J. Eduardo Ponce Vivanco
La tormenta perfecta
En medio de dilemas y desafíos internacionales
Con realismo y perspectiva histórica, el artículo de Diego Macera “Choque de imperios” (El Comercio, 23/5) relaciona elementos cruciales de la conflagración tecnológica que se configura entre EE.UU. y China, el duopolio de las potencias que dominan el escenario global. La competencia se retroalimenta con la descrita por la revista Foreign Policy (“Minning the future”, 1/5), que comenté en mi artículo “Sur del Perú: Geopolítica e interés nacional” (El Comercio, 17/5). Subrayé que una de las conclusiones del estudio sostiene que la explotación de minerales (litio y cobre) es la primera en importancia global porque condiciona el predominio tecnológico de una de las potencias rivales. (El estudio destaca también que los yacimientos de litio se encuentran en no más de cinco países, entre ellos el nuestro).
Son variadas las circunstancias que dramatizan esta confrontación en los planos internacional, regional y doméstico. Las decisiones de Trump privilegian su reelección (2020) e intentan evitar el impeachment (acusación) por obstruir la justicia con que lo amenaza la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes. Su campaña electoral, además, alimenta las riñas con China o Irán. Europa seguirá alterada por el Brexit y la insurgencia de las derechas radicales. Rusia espera cualquier coyuntura para medrar como pirata. Y Pekín reacciona frente a una guerra comercial que puede convertirse en un inmanejable enfrentamiento por el predominio tecnológico mundial. El Partido Comunista chino rememora sus raíces marxistas y defiende las enormes conquistas que Washington quiere desmantelar. Los aliados de EE.UU. están resentidos. El sistema de seguridad colectiva de la ONU vive paralizado, y los pocos organismos internacionales que funcionaban bien están en salmuera. La OMC, por ejemplo, es víctima de la furia trumpista por haber sido instrumentada en función del desmesurado y abusivo crecimiento comercial de China (beneficiaria de las preferencias comerciales de los “países en desarrollo”, porque se aceptó considerarlo como tal).
Los encantos orientales —tal vez venenosos— de la audaz Ruta de la Seda conquistan desde Italia hasta Sudamérica. ¿Quien no está dispuesto a endeudarse en proyectos faraónicos con miras al megamercado chino, potenciado por otros tan grandes y dinámicos como el de la India (ambos suman un mercado de 2,700 millones de habitantes)? ¿Puede Trump competir con proteccionismo, guerra comercial, controversias con sus aliados, insultos a sus vecinos, indiferencia por el cambio climático y odio al multilateralismo? Es un presidente que está destruyendo el extraordinario “poder blando” (Joseph Nye) derivado del magnetismo del american way of life. Exige pero no da, y amenaza con arrogancia. Proclama un “America first” que solo puede aislar a la potencia que simboliza la libertad, el estado de derecho y las instituciones de un sistema internacional que Washington impulsó y ahora cuestiona. Desde que Bush propuso el ALCA (1994), América Latina no escucha iniciativas continentales de EE.UU. Pero el Canciller Pompeo y el Vicepresidente Pence hacen giras para neutralizar la fuerte relación con China, que es típica del vínculo comercial y económico que se desarrolla con el destino más importante de las exportaciones de tantos países de la región.
Entretanto, Sudamérica observa cómo Maduro se beneficia de la inesperada asociación entre Luis Almagro, Secretario General de OEA, y Evo Morales, el fiel aliado del dictador. El socialista uruguayo declara inobjetable la tercera reelección del boliviano a cambio de que este lo apoye para reelegirse en el más importante cargo interamericano. El peso del Grupo de Lima se desplaza a Noruega. A Cuba se le abre la puerta para que ejerza una influencia positiva (¿?). Guaidó pierde capacidad de presión. La lucha por la democracia cede terreno y la tiranía se oxigena a costa de los venezolanos.
En el ámbito vecinal vemos forjarse una preocupante alianza presidencial entre Perú y Bolivia con una agenda que debe ser muy grata para los gobernadores radicales del sur, clientes predilectos de Evo Morales. Con Aduviri en Puno, comenzaron las propuestas para que el Sur del Perú dependa del gas de Bolivia y para abrirle nuestro mercado de telecomunicaciones. Sin embargo, lo que ahora está sobre la mesa es mucho más grande e incluye el inmenso ferrocarril Sao Paulo-Ilo que China quiere financiar. Una oportunidad que será lanzada para afianzar la posición política del Gobierno.
Con este panorama a la vista, nuestra diplomacia deberá hilar muy fino en la cuerda floja del “choque de imperios” evocado por Macera.
COMENTARIOS