Mar Mounier
Premios Ipys y Odebrecht
Sobre la doble moral de la izquierda y el establishment
A finales del verano del año 1937, días después del horrendo castigo y ejecución del joven judío Helmut Hirsh por haber conspirado para asesinar a Adolph Hitler, Joseph Göbbels, su ministro de propaganda, esperaba preocupado en su despacho de Berlín a un director apolítico y muy renombrado en la élite cultural europea: Veit Harlan. Göbbels enfrentaba un tremendo problema: un sector de la opinión pública no apoyaba la crueldad de las políticas antisemitas del Führer y empezaba a cuestionar severamente al régimen. ¡Había que actuar y rápido! ¿La solución? Cambiar la percepción del alemán de pie y la élite sobre estos "redomados traidores" y "ladrones" judíos. Harlan, quien era muy conocido por producir películas de calidad, oyó la propuesta de un jugoso contrato para la producción de una película por año. Esa noche, desde su lujoso hotel frente al Postdam, preguntaba en una carta a su esposa "¿Qué debo hacer?". La respuesta de ésta fue contundente: "Querido Vein, nosotros sí sabemos lo que mucha gente ignora. No aceptes o tendrás tanta responsabilidad y culpabilidad moral contra esas pobres víctimas, como quienes aprietan el gatillo". Pero años después se estrenaba "Jew Suss" (1940), uno de los trabajos más infames en la historia cinematográfica alemana por el odio y la crudeza de cómo se intentó deshumanizar a los judíos del Tercer Reich. Era propaganda de odio y aniquilamiento mediático contra la población judía, pura y dura.
Durante el juicio militar que enfrentó años después, Harlan aseguraba con total cinismo a los jueces que "solo cumplia órdenes" y que su intención fue "aportar para la construcción de una Alemania poderosa". Luego, ya con una pata en el patíbulo, tuvo que cambiar su defensa a "me obligaron. Si no hacía esas películas, me hubieran enviado a un campo de concentración". Y lo liberaron. Años más tarde se descubrió su cobarde mentira al conocerse la carta de su mujer, por lo cual este farsante fue condenado a la muerte civil y tuvo que mudarse a vivir a la Isla de Capri, donde fue finalmente asesinado.
¿Por qué el preámbulo? Porque muchos "periodistas" chicheñós que han recibido su marmaja con dineros malhabidos hoy querrán decirnos "yo solo quería luchar contra la corrupción del fujimorismo" (que para todo caso, ya fue aplastada hace 16 años). Pues ¡mienten! Estos demostrados lisonjeros y escuderos de Palacio sabían muy bien lo que era contratar con ODEBRECHT pues durante el gobierno fujimorista se vetó su partición en el Perú (1999). ¿Si eran periodistas, cómo fue posible que no conocieran del prontuariado de la corruptora Odebrecht? La bloguera Rosa María Palacios, Augusto Álvarez Rodrich, Carlos Basombrío (sí, el Ministro de Interior), Diego García Sayán (¿este sujeto es periodista?), Laura Puertas y muchos otros miembros de la Asamblea General de IPYS, conspicuos y obsesos antifujimoristas, no tuvieron ningún reparo moral en recibir las "donaciones" de Odebrecht, y crear eventitos y premiacios. Un cuarto de millón de dólares, contantes y sonantes, entre una de las "propinas" recibidas de la corruptora más nefasta en la historia de Latinoamérica para, guardando las distancias, deshumanizar al fujimorismo, reducirlo a su mínima expresión en una guerra mediática, mientras se llenaban las ollas de lentejas. No hay duda que Harlan y Göbbels se hubieran sentido plenamente identificados y complacidos.
No solo roba el que arranca una cartera. También lo hace quien aprovechando un status privilegiado ya sea en el poder, la política o la academia, manipula la historia y los hechos a su conveniencia y le roba la esperanza y oportunidades de crecer a tanta gente. Porque eso hace la corrupción: robarnos la oportunidad de desarrollarnos. Y aquellos que con el privilegio de conocer verdades privadas a las masa, usufructuaron de ésta para el beneficio personal, deben ser condenados al ostracismo, a la muerte civil y al repudio de todos. Incluídos, aquellos fariseos de la palabra que se autodenominaron representantes de una moral que no tuvieron nunca.
Por: Mar Mounier
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