César Félix Sánchez
La vacuna Castillo
Para que la izquierda no vuelva a ganar elecciones
No hay que ser negativo ni prejuicioso con Pedro Castillo. Más allá de las pasiones desatadas por la política, es indudable que don Pedro debe tener algo de bueno. Como dirían los escolásticos ens et bonum convertuntur: el ente y el bien convergen. Así, la existencia misma de don Pedro es un cierto tipo de bien; de no ser así no habría recibido el actus essendi divino. Por otro lado, hasta la más humilde o extraña de las criaturas participa de las perfecciones divinas, cuya contemplación permite un ascenso al Summum Bonum. Dios también está presente en ella de tres formas: per essentiam, porque Él las ha creado; per praesentiam, porque todas se encuentran ante su mirada infinita y per potentiam, porque están bajo su poder. Y esto es tan cierto para una molécula de hidrógeno como para Pedro Castillo.
Fuera de los siempre oportunos chascarrillos metafísicos, creo que el gobierno de Castillo generará, a la larga, una suerte de beneficio involuntario para el Perú. Este gobierno significó la llegada de la izquierda al poder, pero como un virus debilitado, es decir, una vacuna. Su debilidad y torpeza no nos matará, por lo menos no al estilo de Maduro o Castro, aunque ganas no les faltan, porque son malos hasta para hacer el mal. Pero servirá para generar anticuerpos mayores para el retorno de opciones semejantes en el futuro. Los papelones y escándalos constantes del presidente podrían servir como un escarmiento al viejo mito del «hombre del pueblo» honesto, diferente a las castas políticas criollas.
Por otro lado, el apoyo y subordinación de los supuestos «progresistas» de Nuevo Perú a figuras como Bellido, al someterse a ser ministros de su gabinete, ha dejado en total offside a Verónika Mendoza, que ha terminado por carbonizarse ante sus sensibles bases limeñas y urbanas, pues la candidata cusqueña ha revelado también su entraña leninista, al actuar como si fuera del poder todo es ilusión. Y para ella, como Henri V, el antiguo rey del país de sus ancestros, «París bien vale una misa». Aunque en este caso serían cuatro ministerios a cambio de tragarse el sapo de ser cómplice silenciosa de alguien que «hasta ayer no más» podría haberle colgado el sambenito indescifrable de «homófobo» y «misógino». Solo cuatro ministerios a cambio de compartir tumba política con Castillo. La izquierda progre parece que se remató a sí misma peor que en Black Friday. Finalmente hasta el mismo Cerrón, aunque puede volver a recapturar en cualquier momento al Castillo escapado y llevarlo de regreso al corral de Perú Libre, se ha dado cuenta de la ineptitud del profesor y de su florentinismo chotano de puñal escondido.
A la larga, esta victoria pírrica, azarosa, lograda gracias a la mala fortuna y a la manito de ciertos poderes establecidos, acabará desuniendo y atomizando más a la izquierda y sus brazos mediáticos caviares. Imagino un escenario ideal para las próximas elecciones: por un lado, los «fuertes»: el Partido Popular y Magisterial, que tratará de capitalizar a ese humilde cuarto del electorado que todavía respalda al Profe pero que quizás, por costumbre acabe votando por el lápiz marxista-leninista, que, como marca, es más llamativo. Ambos con un dígito. Y por el otro lado, la nueva alianza de Verónika y el agónico Frente Amplio de Mirtha Vásquez, con menos de un dígito. Y quizás asomándose en el horizonte, la única amenaza algo formidable: el etnocacerismo. Pero entre todos, quitándose electores en el sur del país y neutralizándose entre todos, quedándose por debajo de la valla. Dios lo quiera.
Pero hay que tener mucho cuidado. Porque esta vacuna es como las antiguas, como las del profesor Jenner. Purulenta. Y, si la dosis es administrada por mucho tiempo, puede acabar matando al paciente. Como diría Gracián, si breve, dos veces bueno. Y ya hemos tenido bastante de las «bondades» de Castillo.
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