es legalizar la perversión ni darle cabida al diablo. Tampoco es ser “progresista” o “liberprogre”. Tan solo es dar un paso más hacia una sociedad más justa y ordenada. Pero, sobre todo, es quitarle una bandera de lucha a la izquierda.

Dante Bobadilla
21 de octubre del 2020

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