Francisco Swett
Los números de la creación
Seis parámetros cuya inmutabilidad determina la realidad
El estudio de las ciencias naturales ofrece una serie de incomparables refugios de certidumbre. La elegancia y la certeza de sus números me lleva de inmediato a pensar en el “filo de la navaja” de Ockham. Me apresuro a decir que no es un arma corto punzante, sino una propuesta lógica, denominada la Ley de la Parsimonia, hecha por el venerable fraile franciscano William de Ockham (1287-1324), quien postuló que “la pluralidad no debe ser propuesta sin necesidad” y, por lo tanto, la respuesta más simple (esto es, la que demanda de menos supuestos) es generalmente la correcta. Expresado en lenguaje vulgar, la “navaja” lógica establece que entre dos opciones equivalentes, es mejor escoger la más sencilla. En el tema de hoy, el planteamiento de Ockham nos permite dilucidar una extraordinaria tautología que responde a la pregunta: ¿por qué estamos aquí?. Más allá de la fe, los números del universo, que son espesos para la comprensión, son al mismo tiempo claros y contundentes.
Martin Rees —británico (1942), astrónomo de la Casa Real, profesor de la Universidad de Cambridge, y eminente cosmólogo y astrofísico— argumenta, en su libro titulado Solo seis números, que en la arquitectura del universo hay seis parámetros cuya precisión e inmutabilidad son los determinantes de la realidad. Para ello, debemos entender que hay cuatro fuerzas fundamentales del universo: el electromagnetismo (pensemos en sus aplicaciones en toda la tecnología que nos rodea), la fuerza nuclear débil (que da origen a la radioactividad), la fuerza nuclear fuerte (que reviste a los núcleos de los átomos y, al ser descubierta, nos ha hecho vivir en la Era Nuclear), y la fuerza de la gravedad (la que percibimos cuando nos damos un tropezón).
¿Cuáles son los seis números?. Existe, en primer lugar, un balance exacto de 1/-10³⁶ entre la fuerza nuclear fuerte y la fuerza de la gravedad. Si la fuerza de la gravedad fuera más fuerte, o la nuclear más tenue, el universo simplemente no podría haber sido.
Segundo, al momento del inicio del universo, el denominado parámetro de densidad (Ὡ por omega) no podía ser diferente a la unidad, o no se hubiese producido la inflación luego de la explosión inicial hace 13,700 millones de años y el universo hubiera sido nonato, permaneciendo en el estado de singularidad.
Tercero, en la escala macro hay solamente tres dimensiones, y no dos o cuatro, para así mantener la relación inversa de atracción entre las masas y el cuadrado de la distancia; si hubiese cuatro dimensiones, la relación sería al cubo y el tránsito de los planetas alrededor de sus estrellas sería tan incierto que, si por cualquier motivo el planeta en cuestión se desacelerara iría a parar al centro de su estrella. Y si se acelerase, sería despedido al espacio sideral.
Cuarto, la relación entre la energía de la masa inerte y la fuerza de gravedad (denominada “Q”) de 1:100,000 permite la condensación de los gases y la formación de las galaxias; sin galaxias no habría estrellas, ni planetas, ni nosotros.
Quinto, la medida de eficiencia nuclear (ὲ por épsilon) tiene un valor de 0.007; si la tuviese menor no habría otro elemento que el hidrógeno, sin presencia de helio, carbono, hierro, oxígeno y la química compleja de la que estamos constituidos.
Sexto, la constante cosmológica de Einstein (λ por lambda) es un número tan pequeño que su valor se aproxima a cero (un uno precedido de 120 ceros de decimales), pero se trata justamente de la fuerza que, a manera de viada, impulsa al universo y determina, con certeza, el futuro.
Se trata, en el conjunto de todo lo descrito, de una lectura de la mente de Dios cuando, en el principio, estaba ocupado definiendo nuestra presencia fugaz, pero relevante, en la obra de la creación. La ciencia y la fe, podemos concluir, sí pueden ir de la mano. Entender la arquitectura del universo no requiere recurrir a la magia o dilucidar cuántos ángeles pueden danzar en la cabeza de un alfiler, pues la mente humana sí está equipada para aplicar la lógica y arribar a propuestas sencillas cuyo efecto final es mejor entender la extraordinaria tautología a la que he hecho referencia: la de la realidad de la cual formamos parte.
COMENTARIOS