Raúl Mendoza Cánepa

Si quieres entrar en política

Si quieres entrar en política
Raúl Mendoza Cánepa
27 de febrero del 2017

Reemplazar la vanidad del poder por la sed de servicio

Un interesante artículo el de Enrique Bernales en El Comercio hace algunos meses. Para resumir, el ex senador recomienda prepararse. “La política es arte y ciencia. (El político) debe, por consiguiente, prepararse: estudiar, informarse, observar, culturizarse. No hay cabida para la improvisación. Forme una pequeña biblioteca de obras básicas. De los antiguos: Leviatán, de Hobbes; El contrato social, de Rousseau. De los modernos: Los partidos políticos y El régimen político, de Duverger; Teoría de la Constitución, de Loewenstein... De autores nacionales, Mariátegui, Haya de la Torre, Víctor Andrés Belaunde, Cotler…”.

Bueno sería añadir obras de toda tendencia ideológica. Solo hay aprendizaje real desde la dialéctica. Hay que recordar la extraordinaria lección que Isaiah Berlin nos ofrece en su recreación ensayística de la fábula de Arquíloco, “El erizo y la zorra”. La zorra sabe muchas cosas y el erizo solo una.

Bernales acierta cuando sugiere leer la Constitución y comprender sus alcances. Probablemente muchos legisladores no tengan herramientas jurídicas para interpretar la ley, y la función legislativa sin un chip constitucional lleva a ciertos dislates. También acierta el jurista cuando nos recuerda que la ética es el fundamento de la política. “Si se mete en este oficio para hacer uso indebido del poder, enriquecerse y comportarse como un crápula, sepa que su destino será la cárcel”, nos dice. Añade el jurista algunas reglas: ser tolerante, respetar la discrepancia, no ser prepotente, ser educado. Bien señala: “La regla fundamental de la democracia es el respeto a la dignidad de la persona”.

Asumo que muchos políticos serán olvidados; eso ya no lo dice Bernales, pero lo añado como un recordaris de qué es aquello que inmortaliza a un hombre de Estado. Unamuno decía que mejor se aprovecha imitar al gran Dante Alighieri que a la decena de reyezuelos de las pequeñas ciudades que la historia ignora. La gloria supera a la fama y al poder (efímeros ellos); pero ¿acaso la historia olvidará el alma grande de Gandhi o el carácter victorioso de Churchill o la magnanimidad de Lincoln? ¿Qué habría ocurrido si Churchill hubiera muerto antes de la gran guerra o si Lincoln moría en un juvenil lance de balas? Semprún y Carlyle decían que la historia no es de situaciones, sino de grandes personajes.

Quizás la actitud y grandeza espiritual haga la diferencia ¿Tiene usted el alma grande? ¿Tiene un gran ideal o solo interés? ¿Es humanitario? ¿Humilde? ¿Tiene mística? ¿Coraje? ¿Es honesto? ¿Es capaz de empobrecerse con la política? Si la respuesta es positiva, usted está llamado a este sacerdocio y magisterio, hoy tan venido a menos.

Conviene reemplazar la vanidad del poder por la sed de servicio. Se debe ser especial, y para ser especial vale ser quijotesco, idealista, crédulo y propenso a la soledad del odiado; sin perder (como decía Sánchez) el contacto con la realidad. Y si de lecturas se trata, qué mejor que El Quijote o La Odisea. Esta última le enseñará sobre la perseverancia. Ulises trabó batalla con los obstáculos y los monstruos del mar que le impedían llegar a Ítaca tras la guerra de Troya. Tardó veinte años, pero llegó. Si no se es como el Quijote y como Ulises, no se sirve para la política.

Prefiera la doctrina. Maquiavelo no es aplicable a una democracia y Sun Tzu lo puede extraviar. Sirve mantenerse ajeno a las escaramuzas, trampas, atajos y medias verdades; pues de eso está hecha la política peruana. Mejor lea a Locke, a Berlin, a Popper, a Montesquieu.

Una clave para cultivar el coraje es cultivar la sinceridad; porque la sinceridad es frontal y no teme, tampoco se deja amedrentar por el poder ¿Ha leído sobre Gandhi y el Satyagraha? No hay medias verdades, solo verdades.

Mejor que el ardid: la convicción y el liderazgo anímico de Franklin D. Roosevelt; la oratoria de Cicerón; la honradez sencilla de Lincoln; la humildad de Diógenes (político no fue), que se le paró muy bien a Alejandro cuando le tapaba el sol. Nunca le baje la cerviz al poder, ceda al imperativo enhiesto de su propia verdad.

La grandeza de un político reside en su honestidad. Si es de los que están dispuestos a morir como el Cid (sobre su caballo), allí tiene un lugar. El Perú, en sus negras horas, necesita de gente como usted.

Raúl Mendoza Cánepa

 
Raúl Mendoza Cánepa
27 de febrero del 2017

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