Mar Mounier
Los sectarios
Sobre el fundamentalismo político y los riesgos que conlleva para una sociedad libre
El sectarismo es, en definición, la exclusión fundamentalista de las ideas u opiniones ajenas. A mediados del siglo XX, el escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn nos presentó el modelo de sectarismo establecido por los partidos comunistas (magistralmente descrito en su obra: “Archipiélago Gulag”). En aquel texto, el autor denuncia la estructura de represión instaurada por el régimen stalinista en la antigua URSS, partiendo de su experiencia personal y de miles de testimonios de personas víctimas del “Gulag”. El libro fue muy criticado en occidente (Sartre, año 60), y causó serios problemas a su autor. Entre las represalias de parte de la KGB rusa, la secretaria de Solzhenitsyn fue encontrada muerta en su departamento, y él fue recluido primero en un campo de concentración y después expulsado de su país.
Si bien el término fue descrito antes por diversos autores, me remito a este escritor por su exacta y aplastante transcripción al referirse a este mecanismo de ostracismo ideológico institucionalizado por el gobierno ruso, de una forma clara y precisa. Solzhenitsyn refiere al sectarismo comunista en términos de “religión enloquecida” seguida a rajatabla por seguidores altamente ideologizados. “El cuerpo caído del partido [político] aparecía cubierto de llagas purulentas y estigmas sanguinolentos. Nadie lo percibía. ¿Dónde y cuándo encontraba la historia, santos [partidarios] tan enfermos? Si el partido encarnaba la voluntad de la Historia, entonces era que la Historia estaba enferma”. ¿No les parece familiar este párrafo del texto, en nuestra realidad política? El sectarismo aparece en nuestros días, según Solzhenitsyn, como una nueva religión tan similar a las más primitivas: repele todo aquello que le cuestiona, contradice, discrepa o refuta su pensamiento omnímodo y despótico. Lo peor es que quienes están dentro de aquel, se niegan a ver esa realidad.
Pero, ¿cómo identificar a un sectario? Por la enfermiza obsesión a la persecución de su “enemigo”; luego, por la negación ante los errores propios y de sus líderes, y finalmente, por la total exclusión a las ideas externas/contrarias a su dogma.
En la primera característica, el sectario busca que el “enemigo” pague con “todo el peso de la ley” por sus errores. No le importa si la condena es proporcional al delito, mucho menos se preocupa en actuar con justicia. No está seguro de cuál es el pensamiento de ese adversario (ya que nunca escucha), solo se deja llevar por el discurso gregario de quienes considera sus líderes y quienes dirigen su convicción dogmática y prosélita. El “enemigo” no tiene virtudes de ningún tipo, es vilipendiado y vejado en todas las formas posibles. Es deshumanizado, satanizado, no es merecedor de compasión alguna.
La segunda característica del sectario, es que presenta una nula capacidad para identificar sus errores o los de sus líderes: “Esto no es verdad, los nuestros no pudieron haber cometido estos actos” -declaraciones de partidarios civiles del gobierno nazi, después de descubiertos los horrores de los campos de concentración y exterminio-.
La tercera característica del sectario es la naturaleza excluyente de sus ideas, debido al nivel de ideologización en el que vive inmerso; ergo, presenta una actitud de desprecio a la búsqueda de la verdad -y sobre todo- de la realidad. En tertulias, no permite lugar al debate, y si por alguna razón incurre en un diálogo con quien exprese fluidez de ideas, será únicamente para imponer su punto de vista bajo cualquier parámetro. Para entendernos mejor, el “diálogo” sectario fija “cuál es la verdad”, “qué es lo que se puede decir”, “qué es lo que puede ser cuestionado y lo que no”, “qué es lo que tiene sentido y qué es lo que carece de éste”, “que es lo que está bien o lo que está mal” y “qué es lo que puede ser investigado y qué es lo que no puede serlo”. Ningún cuestionamiento puede ser real ante su imposibilidad de establecer cualquier racionalidad externa.
El sectarismo es la amenaza que nos llevará a enfrentarnos con los espantajos detrás del patio (Sendero Luminoso y su fanatismo sanguinario), esos que nos regresan una historia de conflictos y lamentaciones. Tal vez –quizá- ya sea demasiado tarde, pues habremos construido una sociedad que no querremos conocer: sin intelectuales ni pensadores libres, sin hombres con principios ni valores que defiendan las ideas ajenas tanto como las suyas y que, por sobre todo, defiendan la verdad como principio y como fin supremo. Practicandolo, habremos institucionalizado el poder de las castas políticas sectarias y la Historia nos pasará la factura. Y en este punto no importará que seamos de izquierdas o derechas.
Por Mar Mounier (El hígado de Marita)
10 - nov - 2014
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