Eduardo Zapata
Pornografía verbal
El significado real -desde las etimologías- de las palabras ramera y pornografía.
Peligrosamente para la salud mental pública –y al más puro estilo y prácticas de Montesinos- vamos horadando la fe en la democracia y la convivencia civilizada. Vamos horadando todo referente político y cultural y vamos más bien prestando ojos y oídos a cualquier voz o actuación enajenada que garantice el facilismo del rating o de la lectoría. El reality permanente, pues, ha habitado entre nosotros.
Hemos franqueado ya las puertas –sin ambages ni discernimiento- a la pornografía cotidiana. Aun en lo político. Y periodistas y consumidores de medios –que seguramente censuraríamos la difusión de lo que “creemos” es pornografía- alimentamos esta distorsión de una comunicación política franca y abiertamente corrosiva.
La palabra pornografía viene del griego y aludía al estudio de la prostitución. Por extensión, esta voz alcanzó y aún alcanza a todo acto de envilecimiento o falsificación de la palabra misma o de una actividad dada. De allí, en su traslación al latín, se centró en quien la ejercía: “la ramera”. Y la ramera –según lo refiere Joan Corominas- era “una prostituta disimulada que fingiendo tener taberna ponía ramo a su puerta”. De ramo, pues, proviene la palabra ramera.
De modo que pornografía como envilecimiento no alude solo a lo visual –como solemos creer-, sino alcanza también a lo verbal. Teniendo el mismo trasfondo: satisfacer el morbo primitivo de la posesión, la violencia y el sexo. Con la ventaja del disfraz, del disimulo, y de presentarla como inherente siempre a un “otro”. Lo cual lavaría nuestras conciencias como consumidores y como comunicadores.
Hay un personaje por allí que –desde que fue Ministro- se ha caracterizado por sufrir de una suerte de incontinencia verbal presencial o virtual. Sus andares y decires transitan por lo pornográfico. No solo camina abriendo piernas y privilegiando el bajo vientre, no solo su gestualidad pretende promesa de violencia, sino su propia sonrisa es más bien burla e infamia respecto a sus interlocutores. Obvio también que su lenguaje anuncia permanentemente apelaciones primarias a territorialidad, sexo y violencia. Todo esto no muy disimulado bajo “el ramo” de un discurso que atribuye precisamente a “los otros” su propia pobreza e inescrupulosidad.
¿No será que ahora este personaje exporta ante los medios –bajo el disfraz de comunicación política- ciertas aficiones a la pornografía que sus allegados –y no tan allegados- conocían ya desde su cotidianeidad pre-ministerial y sobre las cuales podrían dar fe si se atrevieran?
Sería bueno que comunicadores y consumidores tomemos debida nota de lo que realmente significan –desde las etimologías- las palabras pornografía y ramera. Y su difusión. Por lo que dijimos en un principio: la salud mental pública.
Por Eduardo E. Zapata Saldaña
23 -Abr - 2015
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