Carlos Rivera
Pasiones y politiquería
Reseña de la novela “Bajas pasiones”, de Juan Carlos Rodríguez
Decía Balzac que “La novela es la historia privada de las naciones”. El gran novelista francés plasmó en su monumental obra el apoteósico proyecto de reconstruir con sus libros un ciclo importante de la historia de Francia, encaramado en singulares ficciones sentimentales que eran el deleite de las gentes de su época. Toda esta arquitectura escritural está sobre los cimientos gigantes de lo que llamó la comedia humana.
Hay una delgada línea entre la ficción y la realidad. Se preguntaban en la antigüedad los filósofos sobre ella e intentaron delimitarla desde una ontología del ser y sus dudas infinitas. Los pensadores modernos, desde el racionalismo, el existencialismo o el marxismo; hoy, desde la posmodernidad, intentan romper todos los esquemas y corrientes y relativizan la esencialidad de los discursos de la ciencia y del arte en la búsqueda de pomposas deducciones nada sólidas. ¿Esas fronteras que separan la literatura de la realidad no será un pretexto para desahogarnos justificando los pecados y culpas de un escritor y su entorno estilizado en una poética? ¿Acaso algunas novelas de Mario Vargas Llosa no son interesantes ejemplos como análisis político o sociológico y pueden darnos pistas de nuestras catástrofes nacionales.?
Los teóricos y críticos literarios dirán que se debe leer el objeto literario independientemente del autor y sacudirnos de las confusiones que a veces el creador nos quiere imponer o engatusar con su relato fidedigno para que creamos en su gran mentira literaria. Esas discusiones teóricas pueden tomar una discusión pendiente. Uso estos insumos no gratuitamente sino para presentar esta novela de Juan Carlos Rodríguez Farfán, Bajas Pasiones.
La simple mirada a la portada del libro puede sugerirnos en nuestras cabezas alegorías explícitas de algún personaje de nuestra fauna política regional arequipeña, puede ubicarnos en contextos nada santos y muchas veces perversos que los arequipeños conocemos muy de cerca. Sus personajes son siluetas monstruosas, retazos turbios de seres humanos capaces de todo por una migaja de poder. He ahí la maestría del narrador de construir mundos y psicologías de nuestra cruenta realidad y provocar con su escritura primeramente una emoción y luego un gusto estético. Y la prosa de Farfán va desde la sutileza sensual edulcorarada al componer a un personaje como Clarabella que es la simbiosis de una mujer angurrienta de poder político con un candor farandulero que enternece por su inconsistente personalidad.
Pero otro personaje rico en su fisonomía, sus ataques de un pobre saber de libros de cultura general creyendo que sus palabras o análisis son de la puta mare y a la altura de los modernos sociólogos que llamó Fernando Iwasaki en su libro Nación peruana : entelequia o utopía, trayectoria de una falacia(CRESE,1989). El Chino Huarca no es Zavalita que duda del destino del Perú ni Rosendo Maqui quien lucha por su comunidad con todas sus fuerzas indígenas. Huarca es una mezcla de tinterillo con aprendiz de libretista. Es un adulón perfecto, sabe cuándo tirar saliva, cuando soltar una noticia bomba, cuando encantar a su sacrosanto jefe para demostrarle como que solito se tumba o levanta un gobierno. El Chino Huarca es un sociólogo de cantina, un antropólogo de menudencias, un filósofo del embuste. Pero posee argucias, lee bien la realidad y sus contextos, huele el peligro y sabe cuándo huir de las arrechuras del poder para saltar del barco y decir: “Yo no fui”, “Conmigo no es la cosa”. Huarca es un molde que encontramos en los gobiernos de toda laya, se reproducen como hormigas, son el complemento de todo aquel que solo desea poder por el poder.
Farfán no se queda en la novela dibujando los retratos políticos sino que desmenuza aspectos tangenciales a la melancólica vida del personaje que cuenta estas peripecias. Nos habla de poetas, de los burócratas, de las broncas que acontecen alrededor de una figura poderosa como Condorcanqui que es la mesiánica figura que abraza a todos su acólitos y los somete a su mensaje místico, andino y esotérico. Condorcanqui quiso ser dios, wiracocha, el sol que brilla para los pobres pero acabó bajo la sombra de sus propios delirios en las hermosas tierras de Socabaya(donde para variar reside, en un penal, el ex gobernador Elmer Cáceres Llica). Cualquier parecido con la realidad, créame, es pura coincidencia.
Nota: Texto leído el 9 de diciembre en la presentación del libro Bajas pasiones (Quimera,2022) de Juan Carlos Rodríguez Farfán. Sala Mariano Melgar de la Universidad Nacional de San Agustín.
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