Jorge Morelli

“Solo nos queda la calle”, dijo la oposición

Negociar no es un deshonor, es un mandato y un deber

“Solo nos queda la calle”, dijo la oposición
Jorge Morelli
09 de marzo del 2022


Aparentemente, el entorno de Pedro Castillo tortura al mandatario con el fantasma de la “humalización”. A saber, que sería para él una vergüenza y un deshonor repetir la “hoja de ruta” de Ollanta Humala que, en esa versión interesada, es una especie de traición a los ideales de izquierda para abrazar el culto satánico del neoliberalismo.

Esa acusación, sin embargo, no es sino una mala lectura de los hechos de la historia política latinoamericana, en la que son muchos los casos en que esa transición ha estado llena del mérito de gobernantes que, a mucha honra y con sacrificio, hicieron ese camino por el bien de sus pueblos. Humala no es sino uno más –y ciertamente no el paradigma– de la larga lista de mandatarios que, en el trance de colisión de sus ideología con la realidad, tuvieron la valentía y la honradez de dejarlos de lado para elegir lo que mejor convenía al país que se le había encomendado gobernar.

Los nombres de ilustres presidentes que llegaron al poder con un programa de izquierda radical pero tuvieron la lucidez de deshacer en una segunda oportunidad los errores monumentales cometidos en la primera incluyen, por ejemplo, al presidente boliviano Víctor Paz Estenssoro, quien en su segundo gobierno deshizo los males causados en el primero. Nada menos que al propio Alan García el pueblo peruano le concedió generosamente la oportunidad de hacer lo mismo, y lo hizo.

Y están también aquellos otros que, sin necesidad de ensayar el error, no bien conocieron las circunstancias reales en que les había tocado en suerte gobernar, moderaron o incluso desecharon su programa inicial; y comprendieron, por la sola fuerza de la lucidez, que los hechos obligaban a esa transición en el curso de semanas o meses. Y lo hicieron sin traicionar sus convicciones primeras. Destaca en el Perú entre todos ellos especialmente el nombre de Alberto Fujimori.

En ese mismo camino ha llegado para Pedro Castillo la hora de tomar la decisión política de su vida. La misma que tomaron los estadistas que en su hora crucial se negaron a ser una triste anécdota más en la historia de su país, que es la de quienes nunca aprendieron a gobernar por no querer negociar, incluso si el pueblo les entregó un poder dividido entre el gobierno y la oposición. Negociar no es un deshonor, es un mandato y un deber cuando el pueblo vota así.

Por lo mismo, ha llegado también la hora de que la oposición comprenda lo que le toca en este momento. Luego de renunciar democráticamente a los llamados de algunos que en la primera hora hablaban de tocar las puertas de los cuarteles, la oposición ha empleado un año entero en agudizar –casi siempre con razón– el conflicto de poderes para intentar, por enésima vez, la vacancia de la Presidencia sin haber alcanzado antes los votos del Congreso para conseguirlo. Al comprender ahora, al fin, que ese camino ya es prácticamente inviable, algunos han lanzado un grito de batalla desesperado, ya fuera de la democracia, la ley y el Estado de Derecho: “solo nos queda la calle”.

Y la calle tuvo su oportunidad una vez más en la última marcha que meritoriamente ha contenido a lo largo de este año los avances de los sectores extremistas en el gobierno. Esas marchas deben continuar, pero no en el objetivo de conseguir la vacancia por la vía de los hechos consumados, prolegómeno de la guerra civil a la que nos dirigimos ciegamente por ese camino.

Hoy, las últimas marchas convocadas tanto para forzar la vacancia como para cerrar el Congreso han sido un fiasco. Sí, un fiasco, digámoslo abiertamente, en las que recién llegados a la política nacional acusan hoy a los partidos de querer hacerse de la propiedad, como si un movimiento político amplio tuviera derechos de autor.

Es hora ya de entender que no habrá vacancia, ni golpe de la calle, ni disolución ni constituyente, porque el pueblo peruano no quiere ninguna de esas cosas. Y que lo que queda, además de mantener la presión para detener al extremismo, es que Pedro Castillo comprenda que no hay deshonor ni vergüenza en la que será la decisión política más importante de su vida, que es la de renunciar a la malhadada constituyente –como ya lo ha hecho al rechazarla rotundamente– y dar luego los pasos siguientes para hacer posible una gobernabilidad, aunque sea provisional, que permita sacar al Perú de la parálisis en que se encuentra.

Para gobernar bien hay que tener como estandarte esa gran sentencia atribuida a Otto von Bismarck: “la política es el arte de lo posible”.

Jorge Morelli
09 de marzo del 2022

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