Raúl Mendoza Cánepa
La vida a los dados
El estrés vivir en constante incertidumbre
Cada cierto tiempo nos encontramos con el vacío, con ese instante en el que se nos acaba el piso y, por ello, tendemos a buscar una zona de confort. Esta zona es definida por Brené Brown como “el territorio donde la incertidumbre, la escasez y la vulnerabilidad son mínimos”. La mala noticia es que la vida del que la busca es el anquilosamiento, la del que sale es un salto al abismo.
La incertidumbre se alimenta de lo “improbable”, como aquella mañana que una llamada me despertó para ver dos aviones estrellándose en vivo contra las torres gemelas de Nueva York. El hecho no existía en ningún supuesto, pero pronto alcanzó la línea de las posibilidades, al punto que algunos meses después me encontraba recorriendo San Martín y Amazonas con planes de volver a Lima hasta que… explotó una bomba cerca de la embajada estadounidense en Lima precisamente dos días antes de la llegada del presidente Bush a Lima (2002). Lo vi mientras cenaba en Chachapoyas. En teoría mi vuelo coincidiría con el del presidente de Estados Unidos en el cielo peruano ¿Postergar mi vuelo? ¿Algún terrorista tomaría mi avión para dirigirlo contra el del visitante? Surrealista en otros tiempos, pero ¿qué era improbable a esas alturas?
Es de estrés vivir en la incertidumbre por esas probabilidades que se van sumando conforme uno va viviendo. Nada sosiega más que ser muy joven y no saber de los imponderables, de las muertes, de las derrotas o de los sobresaltos, no saber de nada. En diciembre de 2019 diseñaba una suerte de plan de oportunidades, fortalezas, debilidades y, sobre todo, de amenazas (FODA) que no se veían aún para el año por venir ¿Alguien imaginó la llegada de una pandemia catastrófica mientras elaboraba su FODA? ¿Alguien pensó en una mortandad tal para el 2020-2021 que superaría la cifra de muertes sumadas en la guerra de Independencia, la guerra con Chile, las otras guerras y el terror de los ochenta? Nuevamente el universo de lo improbable haciendo de las suyas.
Existen grandes y pequeños desastres que nos descolocan y que nos retornan al fuego de antaño o a la tranquilidad de una vida infantil. En lo cotidiano ocurrió cuando, tras algunos años, la gran empresa me llamó “por fin” a su oficina de recursos humanos para firmar un contrato ya sin fecha de terminación. “¡La vida es perfecta!”, exclamé por los portales de la Plaza San Martín. Unos meses después quedé abruptamente out, adiós al empleo, adiós por nada. Lo improbable.
Si vale la confesión, mientras leo abrumado los obituarios de mi red social, bajo a preparar el platillo que mi madre me solía preparar cuando la vida se ensañaba con sus pequeños problemas. La vuelta al útero, la zona de confort. Sí, la zona de confort ¿Dices que está mal? ¿Por qué está mal? Es que, como le preguntaron a Florentino Ariza (en El amor en los tiempos del cólera), inquiero: “¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo?”.
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