Eduardo Zapata
La zona de confort
Sobre la universidad actual y la producción de conocimiento.
A raíz de nuestro último artículo sobre la cantidad de cursos que llevan cada semestre los universitarios y la cantidad de exámenes que deben rendir en un solo día, he recibido dos tipos de mensajes claramente diferenciados.
Por un lado, aquellos mensajes provenientes de los que tienen que sobrevivir el fenómeno anteriormente descrito y que hemos denominado “terrorismo pedagógico”. Alumnos, padres de familia y algunos profesores han reparado en el sin sentido en el que estamos envolviendo el quehacer universitario. La negación del disfrute del conocimiento y la ‘abdicación sistemática’ que ha hecho la universidad frente a la producción de conocimiento.
Pero también he recibido “jaladas de orejas”. Provenientes particularmente de funcionarios y educadores cuya tarea más bien debería no alentar el terrorismo pedagógico.
Como era y es imposible desmentir –desde el punto de vista cognitivo y emocional- los efectos de lo que hemos llamado terrorismo pedagógico, algunos me han recordado el “imperio de la ley”. Bueno, si uno constata que una ley o una norma son malas, se cambian.
A quienes me dijeron que “los alumnos la hacían”, les recordé aquello de cómo se obligaba al estudiante a recurrir a la memoria de corto plazo y a la inhibición de la memoria de largo plazo. Y a quienes me hablaron de costos/beneficios y de rentabilidades, les respondo que no se puede sacrificar el conocimiento –y la salud mental de los estudiantes- por privilegiar gastos en marketing y sanguchitos.
No creo que detrás de las “jalada de orejas” haya codicias o ánimo de tortura. Lo que sí creo es que muchos de quienes toman o tomamos decisiones en las universidades temen –o tememos- abandonar una zona de confort que hemos construido. Al abdicar del conocimiento, la universidad ha privilegiado lo administrativo. Y contra los propios buenos usos y costumbres de una administración eficiente, hemos caído en la rutina. Donde autoridades y funcionarios se ven obligados a llenar formularios, hacer proyecciones, establecer costos… Y todo ello deviene, finalmente, en terrorismo administrativo. En el cual se ven envueltos también los profesores. Quienes tienen que reunirse para coordinar no importa qué, asistir a talleres de modelos pedagógicos muchas veces promovidos por personas que nunca han dictado una clase, andar también más preocupados por lo administrativo que por la esencia de su quehacer.
Las situaciones de terror no son precisamente buenas compañeras del pensamiento. Y me temo que muchos de quienes tenemos la responsabilidad de hacer universidad estamos tratando de reducir el terror con “el cumplimiento del deber”. O sea, la rutina burocrática. Nos estamos acostumbrando peligrosamente a convivir con el terrorismo pedagógico y el terrorismo administrativo. Y hemos hecho de esa convivencia nuestra zona de confort.
Por Eduardo E. Zapata Saldaña
23 – Jul – 2015
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