Juan C. Valdivia Cano
Mirada en movimiento
Texto de presentación, como curador, de la muestra del artista Germán Rondón (noviembre 2017)
Ver la paja en el ojo ajeno es típico. No verla en el propio es más típico aún. Pero ¿cómo podríamos ver la paja en el ojo ajeno si no proyectáramos la nuestra, nuestra propia paja, nuestra propia sombra, nuestro propio lado oscuro que no queremos reconocer? No la podríamos ver en el otro si no la tuviéramos ya bien instalada en nosotros mismos. Algunos personajes de Germán Rondón Valdivia (Gerova) se presentan ante nosotros mediante una imagen que oculta su sombra, su lado oscuro inseparable. La saludable salida que propone con una parte de su obra, que usted lector advertirá, es su reconocimiento, la integración de ese lado tenebroso a la labor productiva o creativa. El reconocimiento de uno mismo se hace posible por el conocimiento y la mirada de los demás. Es por comparación con, y con la ayuda de los demás que uno se conoce a sí mismo, se transforma y supera a sí mismo.
Objetos útiles
La nostalgia de la infancia, en este caso la del artista, se expresa por una irrupción de lo fantástico, que es lo que ha estado haciendo Gerova probablemente desde siempre, trabajando en los sótanos del pasado, como él dice. Desde el pintarrajeo de las paredes y el techo de su antiguo cuarto de juventud, con personajes de su, en ese entonces, tenebrosa, pero siempre juguetona y sorprendente imaginación. Gracias a esos carismas el artista recupera esa parte de su infancia vinculada a sus abuelos. Con los insumos de esa recuperación recrea la plancha de carbón, la máquina de coser de la abuela, la carreta, etc., que es recuperada, recreada con el plus de belleza de sus sueños. Y si bien es cierto que “solo es nuestro lo que hemos perdido”, que “todo paraíso es un paraíso perdido” como decía Borges, no es menos cierto que el arte, como toda magia, mayor o menor, puede recuperar trozos importantes y decisivos de ese pasado.
¿Cabezas?
No. Es el otro. Son los otros que te dicen de muchas formas y colores quién eres, en este caso con gesto meditabundo. Cabezas que piensan en occidental o meditan en oriental, pero todas invitan a la introspección, al valeroso reconocimiento de lo que somos con todos nuestros defectos, limitaciones, huecos negros, etc. ¿Cuánta verdad soporta un ser humano? ¿Cuánto se atreve a soportar? Ese es el criterio que, según el filósofo Nietzsche, debe aplicarse para evaluar, para estimar, para valorar a un ser humano.
Uno de los rasgos remarcables en la obra de German Rondón Valdivia es la apertura de su visión artística, que no nos confina al mero aspecto plástico de su arte, sino que es indesligable e indiscernible de una posición muy consciente frente al mundo y la vida, una metafísica que se expresa físicamente como ha ocurrido con el arte moderno, desde la cataclísmica obra de Marcel Duchamp. “La sensación, el tacto y el contacto con el barro elemental y fundamental, el estado anímico que provoca el mágico vínculo con la arcilla, señala Gerova, ofrece la generosa opción de tocar el paraíso y producir un mundo”.
Mirada en movimiento
“Ver de lejos es una cosa; pero ir allí, es otra, decía Brancusi” escultor matinal y solitario como Gérman Rondón Valdivia que, en esta performance de cerámica y arcilla, ha logrado no solo ver de lejos sino “ir allí”, como pedía su colega italiano. Ir allí con sus personajes y su mundo. Y contagiarnos su pasión y su entusiasmo creador. Detrás queda el largo camino de aprendizaje, creación y recreación, recorrido por Gerova, viendo “de lejos” y “de cerca” con la amplitud, precisión, parsimonia y discreta elegancia de siempre.
¿Será que hay que agregar a la sensualidad intrínseca del agarrar la tierra, el lodo, la arcilla con las propias manos, la sensualidad de lo prohibido? ¿Será el caso de Gerova? Se diría un escultor que hace filosofía con los cuerpos, con los objetos, con los colores, y especialmente con la tierra arcillosa cuya expresión son esas esculturas en cerámica que recrean la vida olvidada, su vida y la nuestra, con ese toque simultáneo de irrealidad y de lejanía, esa infancia olvidada presta a despertar y a expresarse arcilla mediante.
En esta performance (que no simplemente exposición escultórica) el artista ha alcanzado algo que ya no es solo larga y paciente búsqueda, sino encuentro, fluido y continuo encuentro consigo mismo, sin solución de aprendizaje, por así decirlo. Encuentro con un lenguaje, su lenguaje, a través de la tierra arcillosa, la pintura, la cerámica, el metal y cualquier instrumento de su sintaxis de esteta. Un estilo que empezó en los libertarios setenta… cuando érase un canillita cuyo medio cuerpo se salía de la pintura en tres dimensiones, lo que hacía ver, desde ya, la manifestación de un enérgico movimiento… inmóvil.
La paradoja es que la cerámica o la escultura, aparentemente quietas, fijas, aquí parecen expresar en algunos personajes, como primera pretensión, el movimiento, es decir la contradicción, la unidad y la lucha de opuestos, en una palabra, el motor y la esencia de la vida, porque, aunque suene algo exagerado, todo se mueve y se sigue moviendo sin excepción y no para de moverse. Y desde hace mucho los artistas han tratado de expresarlo, no de imitarlo, no de reflejarlo o representarlo, sino de expresarlo desde lo más profundo de su naturaleza. Por eso predomina en ellos el sentimiento y la emoción. La razón tiene un papel secundario. “Cada arte, señala Hegel, responde a un aspecto radical de lo más íntimo e irreductible que encierra en sí el hombre. Y este aspecto no será, por consiguiente, sino el tema ideal de cada una…”
Una expresión que se diría conceptual si no se tratara de alguien poco dado a los conceptos, que se ha dedicado al arte mucho más que a ellos, lo que no excluye una metafísica muy suya a través de la arcilla, el horno adecuado, una emoción y una visión, “La arcilla se dejó descubrir por el fuego”, recuerda Gerova. El horno que significativamente buscó durante años. Como artista de sangre, es un pensador profundo de su propio arte, cosa poco frecuente en el medio, aún si no se ha dedicado a su sistematización teórica, como le solicitamos sus fans.
“Cuando trato de recuperar un recuerdo siento que viene con máscara y disfraz…nunca es el recuerdo mismo…. El genuino recuerdo se escapa, se fuga. Igual me pasa con el pensamiento. Hay miles de posibilidades discursivas… pero la palabra es servil y cortesana…”. Tal vez por eso prefiere la nobleza de la arcilla y la potencia del horno para expresarse. Las palabras son abstracciones, la cerámica de Gerova son concreciones, idea realizada, ideal concreto. Es también en buena parte trabajo de albañil, de pesos, de porcentajes, de grosores y espesores, de cálculos, de experimentación constante. Un artista, un experimentador.
Y con ayuda de la arcilla y del horno ha encontrado la manera más específica y concreta de decir sencillamente lo que durante una larga etapa solo insinuaba. Hay movimiento, pero también quietud, los personajes están y por momentos parecen no estar del todo, como en un cuento de Cortazar, los rostros son y no son porque parecen difuminarse, como la fragilidad fantasmática de la vida. Los personajes son tan reales como irreales, dice German Rondón. Y lo dice simplemente con la simplicidad del que ha logrado soportar los embates de la adultez y mantener vivo algo del niño juguetón y creador que todos fuimos y que dejamos de ser para convertirnos en monstruosos adultos. Simplicidad que no excluye la complejidad en sí misma, como agrega Brancusi, razón por la cual, según él, “uno tiene que ser alimentado por su esencia con el fin de comprender su valor”
Gerova suele hablarle al barro: “concédeme el milagro…dame un pedazo de tu paraíso…deja que mis manos sueñen…” ¿En quién o en qué cree Germán Rondón, si es que cree en algo? ¿cómo concibe el mundo? Dejemos que él mismo responda: “Solo tengo el arte para tratar de expresarme y siento que cada momento es como una mariposa que desaparece al toparse con una vela encendida…”, la lucidez, si llega, dura muy poco.
Lo que Gerova expresa en esta muestra, sin embargo, no tiene que ver solamente con materia, arcilla o polvo, formas y armonías artísticas o cánones estéticos de hoy o de ayer; no tiene que ver sólo con la escultura y con el espacio que ocupa. Tiene que ver también con el tiempo. Porque el arte no es un mero pasatiempo sino el tiempo mismo, reordenado, reconstituido, la mejor arma contra el caos, contra el laberíntico sin sentido de la vida y contra la muerte, porque el arte es vida en el mejor sentido, vida recreada que hace posible la única belleza posible. Y quien dice vida dice movimiento, contradicción y unidad: el yin y el yang.
Caracteriza a Gerova, como se ve, las preocupaciones metafísicas y su olfato para detectar (desde la provincia andina y sin muchas referencias) y dar forma material o física a algunas hondas inquietudes de este tiempo. El lado oscuro del ser humano y la necesidad de su reconocimiento es una de ellas. Creo que eso tiene que ver con su afán de búsqueda y su gran apertura espiritual. Escultor sin fronteras, cosmopolita y provinciano, universal sin salir de su bucólico y bello taller.
Debo aprovechar esta oportunidad para agradecer a Germán Rondón Valdivia las múltiples enseñanzas de las que me he beneficiado personalmente durante décadas a través de su experiencia artística y su experiencia de vida, en conversaciones y convivencia y agradecer también su capacidad y paciencia para transmitirlas. Han influido tanto en mí, que he terminado por concebir el derecho, mi oficio, como un arte y la vida como un trabajo de escultura sobre nosotros mismos. Gracias, Gerova, por agregar tanto valor contante y sonante a esta vida que tanto valor necesita.
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