Jorge Nieto Montesinos
Política performativa
En vez de un outsider, la sorpresa puede ser la creatividad política de líder actual
El análisis de los datos electorales de las tres últimas elecciones regionales y nacionales ha desechado la idea según la cual las presidenciales del 2016 deberían terminar ineluctablemente en una segunda vuelta entre el ex presidente García y la ex primera dama Fujimori. Más que idea, un deseo disfrazado de idea. En rigor, proyectar resultados de candidaturas a año y medio del suceso es un ejercicio fútil. Sobre todo en el Perú –donde el voto se decide casi al borde del ánfora-. Podría ser que viéramos a ambos candidatos al final del proceso. Pero ineluctable no es. Y desde la estructura de las cifras de las recientes elecciones regionales y municipales, tampoco lo más probable. En este sentido, el 2016 es un escenario abierto.
Pero también es un escenario abierto en otro sentido. Así como las cifras de las elecciones regionales del 2002 y el 2010 prefiguraron de algún modo las elecciones presidenciales del 2006 y del 2011; las del 2014, si algo anuncian, es un liderazgo sorpresivo. Un liderazgo sorpresivo no es un outsider. Puede adoptar esa forma. Pero también puede ser un inesperado despliegue de la creatividad política en alguno de los liderazgos actuales. Imaginar coaliciones distintas. Agregar capacidades nacionales, escasas frente a la agenda nacional necesaria. Construirlas. Asumir esa agenda, a riesgo del reconocimiento de los propios errores. Ofrecer argumentos nuevos a la altura de los problemas que el país enfrenta en un contexto internacional adverso. En suma, hacer política. Innovar. Los liderazgos sorpresivos son bastante más que caras nuevas, deslocalizadas, outsiders. Son ideas nuevas y nueva actitud, que en la feria de vanidades no abundan.
Contra ello conspira la atmósfera antipolítica de la sociedad peruana. En el Perú del último medio siglo ésta fue construida por tres discursos enfrentados en casi todo pero no en esto: fueron antipolíticos –y autoritarios- el velasquismo, en nombre de la participación plena; el senderismo, en nombre de la revolución; y el fujimorismo, en nombre de la contrasubversión y el shock económico. En afanes históricos distintos, los tres consolidaron el desprecio a la política y a sus instituciones. Los talentos buscaron otras esferas de la vida social. Las capacidades creativas de los partidos se redujeron. Con ellas su peso institucional. Con excepciones agónicas, la mayoría es ahora extensión de agendas personales –una vertiente nueva del desprecio a la política y a sus instituciones-, las más de las veces judicializadas. Por eso nuestra vida pública esta hecha de acusaciones sin fin y de pactos de impunidad. Ocurre en gran medida en los pasillos de un poder judicial desprestigiado o en las comisiones investigadoras del Congreso, amplificadas en el rating televisivo. Es lo que tenemos.
Recuperar en los próximos años tasas altas de crecimiento incluyente, enfrentar con éxito el crimen organizado y resolver la crisis moral de nuestras instituciones requiere cambio. Construir un orden fundado en la ley para superar el marco institucional de las elites extractivas o de la supremacía de los lobbies, como ha explicitado Ricardo Lago, es una oferta política aún inexistente. Claro, siempre puede ocurrir que no surja nada nuevo. O que lo novedad no lo sea. O que la gente elija la resignación. Pero en presencia de un liderazgo sorpresivo que asuma toda esa agenda, quienes hicieron de la migración la principal experiencia de la libertad en el Perú, es probable que lo hagan suyo. No sería el primer caso de política performativa
Por Jorge Nieto Montesinos
(02 - dic - 2014)
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