Darío Enríquez
¿Quién define el bien común?
Trampas totalitarias para un mundo en crisis
Las colectividades humanas siempre han justificado legítimamente su accionar en asuntos que conciernen a todos y que nadie controla en particular, bajo la denominación de “bien común”. Aunque la afectación sea en diversos grados y medidas, se conviene en que un asunto “de todos” toca la necesidades, expectativas y aspiraciones de una parte significativa del grupo y “todos” deberían ser partícipes de la solución.
Cuando una comunidad es relativamente pequeña, resulta menos complicado concertar la definición de un tema como “bien común” y también coordinar las acciones correspondientes. Si todo se maneja en clave voluntaria, la paz social es la norma. Si se inician procesos de coerción y coacción sistemática, se configura un proto-estado. El crecimiento de la comunidad, tarde o temprano, llevará ineludible a esos procesos y la emergencia de una forma de “Estado”.
De ese modo, el “bien común” se incorpora como justificativo de la acción estatal. “Lo hacemos por tu bien”, trata de moderar y sublimar las “agresiones” que los individuos deben tolerar en nombre de ese “bien común”. ¿En qué momento se trata de una razonable adaptación a las demandas colectivas y cómo así en otro momento puede convertirse en instrumento autoritario y tiránico? Cuidado.
En los primeros tiempos de nuestra civilización, reyes y monarcas absolutistas, junto a su círculo más cercano en el poder, definían los criterios del “bien común” y no pocas veces surgían escenarios de inestabilidad y equilibrio precario, cuando los gobernados se levantaban contra las arbitrariedades de ese poder absoluto. En aquellos lejanos tiempos, que la tasa impositiva superara la barrera del 10% era un desencadenante de conmoción social. De hecho, la rebelión de José Gabriel Condorcanqui tuvo su origen en el abuso de las autoridades que pretendían elevar impuestos a tasas confiscatorias. Hoy vemos que nuestras sociedades –en especial las latinoamericanas– tienen una tasa impositiva real muy superior a las de los países desarrollados, superando fácilmente el 50%, y no pasa nada. Al contrario, el Leviatán estatal es insaciable, quiere más y más impuestos, mientras las contraprestaciones eficaces y específicas se mencionan poco o nada en el discurso hegemónico estatista.
El mundo de los últimos 250 años converge mucho más de lo que podamos imaginar. Una rápida revisión de la gobernanza en el mundo de hoy tiene que ver con las diversas versiones del ideal republicano que se parió entre los siglos XVIII y XIX. La democracia representativa acompaña todos los procesos políticos e incluso revolucionarios, aquí, allá y acullá. Aunque en algunos casos, muy distante del respeto a las libertades humanas inherentes a nuestra dignidad, en el extremo de países que instrumentan la democracia representativa para sostener el autoritarismo tiránico más abyecto. Estatismo puro y duro.
Aquí se hace pedazos ese principio del “bien común”. La prosperidad del mundo que, en casi tres siglos, ha logrado cotas inéditas en nuestra historia, tiene raíces en un “bien común” que era cautelado, protegido y propagado desde un sistema liberal de democracia representativa. En los parlamentos del mundo se contó con ese espacio de concertación, convergencia y acuerdo para definir el “bien común”. Hoy ese modelo está en crisis. La formulación torcida, distorsionada y manipulada del “bien común” es consecuencia de esa crisis. El grave peligro que enfrenta nuestra civilización es inminente. Fascismos y comunismos, en todas sus variantes, apelaron siempre a “lo hacemos por tu bien”. Fracasaron porque el ansia de libertad superó sus perversos fines, pero también porque no habrían contado con la tecnología propicia para esos fines.
Con la crisis sanitaria del Covid-19, se ha hecho patente que los totalitarismos de antaño pretenden volver a instalarse en nuestro mundo, gracias a que cuentan con una tecnología muy eficaz para sus fines. En medio de la desesperación y la necesidad de enfrentar la crisis sanitaria incluso asumiendo costos de todo tipo, que nunca los habríamos asumido en tiempos “normales”, nos hablan de que muchísima gente estuvo dispuesta y sigue dispuesta a permitir que sus libertades sean vulneradas flagrantemente, en nombre de la “seguridad” sanitaria o material. Enfrentamos un panorama bastante más complejo del que hubiéramos podido imaginar en tiempos previos al Covid-19. Oremos.
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