César Félix Sánchez
Schadenfreude
Caviares han mitificado a Castillo mitificado
Schadenfreude es una palabra alemana intraducible, como casi todas las palabras más hermosas de la lengua de Goethe. Está compuesta de dos vocablos, Schade, que quiere decir pena, y Freude, alegría, y significa «alegría por la desgracia» o «alegría malévola».
Esta fue la palabra que me vino a la mente cuando don Guido Bellido juramentó como primer premier del gobierno de Pedro Castillo. Ver los rasgamientos masivos de vestiduras caviares era de risa. Hasta un opinador progre desde el extranjero se atrevió a tuitear: “¡Inexplicable!”.
¿Inexplicable que Perú Libre gobierne… con Perú Libre? Lo único verdaderamente inexplicable es que existan seres humanos aparentemente racionales que votaron por Perú Libre creyendo que Perú Libre no gobernaría. «Sancta simplicitas», diría Juan Hus en la hoguera. Aunque más bien sería un caso de estupidez profana surgida de la misteriosa fecundidad política del antifujimorismo radical, capaz de producir autoengaños tan grandes.
Ni en los delirios más salvajes del más afiebrado pesimista aparecía el escenario de tener como premier a un individuo que piensa que Edith Lagos es una valiente luchadora social y a apologistas o asociados a la galaxia guerrillera, senderista y pukallaktina gobernándonos, en un perpetuo sainete de humor involuntario, torpeza y marxismo. Pero lo que no podía calcularse era la magnitud de la ceguera progre y «digna» que nos llevó a semejante destino. Rebasa los límites de la imaginación. Nunca fue tan apropiada la profunda cuestión metafísica planteada por el gran Konrad Adenauer: «Si el Creador puso tan graves límites a la inteligencia humana, parece injusto que no haya señalado también límites a la estupidez humana». Y eso que el primer Bundeskanzler no conoció el Perú de 2021.
También llaman a risa los politólogos y otros semisabios que se sorprenden e indignan porque Pedro Castillo habría «cerrado la puerta» a la concertación. Parece ser que estos tertulianos ignoran que Perú Libre no es un vientre de alquiler cualquiera (como creen los racistas involuntarios de la progresía limeña) sino un partido revolucionario leninista, conformado por –¡oh sorpresa!– revolucionarios leninistas. Y no se hace una revolución gobernando con tus enemigos, cediéndoles alegremente el poder y adoptando su línea política, sino buscando enfrentarse «a la otra colina», hasta vencerla y crear ulteriormente una sociedad nueva. Esa cháchara de «contratos sociales» o «gobernabilidades» quizás convenza a alguien en alguna ONG o sirva para robar aire en alguna entrevista periodística, pero la gente de Cerrón bien sabe que fuera del poder todo es ilusión.
¿Se sabía que Perú Libre no era más que un reciclaje de la vieja izquierda antielectoral (Pukallakta y Sendero) de los ochenta, llamada por Cerrón eufemísticamente «izquierda provinciana»? Sí. ¿Se sabía que Pedro Castillo había sido dirigente de un sindicato que, según figuras tan disímiles como Arturo Ayala y Carlos Basombrío, reunía a todas (¡todas!) las líneas del gonzalismo, desde el Movadef hasta Proseguir, junto con algunos residuos de Pukallakta? Sí. ¿Se sabía que Vladimir Cerrón había invitado a Pedro Castillo para la candidatura, que había llenado las listas parlamentarias y que gobernaba con mano de hierro su partido? Sí. Entonces, ¿de dónde viene la sorpresa?
El narcisismo infantil de las élites académicas y mediáticas caviares creó un Pedro Castillo mitificado a su imagen y semejanza. El despertar ha sido horroroso. Felizmente.
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