Darío Enríquez

La fatal arrogancia que infecta a los libertarios

De cómo un disfuerzo ideológico genera la destrucción de la sociedad

La fatal arrogancia que infecta a los libertarios
Darío Enríquez
27 de julio del 2022


Ya no existe duda alguna de que vivimos en estos tiempos una gran batalla cultural. Es justamente en el campo de la cultura que el posmodernismo (neomarxista y falso progresista) ha fijado el escenario de esta contienda. Con ella, pretenden imponernos el pensamiento único estatista salvaje, pulverizando nuestras preciadas libertades humanas en nombre de un falaz bien común que solo ellos definen.

Algunos libertarios desavisados caen paradójicamente en la fatal arrogancia del economicismo libertario extendido a lo sociocultural. Creen que la destrucción creativa como dinámica virtuosa puede aplicarse tanto en la economía como en la sociedad. Este principio de mercado favorece el proceso de mejora continua, mediante la desaparición de unas empresas para que prevalezcan otras, las mejores. Revisen sus premisas.

Hay dos problemas graves cuando se pretende que el principio de destrucción creativa se aplique a lo social. Ya en economía supone una especial dificultad el “tiempo de ajuste” en la transición que se da en el proceso de destrucción creativa. En lo social, esa transición es mucho más lenta y compleja. Además, es fácil constatar, por simple inspección, que en el mundo posmoderno se está agrediendo sistemáticamente a la institución familiar, elemento central de una sociedad civilizada. Su sustitución por un Estado cada vez más grande y poderoso, somete a los ciudadanos y pulveriza sus libertades. Por eso en lo social, el libertarismo tiende a opciones de cambio progresivo, espontáneo y libre, como el que reconoce el pensamiento conservador, no al constructivismo social estatista que caracteriza a los posmodernos y falsos progresistas.

Desde un libertarismo anticlerical y economicista, no se hace otra cosa que servir al estatismo salvaje. No hay una sola de las causas del falso progresismo que no implique, más temprano que tarde, mayor estado y menores libertades. Pero ese libertarismo anticlerical y economicista las apoya todas ciegamente. Y cuando se opone, en principio correctamente, como en el caso de términos que el posmodernismo ha sabido vaciar de contenido o satanizar por sus implicancias a favor de la libertad, ese libertarismo anticlerical y economicista no sabe hacerle frente, y se convierte en la “oposición perfecta” para validarse y crecer.

En la satanización de unos términos o en la glorificación de otros, el libertarismo anticlerical y economicista comete el inexcusable error de mantenerse en sus trece, inclinando esta batalla cultural a favor de los posmodernistas. Eso se debe a que tienen una visión tubular, no procesan la filosofía con vistas a la realidad. El egoísmo es un vicio y no una virtud. Aunque Ayn Rand haya defendido brillantemente el egoísmo como virtud, debemos comunicarnos con eficacia. Hay que usar términos que transmitan mucho mejor lo que proponemos. Por eso es mucho mejor usar “autoestima” para explicar cómo así la virtud de valorarse a sí mismo no solo es consustancial al ser humano, sino que además procura beneficio a otros. Todos ganamos. 

Nuestros libertarios tubulares también caen en la tentación de satanizar el altruismo, por ser contrario al egoísmo que ellos adoran. Es inútil. El altruismo es una virtud, solo debemos precisar que deja de serlo si se propone como obligación material y legal. Debe ser estrictamente expresión de la voluntad y, por lo tanto, afín a nuestras libertades. Pero pretender satanizar el altruismo es absurdo y torpe.

También acontece con la palabra “redistribución”. En un mundo donde mucha gente aún no puede satisfacer necesidades básicas, no es admisible que se critique la redistribución desde el miope economicismo. Una batalla perdida. Es necesario que haya redistribución de riqueza. Lo importante es proponer mecanismos sostenibles en el tiempo para tal redistribución, y que no impliquen una posible agresión contra nuestros derechos fundamentales de vida, libertad y propiedad. Que tampoco sigan el camino de “pichicatear” la dinámica económica y social, para luego cosechar una resaca infernal. La mejor redistribución es la que procura, facilita y protege la inversión privada a gran escala, generando empleos de alta calidad. A eso debemos apuntar.

En principio, el individuo es el valor supremo y sin él es inútil cualquier construcción social virtuosa. Pero no podemos quedarnos solo en ello. Los seres humanos no somos solamente algo en singular, sino que jugamos roles diversos y en cada uno de ellos interactuamos con el mundo. Desde ese momento, el concepto de individuo debe asociarse al rol pertinente y el "submundo" al que refiere. Para algunos roles, el individuo prima, para otros la familia es la unidad mínima. Así podemos seguir. Solo debemos remitirnos a la realidad. Lo fundamental es nuestra libertad, expresada según los roles y siempre voluntariamente, nunca sometidos a violencia física real o inminente. Por eso el padre y la madre no abandonan al bebé que aún no se vale por sí mismo, incluso con sacrificio. No porque se desprecien a sí mismos en tanto individuos, sino porque en ese rol, la familia es la unidad mínima e irreductible de individualidad. Si el pensador ignora la realidad, se aleja de la verdad.

La visión tubular del libertarismo anticlerical y economicista, impide apreciar la complejidad del individuo e incluso su predisposición biológica y genética para jugar roles. Nuestro mundo se subdivide en innumerables bloques espacio-tiempo en el que desplegamos diversos roles, queramos o no. Desde una visión tubular, eso no se aprecia. Desde una visión bidimensional, el volumen es imposible. 

Ese libertarismo anticlerical y economicista critica al agnosticismo y lo califica de ser un “error epistemológico”. El agnosticismo no es un error, sino una confirmación epistemológica desde la ciencia y en contra de la fatal arrogancia: "No sé" es la verdad humana más importante y se requiere tanto nobleza como honestidad intelectual para decirlo a viva voz.

Yo soy creyente y creo en Dios, no en “las religiones”. Racionalmente, el mundo físico en el que vivimos sería imposible sin una entidad "externa" que esté por encima de las leyes naturales que lo definen. Hasta allí llegamos, pues "no sé" quién es ni cómo es, salvo que su "física natural" es diferente a la de nuestro mundo. Desde la fe, hay quienes creen que esa entidad se manifestó a hombres antiguos, nos legó reglas de vida y sigue interviniendo en nuestro cotidiano. Cada quien con lo suyo. Desde la ciencia soy agnóstico, desde la fe soy creyente. 

En esa línea, algunos filósofos (libertarios) anticlericales pregonan “Dios no existe” y aducen que no tienen nada que probar porque "los negativos no se prueban". Falacia monumental. Basta cambiar la formulación gramatical. Frente a "Dios no existe" yo puedo decir "El Azar como principio creador NO existe" ¿Entonces? El tercio excluido nos lleva por caminos extraños. Eso de "no se prueban los negativos" es un error elemental, que proviene de no procesar correctamente las tablas lógicas. Con la operación lógica "implica", una V implica F pero F no implica V. De este elemento lógico-matemático se deriva el error de “los negativos no se prueban”.

Darío Enríquez
27 de julio del 2022

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