Andrea Narvaez

Paridad y alternancia: una falacia política

No representa un avance, porque glorifica y pondera la mediocridad

Paridad y alternancia: una falacia política
Andrea Narvaez
30 de julio del 2020


La Ley de Paridad y Alternancia es un burdo homenaje a la mediocridad. No solo prioriza características biológicas por encima del mérito y la capacidad, sino que además atenta contra el orden espontáneo, que consiste en la combinación libre de personas interesadas en cumplir sus objetivos personales. La evolución del hombre sobre la tierra, el lenguaje humano, el derecho, las reglas de tránsito, la economía de mercado, el sistema de precios y dinero son ejemplos clásicos de sistemas que han surgido del orden espontáneo, porque han sido desarrollados sobre una condición previa llamada libertad. Bien lo decía Pierre-Joseph Proudhon: "La libertad no es la hija, sino la madre del orden". Y justamente todo proceso de elecciones partidarias se basa en la participación libre de todos los ciudadanos, tanto de hombres como de mujeres. Sin restricción, discriminación o prohibición alguna, engendrando un orden como producto de la libre mezcla de los agentes políticos.

Pretender forzar la paridad es contradecir la realidad de los hechos. Tal como lo define la Teoría General de los Sistemas, que estudia los principios, interrelaciones y patrones de comportamiento en los diversos sistemas, debido a que cada cual presenta dinamismos distintos. En el caso específico de los sistemas políticos se muestra un comportamiento particular a nivel global; sobre todo en países donde se ejerce el mecanismo democrático, se observa que la participación masculina es mayor a la de las mujeres. Un ejemplo claro que demuestra este fenómeno se da al momento de armar las listas de candidatos. Siempre vemos que la postulación del sector femenino es menor. Y cuando pretenden cubrir esas cuotas tienen que estar preocupándose en buscar a la hija, esposa, vecina de los dirigentes, o a algún conocido que recomiende una mujer para cubrir el espacio, porque de manera contraria la lista no procede y queda anulada. En el peor de los casos algunos partidos recurren a comprar voluntades de algunas mujeres para que acepten conformar la lista, con el fin de salvar la participación del partido político. De esta manera se pondera la condición biológica y no meritocrática para cumplir los tediosos requisitos de cuotas. 

Si nos cruzamos con un hipotético escenario en el cual exista una mayor postulación de cuadros femeninos, ¿qué pasaría con las mujeres restantes que no logren estar dentro del 50% de la lista? ¿Las dejamos afuera por el simple hecho de no tener con quien alternar? Esa es la realidad de los hechos, con la que se golpean la cara los activistas de ideologías paritarias al momento de la praxis política. A los burócratas de organismos internacionales, que jamás han pisado un partido político, les resulta entretenido recomendar leyes como si se tratase de recetar postres para endulzar caprichos ideológicos del feminismo acomplejado y victimista. La ONU advierte oportunamente sobre el peligro en el que se encuentra el liderazgo y participación política de la mujer. ¿Dónde está el peligro si hay mujeres electas en el Parlamento y liderando en el sector público y privado? ¿Quiere decir que personas sin experiencia partidaria van a decirnos cómo deberíamos organizar nuestros partidos políticos?

La Ley de Paridad y Alternancia es una burla absoluta a la capacidad de todas las mujeres. No necesitamos leyes para exigir la participación política femenina porque basta que las mujeres compitamos en igualdad de condiciones. En vez de forzar la composición paritaria de las listas, se debe incentivar la participación de las mujeres a través de las escuelas de formación política; pero no obligar a los partidos políticos a armar listas manipuladas y que van en contra de la naturaleza espontánea de los hechos. 

Si en un pasado la mujer no tuvo participación política fue porque en épocas anteriores no existían tantas oportunidades para hombres y mujeres. El sector femenino tendía a quedarse en el hogar para colaborar con los quehaceres domésticos, mientras que los hombres salían a buscar el sustento del hogar, cumpliendo labores más rudas y con mayor responsabilidad en la sociedad. Por tal motivo tenían mayor discernimiento sobre asuntos civiles y podían deliberar con conocimiento de causa para tomar decisiones políticas con respecto a las necesidades de su comunidad. Eran otros tiempos, más rústicos y más adversos, no había otras alternativas. Pero hoy en día, con el avance de la tecnología y la apertura del mercado, se han creado condiciones distintas para ambos, y se facilita la partición de las mujeres en los distintos campos. En tal sentido, las cosas hay que juzgarlas de acuerdo al contexto histórico, y no por los caprichos del neofeminismo que le rinde culto a deseos personales utópicos, pisoteando las proposiciones razonables basadas en la realidad de los hechos. La paridad y alternancia es una mofa atrevida contra la lógica; y no representa un avance sino un retroceso, porque glorifica y pondera la mediocridad, mas no la meritocracia.

Andrea Narvaez
30 de julio del 2020

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