Hugo Neira

La papa, el sector agropecuario, la comida chatarra

La fisura entre los que trabajan y los que gobiernan

La papa, el sector agropecuario, la comida chatarra
Hugo Neira
05 de febrero del 2018

 

El acontecimiento político de esta semana, a mi modesto parecer, ha sido y es todavía la marcha de los productores de papas. He leído el artículo de Jaime de Althaus y comparto lo central de sus afirmaciones: lo que ingresa de papa americana al mercado peruano es mínimo. Por otra parte, la tensión de la huelga está bajando, ya se ha llegado en algunos lugares a acuerdos. En una entrevista al presidente, que me parece que la hacía Raúl Vargas, contó que igual, en un reciente pasado, el Estado tuvo que comprar papas. Todo eso es verdad, pero el problema es mucho mayor. Tiene que ver con las modificaciones de la sociedad peruana en materia de gustos y consumos. Muchos comemos mucho, y mal.

En junio del 2006, la peruana Revista Agraria señalaba que el consumo per cápita de papas estaba en retroceso. Aumentan los derivados de trigo importado. Harinas, pan, fideos. Además de ese riesgo, mucho se consume la papa precocida y congelada que procede de Norteamérica. Y tenemos comida chatarra. Es impresionante el gusto por las papas fritas. Por mi parte, hace cincuenta años que no piso un McDonald’s. Comemos una comida que creemos que es un signo de clase media o acomodada cuando es la comida norteamericana para negros y blancos pobres (los hay), y que están no gordos, sino obesos. En la comida al paso en Europa el Big Mac no impresiona. En general, los peruanos solemos ingerir alimentos que nos parecen de calidad pero que provienen de la agroindustria mundial. Es decir, de animales que han recibido cantidades enormes de antibióticos.

De modo que, amable lector, si usted come carne roja que viene de bovinos de la mejor importación, está ingiriendo aureomicina. Pero no se preocupe, para los pescados se usa aureomicina y terramicina. ¿Y eso qué nos importa? Las bacterias —que se reproducen a cada minuto y se defienden con mutaciones— se han vuelto resistentes. Y usted está lleno de antibióticos que entran por la boca y no por un pinchazo. Cuanto más «modernos» nos volvemos, más estamos expuestos a los riesgos de la aldea global. Hay que informarse. Hay países en los que el gobierno edita guías para la buena alimentación de la gente. Fernando Eguren señalaba, en Revista Agraria, el plan que en Brasil han establecido para evitar los alimentos que llamamos “procesados”. La cosa no es fácil, casi todos lo están.

Mi país, el Perú, está lleno de enigmas y situaciones paradójicas. Se tiene una de las mejores gastronomías del mundo, eso está claro. Y a la vez, en la mayoría de los hogares peruanos, se come mal. Lecciones de nutrición no las hay en cursos en los colegios, ni programas de televisión que no compitan en quién lo hace mejor, sino que expliquen cómo hacerlo simple y sano. Por lo general están hechos para amas de casas desocupadas o con sirvientas. Nada para la mujer que labora y necesita de recetas sencillas. La presión de la moda y la uniformidad de los gustos que produce la aldea global ya muestra sus efectos perversos en nuestra sociedad. Cada vez se ve más gente obesa, incluyendo niños. Nos estamos volviendo norteamericanos, pero no de esos que van a buenos restaurantes, sino de la clase baja, muy baja, que no tiene sino dos dólares para comer, y se zampa todo lo que no solo no nutre, sino mata.

Volviendo al agro peruano. ¿Sabe el amable lector que cuando se mide la situación de pobreza es el agro el que más rápidamente está evolucionando? Parece mentira, pero cuando se ha medido la pobreza en el 2008 y se la ha comparado con la del 2013, la parte urbana cayó en un 16.1% y en el campo, 48%. Hay 3.76 millones de peruanos ocupados en los hogares agropecuarios (2013). Más que comercio, transportes o manufactura. Miguel Ángel Pintado, que es el autor del artículo del que extraigo esta información, se pregunta por qué los agropobres mejoran más rápidamente. O sea, por qué arriban a mejores ingresos. Y esto desalentaría a nuestros economistas liberales, sin inversiones en infraestructura vial. Y a nuestros socialistas, sin programas sociales. El motor de ese cambio lo entiende el antropólogo y el sociólogo. La respuesta: el trabajo agropecuario les sirve de base para ganar dinero en otras ocupaciones. Lo que los hace progresar son prácticas no visibles (¡!) El estudio se encuentra en Revista Agraria, agosto de 2014.

En suma, gran parte de los peruanos rurales trabaja y a duras penas progresa —diversos empleos, otros ingresos—, millones de peruanos indiferentes a la supraestructura política. Y en Lima, que si el indulto, que si la Corte de San José, que si Kenji, que si Keiko, que si las dos izquierdas, que si la Fiscalía, y un largo etcétera. Por lo poco que comienzo a percibir en este viaje de estudios, el Perú es donde casi no hay relaciones entre clase política y país productor. Salvo a la hora del voto o si se necesita un pasaporte. En una sociedad tan fragmentada, ¿qué política es posible en donde prácticamente no hay clases, sino una suerte de refugios comunitarios? Desde el banquero al mototaxista, incluyendo al académico que en sus citas solo pone a sus amigos.

Hay una fisura entre quienes trabajan y los que creen que gobiernan. ¿País, nación, valores en común? Salvo la Iglesia, militares y ciertas islas de ciudadanía, es como si viviéramos en era de caudillos en inicios de la República —La Mar, Gamarra, Salaverry, Orbegoso— y que destrozaron económicamente con sus guerras el país. «Las ínfimas rencillas, negociadores enriquecidos, los enredos personalistas», parece lo actual, y no es sino el caos posterior a Bolívar y San Martín resumido brillantemente por Riva-Agüero cuando joven. Pero en el XIX llegó el auge del guano. Y a nosotros, ¿qué guano nos espera?

 

Hugo Neira
05 de febrero del 2018

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