Cecilia Bákula
La victoria de Ayacucho
América no sería libre sin la victoria en la Pampa de la Quinua
El 9 de diciembre recordamos que en esa fecha, en el año 1824, en la Pampa de la Quinua, Ayacucho, se libró una encarnizada batalla que enfrentó de manera definitiva a los ejércitos realistas al mando de José de Canterac, en su condición de Teniente General de los ejércitos de Su Majestad y, al ejército patriota, bajo las órdenes de Antonio José de Sucre, quien luego sería reconocido como “Gran Mariscal de Ayacucho”.
El triunfo en ese territorio andino, significa que en el Perú se libró la última batalla del proceso emancipador y libertario y que con esta victoria, América emerge por siempre libre lo que equivale a señalar que fue en el Perú, como se ha señalado muchas veces, en donde se selló, con honor y gloria, la libertad del Continente Americano.
Una vez que la victoria patriota fue evidente y contundente, se suscribió en el mismo campo de batalla, un documento que es un tesoro nacional que se custodia con todo rigor en el Archivo General de la Nación y una copia en el archivo del Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú y debe ser considerado como un símbolo, un ícono de decoro militar y destreza bélica, de ingenio y convicción por parte de quienes secundaban a Sucre en el campo de batalla: Agustín Gamarra, José de la Mar, Jacinto Lara, José Trinidad Morán y José María de Córdova, entre otros héroes de la patria, cuya maestría, arrojo y pundonor, no ha dejado nunca de ser reconocido y relievado.
Conocido como la “Capitulación de Ayacucho”, que ha de ser considerado siempre como un “Documento fundacional”, ha sido, por si fuera poco, incluido por la UNESCO como integrante de la “Memoria del Mundo”, alto honor para un documento peruano que más que local, es el sello americano de un sueño de libertad lograda con la presencia de soldados de los países vecinos con los que se vivió un momento de triunfo que superó las fronteras. Ayacucho es sinónimo de independencia pues desde ese momento, los nuevos Estados podían vivir, realmente, con soberanía y libertad respecto a España.
El texto de la Capitulación se contiene en un breve párrafo introductorio y se desarrolla en 18 puntos, más una cláusula adicional y secreta referida a la situación de El Callao. En las líneas de este documento quedan expresadas condiciones principalmente militares que, como su nombre lo indica, significaron la capitulación, la rendición total y definitiva de las fuerzas militares españolas en nuestro suelo. Ello debió significar el más hondo desgarre para un militar como Canterac y sus jefes de división.
La lectura de esos 18 puntos, es por demás interesante porque el general Antonio José de Sucre, dilecto y cercano oficial de Bolívar, los redacta, comprendiendo que el Perú era ya, desde 1821, es decir, desde hacía 3 años, un Estado declarado como tal, pero que la independencia militar estaba aún por sellarse y desde esa perspectiva, es magnánimo y respetuoso de la condición de inferioridad anímica y espiritual del vencido y es considerado de manera especial con aquellos que quisieran permanecer fieles al Rey o que quisieran incorporarse a la vida del Perú independiente.
Resulta de gran interés y sin duda emocionante la lectura y reflexión de una carta que el mismo Antonio José de Sucre escribió a Simón Bolívar, el mismo 9 de diciembre de 1824 a solo 4 horas de haberse concluido el enfrentamiento. Tan solo el primer párrafo es de gran valor: “Excelentísimo Señor. El campo de batalla ha decidido por fin que el Perú corresponde a los hijos de la gloria. Seis mil bravos del Ejército Libertador han destruido en Ayacucho los nueve mil soldados realistas que oprimían esta República. Los últimos restos del poder español en América han expirado el nueve de diciembre en este campo afortunado. Tres horas de un obstinado combate han asegurado para siempre los sagrados intereses que Vuestra Excelencia se dignó confiar al Ejército Unido.”
Y, el 10 de diciembre, al enviar a Bolívar el texto de la Capitulación, Sucre anexará una nueva comunicación en la que señala “El tratado que tengo la honra de elevar a Vuestra Excelencia, firmado sobre el campo de batalla en que la sangre del Ejército Libertador aseguró la independencia del Perú, es la garantía de la paz en esta República y el más brillante resultado de la Victoria de Ayacucho”.
Si bien España realizó otros intentos para reconquistar su más preciado virreinato, como sucedió en 1866, es necesario señalar que nada de eso sería posible después de la victoria lograda en Ayacucho. A la corona le tomó largo tiempo el reconocimiento del Estado peruano y ello se produjo recién en agosto de 1879, cuando en París se firmó el "Tratado de Paz y Amistad" entre el reino de España y el Estado Peruano, representado entonces por Juan Mariano de Goyeneche en su calidad de Enviado Extraordinario y ministro Plenipotenciario del Perú.
Hoy que conmemoramos el bicentenario de la Independencia, debemos entender que sin Ayacucho, América no sería libre y que sin la victoria en la Pampa de la Quinua, no podríamos celebrar estos 200 años de vida independiente y soberana.
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