J. Eduardo Ponce Vivanco
Revolución educativa
Copamiento institucional de la educación pública
En una sintomática coincidencia, Fernando Rospigliosi (“El poder nace del fusil”, Lampadia) y Ricardo Valdez (“No seamos ingenuos”, EC) observan el variado conjunto de hechos (tácticos) que configuran una estrategia premeditada para construir una base de poder que se sostenga en un clientelismo populista con el objetivo de imponer una nueva constitución vía una asamblea constituyente corporativista, amañada para reproducir el cartabón escrito por los expertos de La Habana y sus discípulos del Socialismo Siglo XXI.
Esos textos perspicaces surgen del escandaloso manejo de los ascensos y bajas militares que acabamos de ver con estupor. Pero yo los invito a mirar al conjunto de hechos que se vienen dando en el campo de la educación durante la corta “gestión” de un gobierno en que los maestros ocupan destacado lugar.
Un periodista argentino tan reconocido como Andrés Oppenheimer ha editado un Tik Tok a raíz de los índices regionales del FMI sobre el crecimiento de la economía: 6.2 en Asia, 3.4 en el África Subsahariana, otro 3.4 en el Medio y Nororiente y 0.6 en América Latina. Los factores más importantes a los que atribuye este desastre regional son la escasa importancia que damos a la economía del conocimiento “donde el trabajo mental vale cada vez más y el trabajo manual, el petróleo o las materias primas cada vez menos”, y mientras los asiáticos han creado “una meritocracia educativa” en la que se estudia cada vez más y mejor, por aquí seguimos revolviéndonos en el pasado, sin mirar al futuro ni a lo que ocurre en otras latitudes que cultivan la modernidad.
Pensemos ahora en la chocante paradoja que sufre el Perú gobernado por un maestro rural y por el inepto grupo de personas a quienes ha encomendado la administración de todos los sectores del Estado. Por vergüenza ajena, podría haber puesto especial cuidado al seleccionar al Ministro de Educación. Pero lo que ha escogido –no por inadvertencia– es al “maestro” que más podría dañar a la educación pública peruana, donde el estudiante es la última prioridad. La primera es el maestro sindicalizado, en cualquiera de los numerosos y radicales gremios que los agrupan para avanzar y defender sus intereses.
Si el nivel de copamiento institucional que soportamos sorprende a cualquiera, lo que vemos en el Ministerio de Educación parece diseñado por el Presidente Gonzalo para que el maestro peruano sea el adalid de una Revolución Cultural inspirada en Mao Tze Tung, un campesino rural que estudió y dio la vuelta al marxismo-leninismo para organizar la gran marcha del campo a la ciudad.
El maestro Carlos Gallardo es uno de los más fanáticos comunistas de la FENATEP (oficializada minutos después que asumiera la cartera de Trabajo el filoterrorista Iber Maraví). Él encarna y dirige la cruzada para que los maestros no sean evaluados, tal vez inspirada en la idea que el Presidente Castillo lanzó en su campaña electoral: no más exámenes de ingreso a las universidades; entrada libre y democrática.
La educación pública peruana formará a los ciudadanos del mañana con las ideas y valores que ensombrecen a este gobierno y al país. Ese parece ser el propósito de tanto despropósito.
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