Úrsula Letona
Resguardar la institucionalidad y la democracia
Para un país mejor, en el que hagamos honor a la justicia y la igualdad
Estamos en un escenario político y social en el cual se viene minando la legitimidad de instituciones fundamentales del Estado. Esto puede finalmente derivar en un grave perjuicio para nuestra frágil democracia, como podría ser la presencia de actores antisistema en las próximas elecciones regionales y municipales, que propicie su ascenso hacia el 2021.
No cabe duda de que los primeros responsables de este escenario político y social son los mismos actores políticos. Nos corresponde reconocer los errores en que hemos incurrido y reflexionar para poner en perspectiva los mecanismos que permitan encauzar debidamente las expectativas de la ciudadanía. Sin embargo, corresponde a otro actor principal —los medios de comunicación—, otorgar a los temas de fondo que requiere nuestro país la misma relevancia que hoy otorga a los temas incidentales y coyunturales, para encaminar un escenario político más propicio para el despliegue de ideas, para implementar políticas públicas y para encaminar el desarrollo que merece el Perú.
Arjun Appadurai (Fatiga Democrática) nos expresa claramente esta preocupación, cuando señala que “las elecciones se han convertido en una vía de salida de la propia democracia, en lugar de ser un medio de reparación y debate político democrático”. Las mayores evidencias son Mordi (India), Putin (Rusia) o Maduro (Venezuela), sin ir muy lejos. La exacerbación de la que hablamos. por parte de la prensa, parece tener un determinado enfoque. Eso permite deducir que se esté dando con cierta inquina que, en lo posible, no debería existir en los medios, pues todos estos elementos pueden ser canalizados por líderes populistas, que toman espacio en el escenario político cuando ocurre justamente la frustración de la ciudadanía con la democracia. Además, con la presencia de Internet y su cada vez mayor acceso, se permite una fácil difusión de noticias que atacan a la democracia, alentando la intolerancia que opaca la racionalidad reflexiva y la paciencia política, tan necesarias en espacios democráticos.
Siempre cabe recordar lo que nos advierte la doctrina política en su análisis, desde una óptica de psicología social. Los seres humanos no se agotan en el egoísmo racional, el intelecto encargado de los cálculos racionales es, como señala Freud, citado por Appadurai: “Una entidad débil y dependiente, juguete e instrumento de nuestros impulsos y emociones”. Lo cual determina finalmente que las masas son moldeables e impredecibles respecto de lo que muchas veces se asume.
A lo señalado, debemos agregar la impaciencia que suscita la lenta acción de la democracia para conseguir logros. Y en estos escenarios intermedios se potencia un clima de señalamientos de que todo está mal. Esto tiene relación con el hecho de que se reclame mayor bienestar por parte de la clase media, lo que se conjuga con la evidencia de que gran parte de los sectores de la ciudadanía se encuentran en situación de pobreza y pobreza extrema, no obstante que han transcurrido tres décadas de liberalismo económico. Todo ello se aglomera en los espacios de marginación y de exclusión, cuya mejor expresión la constituye la informalidad.
Bien señala Pankaj Mishra que nos encontramos ante una coyuntura siniestramente familiar. Como aquella de finales del siglo XIX, en la que las masas caracterizadas por una desafección militante empezaron a preferir alternativas radicales antes que un experimento prolongado de racionalidad política y económica, cuya mejor expresión es la democracia.
En muchos espacios de la prensa, de la sociedad civil y más aún en la política, se sigue una línea de razonamiento bajo el supuesto de que los ciudadanos son actores racionales motivados por sus propios intereses, exasperados por la frustración de sus deseos, lo que los hace susceptibles de apaciguamiento si sus intereses son atendidos. Pero debemos tener presente que los seres humanos no se agotan en el egoísmo racional, y esta premisa justamente permite a los actores populistas identificar el hilo conductor para construir su liderazgo, y a los posibles seguidores para lograr salidas distintas a la democracia. El problema es que todos suman, de manera intencional o no. Será responsabilidad compartida de todos los actores la reconstrucción del lazo necesario para restablecer el valor de la democracia y su debida exaltación entre los ciudadanos.
Como punto final cabe invocar la reflexión de Karl Popper, en el sentido de que personalmente tenemos optimismo, que creemos en un Perú mejor, en el que hagamos honor a la democracia y construyamos mayor igualdad, pese a que todos hoy hablan de tiempos oscuros y de regreso al terror. Un Perú con optimismo para crear mayores oportunidades, como aquellas que en algún momento supimos aprovechar. “Soy un optimista. Soy un optimista en un mundo en el que la intelligentsia ha decido que uno debe ser pesimista si quiere estar a la moda”.
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