Juan C. Valdivia Cano

Rizoma

El rizoma es como el césped: no tiene estructura arborescente

Rizoma
Juan C. Valdivia Cano
02 de noviembre del 2022


Aunque Gilles Deleuze ha dedicado libros enteros a ciertos filósofos y artistas (Hume, Spinoza, Bergson, Leibniz, Bacon, Kafka, Godard, Welles, etcétera) no era, para hablar «sobre» ellos sino para reconstituirlos, para recrearlos continuándolos, prolongándolos o desplegándolos con originalidad y lealtad a la vez, para hablar a través de ellos desde su tiempo sin traicionarlos (en nuestro caso, a la medida de nuestras cuitas tercermundistas). No es historia de la filosofía, es decir comentarios académicos sobre lo que dijeron los filósofos en el pasado, sino filosofía a secas: creación de conceptos, constitución de problemas, crítica de los fundamentos o amor a la sabiduría.

No se trata sólo de hacer más inteligibles los dichos de cada autor y los objetivos de cada lector , dentro y fuera de la filosofía, sino de traducirlos al lenguaje más adecuado sin vulgarización, afrontando los duros problemas de hoy, los que nos ha tocado, algunos ayudándonos con la contundente vigencia de la obra de Deleuze. Su filosofía es una «caja de herramientas», como decía Foucault, y está al servicio del que se dé el trabajo de abrirla, conocerla y examinarla con alguna calma. No se requiere ninguna especialidad, solo hay que cuidar de no machucarse los dedos. Deleuze, a su modo, como el maestro de Sils Maria, hacía «filosofía al martillo»

Siguiendo al maestro, que no le agradaban las generalizaciones huecas, no preguntó si hay cosas en común en Leibniz, Proust, Lewis Carroll, Spinoza, Nietzsche, Bacon, etc., esos "signos" que Deleuze descifró maravillosamente en su fructífera vida filosófica, en su filosofía vital: cada uno de ellos aporta sugestivos aspectos particulares de esos que a Deleuze le interesaban para inventar y “explicar” el funcionamiento de sus «máquinas abstractas», de sus «máquinas deseantes», de sus «máquinas de guerra». Lo hizo para expresar, a través de esos casos paradigmáticos, la paradójica unicidad e inmanencia del mundo, pero también las multiplicidades, el pluralismo, la diferencia y la repetición; o para hacer rizoma interdisciplinario con Félix Guattari o Michel Foucault, sus amigos; o para expresar en detalle eso que Alain Badiou llama «El clamor del ser», título de un libro dedicado a comentar la obra deleuziana.

Deleuze teorizaba en esos años sobre lo que ahora parece evidente para muchos de nosotros, en nuestros paradójicos años dos mil. Ahora somos un poco rizomáticos, un poco nómades, aun sin movernos, creemos en el «esquizo-análisis», los “eventos”, los “agenciamientos”, etc. En los años setenta todo esto parecían delirios de un chamán esquizofrénico, aun viniendo de un filósofo incomparablemente lúcido y «cartesiano», como él. Alguien como Gilles Deleuze está bien lejos de la imagen tradicional que nos hacemos de un filósofo, la de un serísimo y racionalísimo académico que anda en la luna o muy cerca. Si Deleuze parece un brujo disfrazado de «clochard» parisino, no es sólo por sus bien enroscadas y largas uñas o por su luciferina e infalible dicción francesa (cosa de por sí impresionante: un discurso en limpio) sino en particular por la espléndida originalidad y novedad de su filosofía: una nueva imagen del pensamiento.

Palabra de chaman post racionalista, palabra de Deleuze: «Una nueva imagen del pensamiento significa primero lo siguiente: lo verdadero no es el elemento del pensamiento. El elemento del pensamiento es el sentido y el valor. Las categorías del pensamiento no son lo verdadero y lo falso sino lo noble y lo vil, lo alto y lo bajo según la naturaleza de las fuerzas que se apoderan del pensamiento mismo». («Nietzsche et la philosophie» Quadrige / PUF, Presses Universitaires de France, 1962) Y de ahí las dificultades con su lectura. ¿Qué significa, por ejemplo, «Hagan rizoma y no raíz, ¡no planten jamás! ¡No siembren, piquen! ¡No sean ni uno ni múltiple, sean multiplicidades! ¡Hagan la línea y jamás el punto! ¡La velocidad transforma el punto en línea! ¡Sean rápidos, incluso sin cambiar de lugar! ¡Línea de suerte, línea de cadera, línea de fuga! ¡No susciten un general en ustedes! ¡Hagan mapas y no fotos o dibujos! Sean la Pantera rosa y que sus amores sean aún como el de la avispa y la orquídea, el gato y el babuino»?

Eso es rizomático. Rizoma significa, entre otras cosas, que si bien los centros existen, y lo que es peor los centralismos y los centralistas, es mejor que se descentren y que las palabras y las cosas fluyan y se comuniquen directamente sin intermediarios burocráticos, a los que hay que acudir para que otro funcionario nos lleve al tronco y luego a la cabeza del árbol (un honesto contribuyente norteamericano acaba de estrellar su avioneta en un edificio de la Sunat norteamericana en protesta por la complejidad del sistema tributario, entre otras quejas no menos sensatas). Rizoma es una especie de metáfora botánica donde todo puede comunicarse directamente con todo. El árbol es la imagen botánica del poder centralizado, antitética a la idea de rizoma. La ciudad de Ámsterdam es rizomática. No tiene centro. Y Holanda es altamente descentralizada. Descentralización es a democracia, como democracia es a libertad. Y en sentido contrario, en los países «en vías» de desarrollo, hay serios defectos en esos tres planos: descentralización, democracia y libertad.

El rizoma es como el césped: no tiene estructura arborescente sino raicillas. «(…) Los bulbos, los tubérculos son rizomas. (…) Hay animales que lo son, bajo su forma de manada, las ratas son rizomas. Las madrigueras lo son bajo todas sus funciones de hábitat, de previsión, de desplazamiento, de evasión y de ruptura (…) Un rizoma no cesaría de conectar los eslabones semióticos, las organizaciones de poder, las circunstancias que remiten a las artes, a las ciencias, a las luchas sociales. Un eslabón semiótico es como un tubérculo que aglomera actos muy diversos, lingüísticos, pero también perceptivos, mímicos, gestuales, cogitativos (…) El rizoma es un sistema a centrado, no jerárquico y no significante, sin General, sin memoria organizadora o autómata central, definido únicamente por una circulación de estados».

Heredero de una tradición crítica con respecto al racionalismo occidental (endiosamiento anti científico de la razón y la ciencia), nietzscheano de fuste, como Foucault, Derridá, Lyotard, Barthes, Chatelet, Sollers (líderes intelectuales de la Francia finisecular, adelantados de nuestro siglo) para él la filosofía no es un ejercicio académico sino una experiencia vital, una manera de ser y de estar peligrosamente en el mundo: una conducta, es decir, un trabajo con el cuerpo y las pasiones, no solo con la cabeza. Deleuze vivía lo que pensaba, como Zarathustra. Murió de su muerte, como Rilke proclamaba pensando en los elegidos que cumplen su destino. «Solo el pensador tiene una vida potente y sin culpabilidad ni odio, sólo la vida explica al pensador». (Un peruano, «pálido y cenceño», decía en los años veinte «meter toda mi sangre en mis ideas». Ambos se inspiraban en Nietzsche, explícitamente: Deleuze y Mariátegui).

Lo ha descrito muy bien el alto filósofo argentino Tomás Abraham, en una conversación en la excelente revista Miscelánea de la Universidad de Mar del Plata (Nº.3). Extraigo sólo algunas frases: «No se bancan a un tipo genial. Es muy difícil bancarse a un tipo genial, a un tipo que hace una historia sobre Kafka, de primer nivel, después hace una historia sobre Lewis Carrol de primer nivel; además habla de Hume como ningún humeísta lo hizo. No se lo bancan, es un sorete. Porque no puede ser que un tipo escriba sobre tantas cosas y lo haga tan bien. No se lo bancan, porque es muy creativo. Es demasiado creativo, entonces no lo pueden controlar, no pertenece a una escuela, no le rinde pleitesía a la historia de la filosofía. Entonces directamente no pueden leerlo, porque si lo pudieran leer, serían otros. Entonces no les cabe eso, porque entienden la filosofía como una disciplina que se mira a sí misma. Deleuze es un tipo que hace filosofía para irse a la mierda. A la intemperie, como Nietzsche, como Kierkegaard, como el mismo Kant, como Marx. (…) Deleuze es un gran filósofo, es un enorme filósofo. Es uno de los pocos filósofos que tuvo el siglo XX, y tuvo grandes, pero Deleuze es uno de los pocos. Deleuze se toma demasiada libertad y en general la disciplina filosófica con sus personeros catedráticos, no entiende a la filosofía como ejercicio de la libertad.»

La filosofía es «un medio de rectificación vital y óptica» decía también Deleuze. Es decir, un ejercicio de la libertad de pensamiento. Un medio también, pero de «inspirar», de «despertar», de «hacer ver», una «empresa radical de desmitificación». Y como buena «empresa radical de desmitificación» Deleuze empieza radicalmente: dijimos que no solo produce un cambio en el pensamiento, un nuevo pensamiento o una nueva manera de pensar, sino una nueva manera de entender lo que significa pensar, es decir, una nueva «imagen del pensamiento», para utilizar sus términos. ¿Qué propone Deleuze?

Me parece que «rectificación vital y óptica» quiere decir, mínimamente, para empezar, eliminación del alma de todo rastro de ideología o prejuicio de cualquier tipo, en nuestros conceptos, pero también en nuestros perceptos (contra el delirio doméstico o familiar) y en nuestros afectos (contra el resentimiento); no sólo para ver mejor sino para vivir mejor pensando mejor, con más precisión y rigor, eliminando o diluyendo lo que Spinoza llamaba «ideas inadecuadas», mejorando la salud, buscando la mejor salud, la gran salud.

Deleuze tienta a los filósofos a convertirse en no-filósofos para devenir imperceptibles, para pensar lo impensable, para decir lo indecible, que es misión propia del filósofo: romper el límite, ir más allá. «Partir, partir…» Pero al partir no olvidar el arma. Así comienzan, comentando Moby Dick, los «Diálogos» con Claire Parnet («De la superioridad de la literatura anglo americana»). Tal vez por ello su obra está tan cerca del arte (aunque no desaparecen los límites ni se difuminan) y por eso parte de él muchas veces. Su libro sobre el pintor Bacon es una muestra contundente. Pero sea arte, ciencia o filosofía, se trata siempre de creación de sentido y valoraciones (Lógica del Sentido, es uno de sus libros).

Deleuze cultivaba todos los valores artísticos, científicos o filosóficos que necesitaba en su descentralizada y pluralista manera de practicar la filosofía (en sus clases invitaba a un matemático árabe si lo necesitaba, no solo a su amigo Guattari) . Lo que no le impedía una rigurosidad reflexiva esquizoide («esquizoanálisis»: otro de sus conceptos). Pero para él el delirio no es psicoanalítico sino cósmico, se delira sobre todo y todos deliramos mucho más de lo que creemos en nuestra ingenuidad e inconsciencia. Deleuze acusa al Psicoanálisis de delirar con el «triángulo papá y mamá» edipiano, de reducir más de la cuenta las cosas y de no ser inocente desde el punto de vista del poder. Al contrario. Para él “ toda interpretación es creación de sentido”. Y la creación de sentido, creación de realidad: un plus de realidad.

Para Deleuze el filósofo es una especie paradójica de asceta. La diferencia con éste se da en sus opuestas finalidades íntimas: si el filósofo cultiva la pobreza, la sobriedad, la frugalidad, no es por razones santas sino para producir el aumento de potencia que le permite llevar la vida más allá de sus posibilidades, rompiendo los límites. «El filósofo se apodera de las virtudes ascéticas para ponerlas al servicio de fines muy particulares, inauditos, bien poco ascéticos en verdad. Humildad, pobreza, castidad se convierten en los efectos de una vida particularmente rica y superabundante».

¡Que tareas filosóficas se planteaba Deleuze y qué espléndidamente las cumplió! Lamentablemente se tuvo que arrojar por la ventana de su departamento parisino en 1995, para librarse de unos dolores insoportables y una enfermedad respiratoria que no le permitía ni siquiera recostarse un momento. Eso no impidió que el siglo se vuelva deleuziano. Ni que este escribidor fracase una vez más en el intento de no hablar «sobre» Deleuze.

Pero si además del filósofo la filosofía también tiene que morir, como algunas aves de mal agüero lo han anunciado a veces, Deleuze espera que sea por lo menos de risa.

Juan C. Valdivia Cano
02 de noviembre del 2022

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