Raúl Mendoza Cánepa
La imagen es todo
Percepciones que se construyen y destruyen en la campaña
La política es percepción. Son los mejores magos (manipuladores en sustancia) los que tienen las mayores opciones de ganar. Por desgracia (subraye “desgracia”), en la contienda política poco importa lo que el candidato “es”. Lo que tiene real efecto es lo que el candidato “hace creer” que es.
Las redes sociales, las encuestadoras y la prensa se prestan a esta guerra de percepciones. Veía hace unos días una fotografía trucada e inverosímil de Verónika Mendoza sentada junto a Abimael Guzmán. No solo era impropio el montaje, sino tan burdo e irreal que insultaba a la inteligencia. Digo, tan fáciles son algunos montajes, que parecen salir de las propias manos de los simpatizantes del candidato, porque nada favorece más al político que la propia victimización. Una pedrada al ojo de un candidato en un mitin (tirada top secret por un colaborador) produce una episódica lesión, pero, a la vez, representa varios miles o millones de votos a favor.
Desde luego que no faltan los que pretenden ridiculizar la imagen del rival extremando características irrelevantes. La frialdad de un político puede ser objeto de caricaturización. Cuando el ojo se detiene en demasía y las pantallas repiten el gesto de Barnechea rechazando un sombrero o denostando de un mercadillo, lo que buscan es jugar con la imagen del candidato manipulando deliberadamente el mensaje. Lo fácil es que estas escenas brevísimas sean extraídas de su real contexto, escondiendo el hecho de que, por ejemplo, quien le extendía el sombrero a Barnechea era de su séquito o que en el mercadillo ocurrieron algunos hechos que condicionaban un gesto de desagrado como reacción frente a una provocación. Picarse es fatal.
El poder real lo tienen quienes te “hacen creer”. Una regla de los manipuladores es asumir que todos somos estúpidos y que tendemos a tragarnos las mentiras. Lamentablemente casi siempre es así. Goebbels fue el precursor de la técnica de la mentira fácil. Esta se convierte en una verdad inconmovible.
Los genios de la imagen juegan con los gestos, no se pierden un solo tic. Saben que son los gestos los que elevan, pero también demuelen la imagen del político. El “no firmo” de Leguía, las correrías de Piérola frente a los ingleses en el Huáscar o el manguerazo de Belaunde fecundaron; pero hay gestos, inclusive nimios, con tanta fuerza dinamitera que destruyen a un candidato. Algunos políticos colaboran con su propia demolición. Enfocar el rostro ofuscado de un candidato para “hacer creer” que se desquició (y dejarse ver), “hacer creer” que un candidato reconoce que la vejez es su lastre o que una candidata se asquea por besar una mejilla son escenas instantáneas que “se transmiten” maliciosamente como una actitud general, desenganchadas del contexto de la foto o el video y del antes o el después. Por lo que fuera, hasta las nimiedades tienen un peso fundamental en la percepción, siempre más veloz e impresionable que la razón.
La guerra política es una guerra de imagen, solo los políticos no se dan cuenta, tanto que muchas veces la propia víctima es la que colabora, obsequiándole al pelotón los rifles con los que finalmente la han de fusilar.
Por Raúl Mendoza Cánepa
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