Arturo Valverde
Los inicios en los relatos de Joseph Conrad
Los párrafos iniciales siempre parecen la invitación a un viaje
Querida hermana:
Me entretengo por estos días con algunos cuentos de Joseph Conrad, un escritor que deseaba leer desde hace varios meses. Tanto me gustan las historias breves que tengo seleccionado el inicio de algunos de ellos, seguramente porque me he sentido más hechizado con unos que otros.
En el caso de Conrad, desde las primeras líneas, creo que uno puede sentir el deseo de penetrar en sus historias y descubrir lo que vendrá después. Aquí comparto algunos de esos inicios, que me han atrapado bastante:
“El blanco, con los dos brazos sobre el techo del camarote situado en la popa de la barca, le dijo al timonel: Pasaremos la noche en el claro de Arsat. Es tarde” (La Laguna)
“Había dos blancos a cargo de la factoría. Kayers, el jefe, era bajo y gordo; Carlier, el ayudante, era alto, de cabeza grande y dueño de un torso muy ancho posado sobre unas largas piernas flacas. El tercer miembro del personal era un negro de Sierra Leona que aseguraba llamarse Henry Price. Sin embargo, por algún motivo los nativos de río abajo lo llamaban Makola, y el nombre se le había pegado en sus viajes por la zona” (Una avanzadilla del progreso).
“La conocimos en los días inciertos en que nos bastaba con ser dueños de nuestras vidas y de nuestras propiedades. Ninguno de nosotros, creo, tiene ahora propiedades, y he oído que muchos, por negligencia, perdieron la vida…” (Karain: un recuerdo).
“Esta historia solo pudo ocurrir en Inglaterra, donde los hombres y el mar, por decirlo así, se compenetran: el mar entra en la vida de la mayoría de los hombres y los hombres lo saben todo sobre el mar, o al menos un poco, en relación con el recreo, los viajes o la forma de ganarse el sustento” (Juventud)
Pero, quizás, el que me ha sorprendido más, es el inicio del cuento “Mañana”, en el que el narrador dice: “Lo que se sabía del capitán Hagberd en el pequeño puerto marino de Colebrook no jugaba exactamente a su favor”. De solo leer estas líneas, uno podría preguntarse: ¿Qué falta por conocer de ese capitán? Si lo poco que se sabía “no jugaba a su favor”.
Cada uno de estos párrafos iniciales parecen la invitación a un viaje, un tema recurrente en la obra de Conrad. Lo que viene después, basándonos en la traducción al español, es el resultado de bastante esfuerzo y dedicación en el manejo y cuidado del idioma, que embellece su narración, y crea una atmósfera envolvente. A Conrad hay que leerlo en silencio, para escucharlo.
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