Guillermo Vidalón

Más alto, más solo

Posibilidades y riesgos de la popularidad presidencial

Más alto, más solo
Guillermo Vidalón
12 de diciembre del 2018

 

El presidente Martín Vizcarra ha obtenido un gran respaldo electoral para las propuestas que puso en consulta de la ciudadanía. El riesgo en adelante será si está a la altura del desafío que se le ha planteado. Son pocas las veces que un gobernante ha obtenido un respaldo tan amplio, pero también son pocas las oportunidades que dicho capital político fue empleado en lo que se requería.

El 3 de octubre de 1968, el Gral. E.P. Juan Velasco Alvarado dio un golpe de Estado que defenestró del poder al Arq. Fernando Belaunde Terry. A los pocos días de asumir el mando, ocupó las instalaciones de la International Petroleum Company (IPC) en Talara. Antes de cumplir su primer año de Gobierno, decidió promulgar la ley de Reforma Agraria. Ambas medidas fueron largamente esperadas y nunca ejecutadas.

El resultado de estas medidas (calificadas de social populistas) fue el esperado: quiebra de la productividad del campo, mayor burocracia y manejo político de las cifras macroeconómicas. En consecuencia, el déficit fiscal y la deuda pública fueron enormes y el impacto en la inflación fue catastrófico. A ello se sumó el accionar terrorista.

En 1985 Alan García tuvo un gran respaldo ciudadano. A los pocos meses de su ejercicio en el poder, su popularidad sobrepasaba el 80% en prácticamente todos los niveles socio económicos. Las publicaciones más importantes decían que para él, el cielo era el límite. La experiencia nos enseñó que el joven mandatario se mareó con el poder, apartó a los principales líderes de su organización y menospreció los consejos de profesionales experimentados.

En 1990 Alberto Fujimori decidió —a los pocos días en el poder— la implementación de un conjunto de medidas económicas que permitieron el reordenamiento de las cuentas nacionales. Fue calificado despectivamente como el shock. Fujimori hizo una interpretación del sentir popular, se subió a la ola del hartazgo ciudadano con la hiperinflación, la depreciación del sol y el terrorismo, y contó con el respaldo suficiente para cambiar el destino del país. La economía reaccionó positivamente, pero el autoritarismo se acrecentó y las decisiones más trascendentes del Estado se llevaron a cabo en una sala del Servicio de Inteligencia Nacional, donde se decidió la quiebra del orden democrático, así como los mayores actos de corrupción.

El 2001, vino la restauración democrática de todos aquellos defenestrados del poder, liderados por Alejandro Toledo, quien portaba una vincha y una mascaipacha falsa. Decía ser una especie de encarnación de un Inca, por eso empleaba este símbolo. Terminó desacreditado, comprometido en actos de corrupción y, en la práctica, refugiado en los Estados Unidos.

Alan García vuelve al poder el 2006 y Ollanta Humala resulta electo el 2011. En ambas oportunidades el respaldo popular no les fue tan amplio. No estuvieron exentos de corrupción, pero al menos el primero imprimió mayor velocidad al crecimiento económico, en comparación con otros países latinoamericanos.

En el 2016 Pedro Pablo Kuczynski resultó electo. Su paso por la presidencia fue accidentado, motivado por un ejercicio del poder poco transparente. Martín Vizcarra asume el poder en marzo del presente año. Después de ser calificado como un inquilino anodino en Palacio de Gobierno, ha demostrado que es capaz de trepar muy alto y de sintonizar con la población. Ahora, que cuenta con suficiente respaldo ciudadano, es el momento para tomar las medidas que conviertan al Perú en un país que decidió, también, trepar alto en los Índices de Competitividad del Doing Business. Sin ellos, no se atrae la inversión ni se generan puestos de trabajo productivos, tampoco se disminuye la informalidad ni la pobreza. Y el “cheque en blanco”, rápidamente puede carecer de fondos. Esperemos que esto no pase por el bien del Perú y la gobernabilidad.

 

Guillermo Vidalón
12 de diciembre del 2018

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