Eduardo Zapata

La peste negra de la corrupción

¿Es la corrupción la causa de todos nuestros males?

La peste negra de la corrupción
Eduardo Zapata
23 de agosto del 2018

 

Como sabemos, la peste negra —iniciada a mediados del siglo XIV— mató cincuenta de los ochenta millones de habitantes de la Europa de entonces. Y en el Asia Central, donde se originó, no existe un conteo confiable. El hecho es que casi la mitad de la población mundial pereció por la enfermedad. Pobres y ricos. Hombres con y sin abolengo. La enfermedad cambió el mapa demográfico de la ciudad y el campo.

Dos datos “curiosos” más nos pueden llevar a radiografiar para el presente “inusitadamente” presente las lecciones dejadas en ese siglo. Los mongoles lanzaban lejos de las ciudades a los cuerpos fallecidos con catapultas, a pesar de que el contacto con un fallecido no producía la enfermedad. Por ignorancia se caía en una barbarie peor.

Y —cómo no— había que buscar culpables. Ya se lo imaginarán: los judíos. Poblaciones enteras de judíos porque ellos “envenenaban las pozas de agua en nombre de su fe”, aun cuando pereciesen por la propia enfermedad. Casi un psicosocial de nuestros tiempos.

¡Que se vayan todos! Menos yo, claro. Soy el impoluto, toda la institucionalidad es culpable y se “salva” transitoriamente el que propone y adhiere al método asiático de la catapulta: echar fuera de nuestras ciudades y de la polis misma a los “corruptos” y a quien se oponga.

Y así el asunto lo hemos centrado —como ayer en los judíos— hoy en los políticos y los jueces. Empleando el método de la biomasa, usado por la Comisión de la Verdad para calcular el número de víctimas, resulta que todos son culpables.

Como tres cuartas partes de la población no sigue el reality de la corrupción porque trabaja, hay un Olimpo mediático que, habiendo adorado ayer al shogun, hoy se proclama justicieramente invicto para proponernos un nuevo “sistema de justicia” y —de taquito— una reforma política duradera y sustentable para el momento.

A propósito de la peste negra, todos se miraban con justa desconfianza entre sí, y algunos se aprovechaban de esa desconfianza para sus fines personales. Voces internacionales se suman a decir que la causa de todos nuestros males es la corrupción, cuando sabemos que la corrupción es un sedimento de la institucionalidad podrida y no la causa de ella.

En el mensaje presidencial no hubo ni una sola palabra respecto a la corrupción heredada en obras que han corroído la economía y en obras fantasmagóricas que pudieron y debieron paralizarse. Pero como son herencias sobre las que corren intereses y la salvaguarda presidencial, se optó por culpar a los “judíos”.

¿O acaso usted cree que el acuerdo Hamilton y la filtración sistemática de audios propiciará que empresarios y políticos corruptos no reclamen ante un Ministerio Público que ya vició todo el proceso? Todos terminarán argumentando que el sistema de justicia peruano no garantiza un debido proceso. Peor aún si todos los jueces son corruptos y deben irse. Ninguna instancia internacional aceptaría esos audios filtrados. ¡Ampay, me salvo y —aun cuando no use esas palabras— a todos mis “hermanitos del alma y del corazón”.

 

Eduardo Zapata
23 de agosto del 2018

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