Hugo Neira

Puno. Viajar es entender

Puno. Viajar es entender
Hugo Neira
04 de septiembre del 2017

La huelga magisterial en los Andes                         

«La masa no existe, pero una descarga la constituye. La masa es cuando se desprenden de sus diferencias y se sienten iguales.» Elias Canetti. Masa y potencia

He estado las últimas semanas en Puno, Juliaca, Cusco y Abancay. Invitado por universidades e instituciones, para participar en conferencias, clases, conversatorios. Debo confesar que me ha sido muy grata la calidez con la que se nos ha recibido. Sin embargo, callo reconocimientos personales y también las temáticas que me ocuparon. Otro lunes abordaré el progreso material e intelectual que he encontrado en esas ciudades del interior andino. Si menciono ese viaje es para que el lector sepa de donde proviene lo que a continuación expongo. El azar ha hecho que mi itinerario coincida con la huelga de docentes. Y poco importa que haya concluido. Narro lo ocurrido. Escribo, pues, como testigo de vista. A 4,000 metros de altura, se ve el Perú de otra manera.

Nos instalamos en Puno y todos los días íbamos y veníamos a Juliaca. Unos 40 kilómetros, una hora de recorrido, por una estupenda carretera que será autopista. Pero nos trababa, como a muchos, la barrera de los huelguistas. No cerraban del todo el tránsito. Pagamos una suerte de peaje, no de dinero. No quiero mentir una línea. Pasábamos, siempre y cuando manos hábiles pintaran lemas en el coche mismo: «Viva la huelga», etc. Un precio simbólico. Parte de la publicidad del «movimiento de docentes radicales», no encuentro otro modo de llamarlo, MDR, sin entrar en vericuetos de si eran del Conare, el SUTEP o el Movadef. El movimiento magisterial, sea quien sea el que lo monitoriza, rebasa el tema educativo. Han revelado un modo de propaganda atípico.

El Perú actual es un país masivamente urbano. Y las ciudades de los Andes se han vuelto tan urbanas como la capital. Seamos claros, no son las tomas de carreteras lo principal de la praxis del MDR. Son las ciudades, calles y plazuelas. En una de ellas, donde me quedé un poco más de tiempo, tomaron el atrio de una iglesia. Y no por un día. ¿Qué hacen? La gente se distribuye entre gradas de la iglesia, calle y plaza, y no necesariamente la mayor. Están presentes docentes y gente, padres de familia y niños que corretean. ¿Qué son? Entre asamblea y sociabilidad. Lo principal, «estar juntos» (Canetti). Al poco rato, se suma el comercio ambulatorio que les lleva la comida. Lo informal peruano le saca provecho hasta a la velada pública de los radicales. Ahora bien, el centro de esa cabildada eran unos cuantos, los que tenían en sus manos los altoparlantes. Cada cierto tiempo tronaban las voces de los dirigentes explicando cómo iba la huelga de docentes en otras ciudades, qué había dicho en tal o cual radio o canal la ministra Martens. Y entonces comencé a entender. ¡No había clases para escolares pero sí las hubo para los adultos!

El término de la huelga no les convenía. La propeudéutica del nuevo movimiento ha sido una interminable ponencia entre contertulios. He estado horas escuchando diversas narrativas, mientras la gente igual conversaba, pese al estentóreo altoparlante. Y de golpe me acordé de «los conglomerados de la heterogeneidad peruana», que José Gabriel Valdivia, arequipeño, encuentra en la narrativa literaria. Yo los he visto en este tipo de manifestación atípica que rompe la tradición del líder mesiánico. Son masas, como describe Elias Canetti, las une la «descarga» del tema educativo y la sociabilidad.

Estoy describiendo un nuevo tipo de movilizaciones. ¡Son instantáneas! Volvíamos de Abancay a Cusco, y el tránsito vehicular se detuvo de golpe. Llegaba por los aires el presidente Kuczynski. Estábamos abajo, plantados en una fila de vehículos, y en eso que, ascendiendo a las alturas donde se aposentaría el helicóptero presidencial, vemos correr un conjunto de gente, en Curahuasi, a 2684 metros. Eran los maestros con sus banderolas y pliego de reclamos tras un mandatario que venía a celebrar un formidable hospital llamado Diospi Suyana. Pasaron a nuestro lado con el vigor de los andinos que cuando hay cuesta corren con más ganas. Después nos enteramos de que no solo no es obra de PPK, sino que existe desde hace diez años. ¡Ya ha servido a 253,000 pacientes! Un hospital misionero de alemanes y 200 empresas, de las cuales 40 son peruanas. En suma, micropolítica que viene de abajo y frivolidad del Estado.

Ahora bien, creí por un momento que Pedro Castillo había triunfado. Pero se demoró demasiado en acabar la huelga. Los docentes mal remunerados habían ganado la simpatía de la opinión pública. Pero lo que siguió, la ocupación achorada y avasalladora de la ciudad de Lima, fue un error que pesará en las urnas para Castillo y para Santos. Difícilmente se olvidará su ilimitada prepotencia. Curioso movimiento. ¿De ágoras en las ciudades andinas e intimidación en la capital? Se han detenido, pero el daño está hecho.

Entender es percibir, percatarse. Hemos visto la escenificación en todo el país de una forma nueva de hacer política, a la vez popular y alambicada. No llevan consigo esta vez la metralleta, pero sí el altoparlante callejero y los smartphones. Y como siempre, estrategas en la cuidada penumbra. Santos, el cajamarquino. Lo dicen diarios locales, esos que nunca se leen en Lima. A varios los he encontrado más realistas y mejor escritos que los capitalinos.

Hugo Neira

 
Hugo Neira
04 de septiembre del 2017

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