Raúl Mendoza Cánepa
Libertad, independencia
¿Por qué no darle equidad a la torta publicitaria estatal?
Es heroica la defensa de la libertad de prensa cuando se trata de impedir que los investigados por corrupción tengan injerencia en los medios, o de exaltarse por el tema de la llamada “veeduría ciudadana”, felizmente eliminada de una segunda versión de un proyecto de ley que toca la libertad de expresión. Algunos medios reclaman y saltan con el argumento de la autorregulación, una disposición propia que pocos diarios, canales de TV y demás practican.
Pero ¿Existe una universal libertad e independencia de medios? Se pueden servir elaborados discursos a la platea sobre la injerencia legal en la prensa, olvidando un fenómeno que nadie contempla. Es natural que las empresas privadas coloquen publicidad en los medios en el marco del libre mercado. Por los auspicios es posible costear programas, solventar la calidad de contenidos y pagar personal. Los medios sobreviven por tal publicidad. Desde luego alguna bebida gaseosa, una marca de cosméticos o una tienda de vehículos elegirán al medio que más venda en aquel segmento al que quiere llegar. Perfecto.
¿Cuál es el problema de la independencia periodística? Cuando el medio tiene intercambios con el gobierno a través de la publicidad estatal diferenciada. El Estado no compite, está excluido de la lógica del mercado, su dinámica publicitaria es dar a conocer al público sus decisiones, convocatorias y reglas, dando por entendido que “ya todos saben”, erga omnes. Lo hace, generalmente, a través del diario oficial y debería hacerlo por una plataforma virtual propia de fácil acceso. Cuando el Estado y los medios privados interactúan, a través de la compra desigual de publicidad, es mercantilismo. Negociar con el Estado, y más aún en terreno desigual, no es libre mercado, es favorecerse de un financiamiento sin reglas, de una torta publicitaria no equitativa, de una que puede favorecer al medio que aligere su carga crítica contra el gobierno de turno. Bueno es saltar en favor de la libertad de expresión, pero ya es un sesgo cuando la libertad no contempla la independencia que todo medio debiera ejercer frente al Estado. Cuando se trata de la torta publicitaria estatal el discurso de la libertad de prensa concluye y entramos en terreno pantanoso.
La falta de equidad en el reparto del financiamiento de la publicidad estatal entre todos los medios registrados se presta a que pocos medios dependan del gobierno para sobrevivir y, por tanto, sean proclives a su política (no por coincidencias, sino por el mismo interés que gobierna los negocios). No necesariamente ocurre, pero creada la práctica, se perfila el riesgo. La publicidad estatal diferenciada puede ser un medio de extorsión implícita, bastante sutil para que el medio suavice su posición a fin de recibir una buena porción de la torta.
El enfoque es correcto, ningún Estado debe tener injerencia sobre los medios. Pero si vemos el conjunto y no una arista, no debería tener injerencia absoluta, ni negativa ni positiva; pero la tiene. La tiene cuando lo financia discrecionalmente en parte. “Caerle bien” al gobernante puede ser un motor del negocio, pero allí el discurso de la libertad de prensa se apaga ¿Por qué no darle equidad a la torta publicitaria estatal? Ya bastante radical podría ser eliminar la publicidad oficial de los medios; pero un trato igual que impida que compitan por ser más gubernamentales que sus rivales, sería una señal de que cuando hablamos de libertad también hablamos de independencia. No se entiende por qué ambas categorías se desvinculan, cuando son complementarias.
La independencia no se mide por la situación jurídica de quienes son los accionistas, directores o editores sino por los vínculos, afecciones y dependencias del medio con el gobierno de turno. Grave sería sí que el director de un medio, por ejemplo, fuera hermano del gobernante. Se daría para la sospecha. Una persona cualquiera denunciada por corrupción no necesariamente tiene tales relaciones (salvo que legislemos con nombre propio) y podríamos abrir el espectro hasta el infinito, por lo que toda restricción sería inútil. Pero ¿Y la injerencia “positiva”? ¿Y la publicidad “arbitrariamente distribuida”? Benjamin Constant nos invitaba a ser liberales en todo. Lo demás es ver la realidad solo por el rabillo del ojo.
Raúl Mendoza Cánepa
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