Eduardo Zapata
Subversión, historia y mito
Obras literarias que hacen una épica del terrorismo
Leo una crítica literaria reciente. Y allí aparecen las consabidas y políticamente correctas expresiones “violencia política”, “conflicto armado interno”, “mapa ficcional del conflicto”, “guerra interna” y “tiempo… hollado por la brutalidad de Sendero y del Estado”. Si Sendero Luminoso y la violencia subversiva terrorista desatada por ellos en los noventas abortó cuando ellos creyeron que había llegado el momento del “equilibrio estratégico” —ilusamente dictado por el catecismo marxista—, y a pesar de la derrota militar, aquel equilibrio estratégico parece querer perpetuarse en un equilibrio estratégico ideológico que subyace hasta nuestros días.
Si la violencia de la subversión terrorista desatada en 1980 por Sendero Luminoso tuvo un anticlímax el 12 de setiembre de 1992, la violencia narrativa desatada a partir del año 2000 parece no tiene cuándo acabar. Talentosos y no tan talentosos escritores, cineastas y hombres de teatro han urdido narrativas sobre los hechos provocados por Sendero Luminoso y el MRTA. Estas narrativas muestran casi siempre dramas sesgados, pretextando tiernos amores en tiempos de la subversión, rememorando momentos que —al parecer— constituyen productos comercialmente atractivos para algunos sectores. Factibles aun de merecer algún premio de la desinformada y desprevenida crítica internacional.
La historia es ciencia escribal. Y los hechos objetivos están allí. Resulta, entonces, por lo menos curioso que personajes supuestamente adscritos a la ciencia, a la historia y a la cultura hayan reemplazado la historia por el mito conveniente a sus intereses.
Cierto es que los tiempos electronales vuelven a favorecer el mito. Cierto es que el debilitamiento de la memoria de largo plazo y las legítimas aspiraciones de todos a un mundo de justicia favorecen mitologías contemporáneas. Pero para los hombres de cultura —que dicen creer en el poder de la historia—- resulta perverso que la subversión terrorista se convierta en una mitología hasta épica, en la que el terrorista insano deviene en una suerte de justiciero que —si bien incurrió en el terror— vio truncados sus ideales por el “terrorismo de Estado”.
No olvidar es ciertamente importante. Pretender no olvidar con sesgos crematísticos o ideológicos es perverso. Porque no solo accedemos al mito que todo lo puede justificar, sino que ello nos puede hacer perder de vista la verdad del horror. Los primeros planos de las obras de ficción convertidas en mitología y rememoranzas de lucha por una supuesta justicia ensombrecen la naturaleza del problema. Y alientan un pasadismo que la mayoría de los peruanos —y pienso en los más pobres— no desean para ellos ni para sus hijos.
Eduardo E. Zapata Saldaña
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