Raúl Mendoza Cánepa
La última decisión
El suicidio y el odio entre los peruanos
La Semana Santa estuvo cargada de polarizaciones extremas, de injurias cruzadas, que demuestran cuán politizadas están nuestras vidas. Nos odiamos desde los últimos incas, desde la guerra civil entre conquistadores, y nos seguimos odiando en la anarquía militar republicana, en el pleito entre conservadores y liberales del XIX, en los años bárbaros de la década del treinta. Y aún nos seguimos odiando, porque la política siempre ha sido más importante que la vida civil. Bueno fuera que la política nos trascendiera para servir por ella, pero nos trasciende solo para babear las iras.
La red social es la vitrina que expone nuestras miserias. Una lectura callada y ávida de Facebook y Twitter nos pone en claro que hasta las amistades se quiebran por una lid política. Leí a varios amenazar con eliminar centenas de contactos. La actual dicotomía social es básica: quien no es de derecha es de izquierda y viceversa. No es una división elaborada como la que llevó a la polémica entre los Gálvez y Herrera en el siglo XIX. Nadie discute sobre la soberanía de la inteligencia, la libertad o la legitimidad. Los peruanos ya no nos odiamos por ideas, sino por etiquetas.
En medio del fuego de odios y de caricaturas tortuosas no faltan voces sensatas que es necesario escuchar. Y una de ellas coincidió con una inquietud que no escapa a quienes tenemos hijos aún en edad de dilucidar la vida. Un expresidente se quitó la vida. Para unos un gesto que no da para el elogio, y para otros un final tan trágico como digno. No vamos a juzgar una decisión que atañe a quien la tomó. El tema lo sintetiza bien León Trahtemberg: “Lo que me ha llamado la atención es la total ausencia de orientaciones a los niños y jóvenes que han visto algo de todo esto, y a los padres cuyos hijos habrán registrado con mayor o menor susceptibilidad la mixtura de conceptos puestos en escena, como corrupción, política, ejercicio del poder —representado por expresidentes y entornos acusados de delitos—, suicidio como acto de cobardía o heroísmo, la muerte como imán de una intensa exposición mediática, etc.”.
Es verdad, algunas inquietudes adolescentes llaman a explicarles este tipo de decisiones sin glorificarlas y sin petardear sus razones (del suicidio), pero muchas veces los padres no estamos preparados, ni en nuestros prolijos análisis o lecturas, para comprender la lógica de los eventos. Cómo explicar que el suicidio tiene razones complejas, algunas de las cuales no podemos asimilar, porque el discurso de habitué sobre la mesa fue el del respeto a la vida como categoría esencial. Hay jóvenes que se quitan la vida por un fracaso escolar. Hay hombres y mujeres que se privan de ella porque creen el honor fundamental. Y hay quienes cargan con el lastre de una tortura psicológica habitual que no los deja vivir (como una depresión endógena).
Cómo explicarle a un adolescente que el odio político visceral siempre existió, solo que ahora tiene una vitrina virtual que permite medirlo, analizarlo y escandalizarse con él. Solo ahora, aunque sin arma en ristre, podemos tasar el tamaño de nuestras miserias. Cómo decirle qué significa hacer política y cuáles son los riesgos de hundir sus pasos en arenas movedizas. Cómo hablarle de sus derechos, de la corrupción sistémica, de la justicia o injusticia, de la reconciliación. Cómo hablarle de la misión de la prensa, a la que muchas veces ya es difícil creer. “Tomar posición cuando no se debe entraña riesgos y, a veces, doblar una verdad”.
Dice Trahtemberg: “Me pregunto ¿cómo y de qué se hablará en las casas sobre todo esto? ¿Qué pasará en los colegios el día lunes? ¿Regresarán a clases para reiniciar la habitual primera hora de matemáticas o lectura, seguida de todas las otras, sin que haya espacio alguno para tratar estos temas?”. ¿Algún padre o algún maestro, está tan bien equipado para asumir esta misión?
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