César Félix Sánchez

La muerte exagerada de Pedro Castillo

Reflexiones sobre el colapso del Estado peruano

La muerte exagerada de Pedro Castillo
César Félix Sánchez
17 de octubre del 2022


En estos días nuestro país se ha convertido en una suerte de
ens rationis donde todo puede suceder. Según el organismo estatal que tiene la función de custodiar la identidad de los ciudadanos, el presidente Pedro Castillo murió decapitado en Palacio de Gobierno hace algunos días. Y su compadre Alejandro Sánchez, dueño de la ya famosa casa de Sarratea, se habría suicidado en Chota, quizás arrastrado por una tristeza insuperable. Por algún tiempo, entonces, Pedro Castillo estaba muerto según el Estado peruano. 

El único problema es que, de acuerdo a la evidencia sensible más inmediata y los testimonios de diversos autores prestigiosos, el presidente sigue vivo aún y con la cabeza en su sitio, al menos físicamente. Su compadre, por su parte, también estaría vivo; quizá más vivo que nadie, porque se ha dado a la fuga. La realidad imita a la ficción y parece que, como el ambiguo pollo de su recordada fábula, el Esopo presidencial también se encontró en la situación de ver su vida puesta en duda, pero ya no por un palomilla cualquiera, sino por los organismos estatales.

El mismo Estado a quien le debemos de creer –no nos queda de otra.. respecto de que lo que tengo ahora en mi bolsillo no es una variante extraña e incómoda del papel higiénico sino un billete de veinte soles, y que nos aseguró en todos los idiomas posibles que el exdifunto chotano ganó las elecciones, lo ha declarado erróneamente muerto. En el Perú, el Estado parece ser el Dios-en-la-historia hegeliano, el Dios-real hobbesiano, y quita la vida de quien le plazca con tal omnipotencia que ni siquiera tiene necesidad de recurrir a la pena de muerte. Y si puede quitar la vida, puede también darla: quizás incluso miles de resucitados en sus cuerpos gloriosos votaron en las últimas elecciones presidenciales. A lo mejor hasta llegaron a sus mesas en la ambulancia electoral de Puente Piedra.

¿Qué nos espera, entonces? Si una oficina pública de tal importancia se presta para tan grotesco espectáculo de vulneración y precariedad, pues quizás no queda más que aguardar el creciente socavamiento de toda suerte de autoridad moral o incluso meramente material por parte del aparato público y la llegada de la anomia. Eso sí, no dejará de haber material para la farsa y la chirigota voluntarias e involuntarias. Por lo menos hasta que lleguen los fusilamientos antaurinos.

Y cuando lleguen, quiera Dios que nos toque, luego de recibir los últimos sacramentos, la posibilidad de repetir las mismas últimas palabras del gran Pedro Muñoz Seca, fusilado extrajudicialmente por los defensores de los derechos humanos y la democracia a las afueras de Madrid en 1936: «Podéis quitarme mi hacienda, mi patria, mi fortuna e incluso –como estáis por hacer– mi vida. Pero hay una cosa que no podéis quitarme: ¡El miedo que tengo ahora mismo!».

César Félix Sánchez
17 de octubre del 2022

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