Pedro Olaechea
Lo complejo de la familia
Los peligros de intentar “mejorar” el manejo de la familia
La humanidad ha tratado de organizarse de la manera más efectiva desde un inicio. Siempre ha buscado, como fin, que la “cosa de todos” sea administrada con eficiencia y honestidad, y que pueda cumplir con su objetivo: dar paz, tranquilidad y bienestar al grupo humano que la ha constituido. Platón, en su célebre obra La República, se propone examinar cómo nace la justicia y la injusticia, para lo cual recurre a la formación de la polis perfecta. Aquí surge la pregunta sobre cómo sería el gobierno de dicha polis y —más adelante— la pregunta referente a la mejor forma de gobierno. Platón sugiere, a través de la discusión con sus interlocutores, un sistema compuesto por guardianes, encargados de proteger la polis, y un gobernante, quien será el filósofo rey.
Los guardianes debían criarse en un entorno que los hiciera identificar al desarrollo del Estado como único objeto en sus vidas. Eran llamados “Los hijos de la tierra”. Debían educarse en música y gimnasia para lograr un balance perfecto. No podían tener propiedades, ni saber quiénes eran sus hijos ni sus padres. Así se aseguraba que su interés sea siempre el bienestar de la polis. Gracias a Dios el modelo nunca se pudo aplicar, pero en la historia estas ideas son analizadas nuevamente cada cierto tiempo.
Entre las numerosas figuras que nos ha presentado la historia, hubo gobernantes que han buscado pasar por encima de los intereses de las personas o las familias con el único propósito de “mejorar” la gobernabilidad. En Oriente Medio, con la dinastía abásida, fundada en 750 por Abu l-Abbás —descendiente de Abbás, tío de Mahoma— nació una solución para ya no depender de huestes tribales, que habían probado ser demasiado independientes y contestatarias en el pasado, una de las causas centrales de la caída de la dinastía anterior. La fórmula se basa en el concepto del soldado esclavo.
Los primeros soldados esclavos son reclutados de las estepas de Azerbaiyán. Eran jinetes turcomanos, los mismos que eran tomados como base en el ejército del Califa. Al ser esclavos, no le debían lealtad, en teoría, a nadie más que a su Califa. Era, en cierta forma, el sueño platónico. Eran sujetos dedicados en cuerpo y alma al supuesto bien de la dinastía. Sin embargo, con el tiempo los “mamelucos”, como eran conocidos, lograron casarse y obtener derechos. Eventualmente fueron derrotados en la batalla de las Pirámides por el ejército de Napoleón Bonaparte.
Tras ello, los otomanos buscaron mejorar la fórmula y desarrollaron el concepto del “jenízaro”, un soldado esclavo que era reclutado en su infancia de las comunidades cristianas con el fin de asegurar que no guardase ninguna relación con los clanes o familias musulmanes. Adicionalmente al servicio de las armas, se dedicaron a ser gobernadores de los extensos dominios del imperio. Sin embargo, les estaba prohibido establecer una familia. Y si tenían hijos, estos no podían ser parte del cuerpo de elite de los soldados guerreros administradores. No obstante, con el tiempo y los servicios dados, que estuvieron detrás de los éxitos iniciales de los otomanos, al igual que los mamelucos terminaron siendo parte de la sociedad otomana. Llegaron a ser vitales en los grupos de interés político del imperio. Y empezó a repetirse el problema que se había buscado evitar desde el comienzo. ¿La solución? Asesinarlos en 1826, en el “incendio afortunado”. El responsable fue Mahmoud II. Se estima que 10,000 soldados fueron asesinados.
Un caso más reciente se encuentra entre la guerra en Irak y la ocupación por parte del ejército de Estados Unidos. El no reconocimiento inicial de la importancia de la familia como base de la sociedad iraquí fue un grave error estratégico de los norteamericanos, que empeoró la entonces frágil situación que se vivía, con los constantes enfrentamientos entre los grupos en conflicto. Precisamente uno de los factores que ayudó a encarminar la situación hacia mejor puerto fue el reconocimiento del valor de la familia musulmana junto a su estructura.
Expongo estos casos por ser los más extremos en los que el Gobierno ha tratado de “traer” modernidad y progreso a una sociedad para “mejorar” el manejo de la familia. Sin embargo, la historia nos enseña que el remedio ha sido peor que la enfermedad. La crisis en el sistema de justicia en el Perú ha evidenciado la manera en que muchos delincuentes logran absoluta impunidad por los actos más abyectos. Esta situación es terrible y debe cambiar. Ha sido propuesto que parte de este cambio pase no solo por la reforma de justicia, sino también por una reforma educativa.
La familia es el primer lugar en el que se inculcan valores y es el núcleo de la sociedad. Sin embargo, cómo nos ha demostrado la historia, también es un lugar complejo para realizar reformas. Este tema merece mayor reflexión y discusión. Necesitamos políticas que hayan sido discutidas ampliamente por todos los actores involucrados en este tema para poder llegar a medidas que funcionen, duren en el tiempo y nos lleven a un verdadero cambio como sociedad. Las cosas no van a cambiar solo por decretar el cambio. ¿O piensan quedarse 80 años en el poder para ver que se ejecuten correctamente?
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