Francisco Swett
Liberal, neoliberal: ¿lo mismo?
No son ideas afines, y en algunos casos resultan opuestas
Deng Xiao Ping, arquitecto de la China moderna es generalmente apreciado; Augusto Pinochet, gestor del Chile económicamente pujante y progresista, no lo es. Ambos fueron neoliberales, más no liberales. Las alas de extrema derecha en el Partido Republicano de los Estados Unidos son neoliberales, pero no liberales. Konrad Adenauer y Ludwig Ehrhardt, los dos primeros cancilleres de la Alemania post-Nazi —a quienes les tocó la reconstrucción de un país devastado— son, por su parte, más próximos a la visión liberal; aun cuando su modelo de “economía social de mercado” sea un híbrido que adopta conceptos de la socialdemocracia.
Liberal y neoliberal no son ideas afines. Aun cuando el neoliberalismo adopta prácticas económicas que pueden tener su origen en el liberalismo (v.g. el impulso a la economía de mercado), muchos de sus practicantes se mantienen silentes cuando tienen que confrontar la práctica plena de la democracia y el ejercicio de la libertad, específicamente la libertad de expresión. Es por esta asimetría entre principios y práctica que el neoliberalismo puede ser practicado por autócratas que aceptan y promueven nociones de eficiencia tecnocrática y legalista para la consecución de sus fines políticos. Dicho en otras palabras, confrontada la libertad contra la corrección política, se impone esta última pues la práctica de la libertad está subordinada a la vigente visión y práctica del orden público.
Por contraste, la filosofía de liberalismo es una concepción del individuo, de la economía, de la sociedad y del rol del Estado. Ser liberal significa no solo pensar, sino vivir con apego a los principios que rigen la práctica de la libertad. Tales principios incluyen, primero, aceptar la primacía moral del individuo frente a los reclamos y demandas de cualquier colectivo o sociedad; segundo, rescatar que la condición moral de los humanos es paritaria entre todos y, por ello, rechazar cualquier sistema de castas, excepciones o privilegios para el ordenamiento legal o político de la sociedad; tercero, afirmar la unidad moral de todos los humanos, por lo que cualquier vínculo histórico o cultural es secundario a la condición de seres humanos; y cuarto, actuar bajo el convencimiento de que toda condición política o pacto social es perfectible.
El liberalismo es antagónico al absolutismo político, a la teocracia y a las dictaduras. En la praxis económica, la doctrina es una vigorosa defensora del mercado, pero se opone al capitalismo que conduce al abuso o a la alcahuetería entre Estado y empresarios, y por lo tanto a la acumulación de poder político o económico injustificables. El credo liberal propone el ejercicio de la libertad del individuo para ser, pensar, hablar, actuar y emprender. Concibe que el ordenamiento social debe sustentarse en el imperio de la ley y en la democracia representativa. Demanda, además, que es responsabilidad del Estado mantener la integridad de la moneda; proteger el ejercicio del derecho de propiedad y de la seguridad jurídica; y tender el marco legal conducente al bien común y no al privilegio de unos pocos.
Si no hay mercados existentes en tierras, salud, educación, previsión social o preservación ambiental, el Estado liberal debe promover la creación y vinculación física y financiera de dichos mercados. Finalmente, el Estado debe ser cauto respecto de lo que pretende abarcar: primero porque jamás poseerá la información requerida para tomar decisiones óptimas; y segundo, porque quedará sujeto a las manipulaciones y juegos propiciados por los intereses creados para apropiarse de los beneficios de la actividad económica.
Locke y Thomas Jefferson son paradigmas del credo liberal. Trump y Xi Jin Pin lo son de la práctica del neoliberalismo.
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