La revolución social de la tecnocracia liberal

Una propuesta del establishment para salvar la democracia

La presentación del PCM, Fernando Zavala, en el Congreso sintetiza la idea de la tecnocracia liberal sobre la revolución social. Los tecnócratas tienen dos objetivos primordiales: primero, disminuir en 50% el déficit en infraestructura social y productiva (agua, desagüe, carreteras, aeropuertos, riego, educación y, salud) invirtiendo US$ 10,000 millones anualmente (6% del PBI); y segundo, promover la formalización del 60% de la economía informal, bajando un punto el IGV y creando un régimen tributario y crediticio especial para la pequeña y mediana empresa. Además, se debe garantizar la seguridad ciudadana reformando a la Policía y el Poder Judicial. Por cierto, es claro que esta no es una revolución socialista, es sencillamente el new deal (nuevo trato) para los peruanos. En pocas palabras, la tecnocracia liberal busca posicionarnos como un país competitivo en el mundo globalizado y desde la visión empresarial.

Sin embargo, la tecnocracia liberal cree ingenuamente que la revolución social es un simple proceso administrativo que se realiza desde el poder burocrático y para mágicamente construir “Una sola República, firme y feliz por la unión”. No. La revolución es un intenso proceso político, porque esta revolución tiene que modificar radicalmente el sistema de inversión pública y privada, haciéndolo ágil y eficaz; tiene que mejorar el proceso de regionalización; tiene que renegociar contratos como el de Camisea; tiene que integrar a 800,000 peruanos abandonados a la delincuencia y al narcotráfico en el VRAEM; tiene que revolucionar el sistema de salud pública y privada; tiene que reformar el sistema de pensiones; tiene que crear una autoridad que ponga freno a los accidentes de tránsito; tiene que reformar la SUNAT para que esté al servicio de los peruanos; tiene que reformar el Estado; tiene que organizar un sistema eficiente de titulación de predios y tierras comunales; tiene que modificar la Constitución y crear un Estado plurinacional democrático.

En resumen, tiene que transformar el statu quo de desigualdad de oportunidades. Jamás, una revolución se hace con miedo, porque el pueblo lo percibe inmediatamente y pierde la fe en los gobernantes. Reitero, el país está ansioso porque empiece la revolución sin medias tintas ni vacilaciones. Además, esta revolución social es una propuesta del establishment liberal que sabe que es la última oportunidad para que se haga en democracia.

Por otro lado, el debate congresal para obtener el voto de confianza del gabinete nos muestra una clase política alejada de la realidad. Para colmo, se organiza un poder paralelo desde el Congreso, liderado por el fujimorismo, que no ve ni entiende que existe un país fragmentado y con diversas demandas. Por eso, el fujimorismo limeño arrinconaba políticamente a los novatos ministros que tuvieron que deslindar con la corrupción nacionalista y pedir perdón para obtener la investidura. Por otra parte, el fujimorismo provinciano exigía vehementemente carreteras, hospitales, colegios para sus regiones, buscando ser reconocidos como peruanos. Además, el Frente Amplio estuvo confundido, aislado políticamente y sin argumentos. Finalmente, el Apra otrora protagonista de los debates parlamentarios, ahora estaba de furgón de cola del fujimorismo.

Insisto, mientras la clase política está en Baviera, la revolución como búsqueda de la “justicia social” está legitimada: o la hacen los tecnócratas liberales o será impuesta por la violencia y la desesperación de millones de peruanos.

Tino Santander Joo