Miguel Ibarra
¡Pedro, no te corras!
Un debate más sí importa
Las elecciones generales del 11 de abril concluyeron con un panorama electoral que evidenciaba una alta volatilidad y protesta ciudadana, expresada en las urnas. Los resultados fueron la radiografía de un país fraccionado y dolido, que llegaba a su bicentenario con una clase política poco representativa, ineficiente, corrupta e indolente. Este fue el escenario del antivoto, del voto de protesta y del nacimiento de nuevos y frágiles liderazgos en vientres de alquiler. No escogimos presidente, pero sí un Congreso altamente fraccionado que, sin consensos ni hoja de ruta, sería la inquisición de cualquier ganador o la partera de más Vizcarras, Merinos y Sagastis.
El Perú tiene una brecha social y no ideológica, generada por la desigualdad de oportunidades e inequidad. La educación no ha logrado ser equitativa e inclusiva, y el sistema de salud es ineficiente. La tasa de empleo, por ejemplo, según informe del Banco Mundial, cayó en un promedio de 20% entre abril y diciembre del 2020; el déficit público aumentó a 8,9% (es decir, un 1,6% más que el de 2019). La deuda pública creció tras las políticas de compensación económica y asistencia con el fin de proteger a la población vulnerable y apoyar a las empresas, que incluían transferencias en efectivo, postergación del pago de impuestos y garantías crediticias para el sector privado. Por último al cierre del año 2020 usamos el 35% del PBI nacional, por encima del límite legal del 30%. Los candidatos del balotaje no han sincerado cuál será la hoja de ruta para reactivar la economía y garantizar una reducción de la brecha social que genera desigualdad, inequidad y conflicto social. Allí reside la importancia del debate técnico que requiere el JNE.
No obstante, la volatilidad electoral, los resultados de la primera vuelta presidencial demostrarían que la mayoría de peruanos no están dispuestos a sacrificar el modelo económico. El 70.45% de los votos, por ejemplo, se inclinó hacia liderazgos que representan la continuidad del modelo, encarnado en 13 candidatos; mientras que un 29.55% votaba por un cambio radical, representado en los movimientos progresistas y socialistas. Queda claro que los peruanos buscan un cambio de timonel y no de barco.
La primera vuelta, además, dejó en duda el nivel de representatividad y legitimidad política tanto de Pedro Castillo como de Keiko Fujimori, quienes sumaron apenas el 32.33% de los votos válidos a nivel nacional (Perú Libre 18.92% y Fuerza Popular el 13.41%), mientras que el resto concentró el 67.67% de votos válidos. Cabe precisar que, según datos de ONPE, de 25.29 millones de electores hábiles, solo 14.40 millones decidieron por quién votar; es decir tan solo el 56.94% (cifra que se convirtió en el 100% de votos válidos), mientras que de los 10.89 millones de peruanos restantes, 3.31 millones votaron en blanco o nulo, y 7.57 millones no concurrieron a votar.
El debate presidencial organizado por los candidatos del balotaje el pasado 1 de mayo, rompió la formalidad del JNE y los protocolos sanitarios. En Chota (Cajamarca) asistimos a un debate populista, para la tribuna y lleno de promesas. Era un choque entre el neosocialismo cubano y su cultura populista y progresista, versus el temor al fujimorismo de los noventa. El discurso de Pedro Castillo nos recordaba el ataque a la propiedad y a la libertad de Proudo, Massini y Chávez, mientras que el discurso de Keiko Fujimori nos remontaba a los tiempos del chino con miles de colegios y trabajos, con Infes y Foncodes.
El terruqueo fujimorista genera miedo y polariza al país. Pero más asusta no observar una hoja de ruta ni conocer al equipo técnico de Pedro Castillo. La receta cubano-venezolana fracaso en Sudamérica. ¿Hacia dónde vamos entonces? Pedro, no te corras. Un debate más sí importa.
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