Darío Enríquez
Los venezolanos, el papa Francisco y la papa peruana
Crónica de la xenofobia y la felonía ideológica de las izquierdas
En las últimas semanas se ha puesto en evidencia un cambio importante en el paisaje urbano en las ciudades del Perú, en especial en Lima: una suerte de idilio solidario con los refugiados venezolanos habría terminado, mutando hacia una reacción de rechazo por una parte importante de los ciudadanos, en especial en los estratos medios y bajos, donde —por ahora— la mano de obra venezolana al parecer “disputa espacios” con la peruana.
Al mismo tiempo, las atrocidades que la tiranía socialista (valga la redundancia) en Venezuela perpetra contra sus propios ciudadanos despiertan una ola de indignación en todo el planeta. En la última semana se ha criticado el “ruidoso” silencio de El Vaticano —en la persona del papa Francisco— respecto a lo que se conoce como la “masacre del Junquito”, el ajusticiamiento extrajudicial del insurrecto capitán de Policía Oscar Pérez y seis de sus compañeros. Aunque esperamos que en los próximos días haya un pronunciamiento de la Santa Sede, el tiempo transcurrido impacienta y decepciona. Es cierto que la Iglesia desde siempre participa activamente en el difícil cotidiano de nuestro hermano país, y es probable que su mediación en el día-a-día (obras sociales, ayuda humanitaria, urgencias alimentarias, etc.) evite hasta hoy que se desate un baño de sangre en las tierras del Orinoco. Pero una posición oficial frente a las tropelías del régimen socialista venezolano se hace necesaria.
Lo que sí resulta imposible de justificar es la actitud de quienes en forma visceral le reclaman al papa Francisco. Un observador externo y apenas informado podría pensar que la Iglesia es poco menos que responsable de lo que sucede en Venezuela. Es necesaria una precisión: los primeros y exclusivos responsables de la destrucción de Venezuela son sus propios ciudadanos. Desde muchos lados les llegaban las advertencias respecto de lo que iba a sobrevenir si se permitía el experimento socialista. Pero mientras se hacía la fiesta (casi) todos disfrutaban, creyendo que iba a durar para siempre; mientras que frente a los evidentes y progresivos atentados contra las más elementales libertades, por parte del socialismo del siglo XXI, simplemente preferían mirar hacia otro lado. Hoy se encuentran en un durísimo período de penitencia, que ya es largo y va a seguir siéndolo. En 2004 recuerdo haber conversado con un amigo venezolano al respecto. Le advertíamos sobre los peligros del socialismo y su economía-ficción. Su respuesta fue tremenda: “Mientras pueda llenar mi tanque de gasolina con un dólar, pues ¡Viva Chávez!”.
El problema en Venezuela no es realmente Chávez ni Maduro ni Diosdado —nefastos y despreciables operadores— sino el socialismo en esta versión tropical tan terrible, nociva, tiránica, tóxica y liberticida. El signo distintivo de todos los socialismos es que si continúan su proceso (degenerativo) terminan en crisis humanitarias, esparciendo miseria económica, social y moral, atacando y masacrando a sus propios ciudadanos para sostenerse en el poder. Ademá, han jugado al aprendiz de brujo en geopolítica, incorporando otros elementos conflictivos —como las relaciones de la tiranía con los gobiernos de Cuba, Irán, Rusia y China— y abriendo importantes frentes internacionales en su búsqueda de contrapesos a la presión regional, en especial de EE. UU. Un agravante adicional es su complacencia, cuando no complicidad, con el narcoterrorismo de las FARC. Complejísimo.
Gracias a la solidaridad del Perú, hoy se cuenta alrededor de 100,000 refugiados venezolanos llegados en los últimos 24 meses, y el flujo diario se eleva a 350 nuevos refugiados. Sin embargo, solo el 20% habría tramitado el permiso temporal de trabajo. A fines del 2018, de continuar este ritmo, tendremos una cifra cercana o superior a los 250,000. Entre los venezolanos que buscan una oportunidad en el Perú, muchos desempeñan trabajos menores, pese a contar con una calificación superior, e incluso muchos otros se han insertado en la lógica del trabajo informal, como vendedores ambulantes. También debemos decirlo, sin falsos tabúes, que lamentablemente algunos hombres y mujeres refugiados se han integrado notoriamente al obscuro circuito del comercio sexual y la trata de personas.
Como país tenemos y ejercemos el derecho de evaluar a los extranjeros que llegan al Perú, tanto si lo hacen como turistas o con la idea de establecerse. Se está haciendo, pero los temores de una labor poco eficaz son justificados por la conocida laxitud e inoperancia del Estado, sin contar un posible mercado negro de trámites festinados por funcionarios corruptos. En lo cotidiano, se hace patente un brote bastante serio de xenofobia contra los venezolanos. Entre los estratos medios y bajos, especialmente en medio de la informalidad, en zonas grises entre formalidad e informalidad, o actividades de baja calificación laboral, se empieza a propagar una animadversión contra la mano de obra venezolana. Se aduce que desplazan injustamente a los peruanos, que aceptan sueldos por debajo del promedio. Comentarios diversos hablan de que jóvenes venezolanos que acceden a puestos de servicio en restaurantes o en tiendas de venta general, lucen mejor trato y mayor nivel de socialización que sus pares peruanos. Por lo tanto, la mano de obra venezolana parece tener un mejor rendimiento y mayor aporte como valor agregado de su trabajo. Se evidencian carencias de nuestra educación básica primaria y secundaria, también diferencias culturales que deberíamos estudiar y conocer.
En todo esto hay mucha confusión. En los diversos medios de comunicación se habla de combatir este brote xenofóbico, e invocan a ser solidarios con los refugiados venezolanos. Eso es muy bueno. Pero al mismo tiempo, hace unos días esos mismos medios armaron una absurda algarada mediática con el paro de los productores de papa y lanzaron la campaña: “cómprale al Perú, los peruanos son primero”. Absurdo, porque las importaciones de papa no superan el 0,7% del consumo total del Perú. Penoso, porque ya habíamos superado las febriles ideas de sostener artificialmente a productores ineficientes y en complicidad con el Estado, cargando el costo a los ciudadanos. Este fue uno de los ingredientes ideológicos de la economía-ficción con la que el régimen militar-socialista entre 1968 y 1990 destruyó a nuestro país. Incluimos los años ochenta, porque en esa década los partidos políticos AP y APRA fueron incapaces de desmontar el nefasto régimen impuesto por la dictadura militar y hasta agravaron sus consecuencias llevándonos a la peor crisis de nuestra historia. Es el mismo sustrato ideológico altamente tóxico que hoy realimenta la carestía, la escasez y la miseria en Venezuela. Los reclamos de los productores de papa tenían una base falsa, pero desde el morbo y la búsqueda de rating, a partir de irreflexivos escándalos mediáticos e impostada indignación, en los medios de comunicación se vendió la especie de “los peruanos son primero”. Una suerte de esquizofrenia mediática. Este mensaje no ha hecho otra cosa que alimentar inadvertidamente una peligrosa espiral xenofóbica que hoy nos propone el reto de vernos en el espejo de nuestros propios migrantes esparcidos por el mundo; además de combatir la torpe intervención que se propone desde el Estado para “proteger a unos y otros”, en lugar de sostener por la vía del mercado los incentivos que llevan al éxito o al fracaso en la medida que sepamos satisfacer eficazmente las necesidades de los clientes.
Así, se está embalsando una situación conflictiva que podría salirse de control. Por su lado, no llama la atención que diversos colectivos políticos de izquierda agiten este sentimiento contra los refugiados. Ellos saben que la presencia de refugiados venezolanos en el Perú y sus testimonios ponen en evidencia a sus tiránicos socios ideológicos venezolanos. Es una felonía ideológica que perpetra gran parte de la izquierda peruana, haciéndose execrable cómplice de los crímenes de lesa humanidad cometidos por la tiranía socialista en Venezuela. Esta tiranía cuenta con el apoyo de aparatos gansteriles transnacionales, como el socialista Foro de Sao Paulo, con la corrupta red mercantilista (Odebrecht, Camargo & Correa, OAS, etc.), como poderoso brazo financiero, y junto al Partido de los Trabajadores, con el corrupto socialista Lula da Silva como cabecilla y operador político.
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