Jorge Valenzuela
Los ojos malditos de Valdelomar
A propósito de la publicación de la antología Valdelomar esencial y la narrativa criollista
Gracias al Gobierno Regional de Ica, la Biblioteca Abraham Valdelomar y la Academia Peruana de la Lengua contamos con una nueva antología de la obra de nuestro insigne iqueño. En esta oportunidad, la selección, introducción, cronología, notas y bibliografía estuvo a cargo del reconocido poeta Ricardo Silva Santisteban, Presidente de la Academia.
Estamos frente a un volumen de 460 páginas que incluye una muestra de la poesía, narrativa, teatro, autobiografía, crónicas, conferencias y oraciones patrióticas destinada a los profesores de la región Ica con el objetivo de estimular la lectura en los jóvenes escolares. Sea esta publicación, pues, motivo para reflexionar sobre un aspecto de la obra narrativa de nuestro connotado cuentista.
Los primeros cuentos de Valdelomar, incluidos en esta antología, pueden ser vistos como un momento en nuestra literatura caracterizado por el diálogo problemático entre una narrativa (criolla en la propuesta del propio Valdelomar) que pugnaba por ser local, de la provincia y pintoresca, y otra, que persistía en el elitismo cosmopolita en el que había caído el modernismo en su etapa más extrema. Pensemos en los primeros cuentos de Ventura García Calderón publicados en el conjunto Dolorosa y desnuda realidad de 1914, año en el que Valdelomar ya ha escrito algunos de sus primeros cuentos que califica de criollos. Sin embargo, algunos de estos textos que el propio Valdelomar denominó de esa forma, no lo son tanto si nos atenemos a la presencia de elementos del llamado modernismo decadentista. Tomemos como ejemplo, para problematizar la categoría de “cuento criollo” a “Los ojos de Judas”, cuento que se caracteriza, fundamentalmente, desde el inicio, por la percepción extraña del mundo circundante realizada por un niño desde el recuerdo de un hombre adulto que se ve a sí mismo viviendo una experiencia trágica. Es significativo el hecho de que el narrador utilice, por lo menos diez veces a lo largo del cuento, el término extraño para dar cuenta de un proceso de desfamiliarización del entorno y de un desapego ante lo natural. Si pensamos en la comunión del espacio y el personaje como una característica del cuento criollista, como sucede en “El caballero Carmelo”, entonces “Los ojos de Judas”, por lo menos, pone en cuestión este aspecto. A este elemento debemos sumar una prosa que emplea símiles y adjetivaciones decadentistas de acabamiento y morbidez. Citemos: “como cadáveres de insectos, acosados por hormigas hambrientas”, “hacia el jardín cuya única vid desmedrada y raquítica, de hojas carcomidas por el salitre” o “varias luces que surgen y se pierden a lo lejos como vidas estériles”.
Otro aspecto de la narrativa criollista es la reivindicación de ciertos valores como la unión familiar, el honor, el patriotismo, la fuerza de la fe, etcétera. En “los ojos de Judas”, por el contrario, vemos la destrucción del núcleo familiar con el encarcelamiento de Fernando a partir de una delación cometida por Luisa, su esposa (es cierto que para salvar a su hijo) hecho que la convierte en una Judas en el contexto de las festividades por Semana Santa (quizá el único aspecto criollista del cuento). El hecho que, luego de esta traición, se sugiera que este personaje pierda la razón y devenga en la mujer de blanco, casi convertida en una muerta-viva que vaga por las costas de Pisco en busca de su hijo, aleja más aún a este cuento del criollismo narrativo.
Pero quizá el elemento menos criollista sea el de la ausencia de redención en el mundo que propone el cuento, un mundo viciado por el mal, propio del decandentismo narrativo. Si nos atenemos al desenlace, vemos que el sentimiento de culpa se instaura en el personaje narrador que ve frustrado su intento de perdonar a Judas y por ende a la mujer (o a su sublimada representación) que ha traicionado a su marido. Este intento frustrado de acceder a alguna clase de perdón busca poner a prueba los principios de la fe cristiana, presentados de manera inflexible en un niño que, con su resistencia a perdonar a Judas, a pedido de la mujer, precipita el suicidio de la misma. Finalmente, la presencia del miedo y del terror psicológicos experimentados por el niño en contacto con al cadáver de la mujer varado por los aguas con los ojos muy abiertos (parecidos a los del muñeco de Judas que van a quemar en la plaza en sábado de gloria), nos acerca a lo abismal, a lo oscuro, a la manifestación material del mal.
La lectura de esta antología, recomendable e imprescindible desde todo punto de vista, se convierte en una invitación a repensar la obra de Valdelomar cuya riqueza y complejidad, desde mi modesto punto de vista, deben seguir descubriéndose.
Por Jorge Valenzuela
27 – May – 2015
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