Juan Sheput
Perú, un país permanentemente adolescente
Somos incapaces de ver las consecuencias de nuestros actos
Cuando se publicó, allá por el año 1958, la primera edición de Perú retrato de un país adolescente, el maestro Luis Alberto Sánchez enfatizaba esa cualidad propia de la adolescencia que es la inmadurez. Escrito en el exilio, el libro daba cuenta, a través de diversas voces de peruanidad, de esa incapacidad que tenemos los peruanos para actuar reflexionando previamente sobre las consecuencias de nuestros actos; es decir, para actuar con madurez. A pocos meses de nuestro Bicentenario podemos asegurar que el Perú sigue siendo un país adolescente, que actúa con inmadurez y, lo que es peor, se niega, una y otra vez, a aprender del error, y lo repite sistemáticamente.
Durante el primer semestre del año pasado el Congreso de la República fue sometido a una campaña infame por parte de la mayor parte de los medios de comunicación. Día tras día, y sin dar oportunidad a la réplica, los medios rebotaban la posición gubernamental anti Congreso; ignoraban los gruesos errores de gestión y corrupción del oficialismo y llevaban a nivel de escándalo cualquier tropiezo del parlamento. Es cierto que en el Congreso hubo faltas y errores, pero ello se habría superado si hubiera existido real voluntad de diálogo y hubiera primado el afán de preservar la institucionalidad. Pero los medios de comunicación, jugando en pared con el Gobierno, liquidaron esa posibilidad.
Uno de los puntos que sustentaba este comportamiento mediático y gubernamental es que una futura elección parlamentaria nos iba a llevar a una situación mucho mejor. Sin uso del análisis riguroso y con un fraseo eminentemente intuitivo, los “analistas” que pululan en los programas oficiosos se dedicaban a repetir que no se podía ser peor, que un nuevo Congreso indiscutiblemente iba a ser mejor que el anterior.
Hoy tenemos ya ese nuevo Congreso, y si bien es cierto aún ni siquiera ha juramentado, sus parlamentarios electos ya son sujetos de cuestionamientos por parte de la población y protagonistas de reuniones por convocatoria del máximo representante de la Nación. La desazón se ha dejado ver detrás de algunos comentarios por la fragmentación, inexperiencia y formación de los nuevos integrantes, pero también por las características de quienes pretenden ser líderes de tan importante poder del Estado.
En ese sentido, una carátula de uno de los medios responsables de este nuevo Congreso, es emblemática. En ella aparecen Antauro Humala y Daniel Urresti. Dos personas involucradas en problemas de la justicia –condenada una y enjuiciada la otra, por asesinato, desaparición y violación–, son quienes pretenden tener el liderazgo de las bancadas de Unión por el Perú y Podemos. Sin exagerar, son un símbolo de lo que se ha logrado. Otros parlamentarios electos tienen decenas de juicios, otros ocultan con complicidad mediática sus faltas cívicas, como manejar borrachos, y otros no saben qué hacen allí. Todos son parte del Congreso que empezará sus funciones en pocos días.
¿Se puede esperar algo bueno de eso? No lo sé. Pero que las reformas políticas mal diseñadas cuando se impulsan irresponsablemente agravan los defectos, eso sí lo podemos asegurar. El Perú sigue siendo adolescente, la mayoría votó sin reflexión. Y ahora, aunque lo nieguen, se arrepienten de la situación a la que hemos llegado.
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