Carlos Adrianzén
La economía peruana poscoronavirus
¿Qué tanto se limitará nuestra libertad?
Es probable que algún día veamos luz al final de este túnel. Algunos anticipan que pronto, otros que no tanto. Algunos murmuran que el nuevo escenario no será nada cercano al previo; pero eso hoy no lo sabemos. La crisis está en desarrollo. El pasado está repleto de pandemias de las que hoy solo se ocupan ciertos especialistas, en libros de efímera actualidad. Lo concreto implica que la pandemia ha cambiado nuestra forma de vida y que el proceso de aparición de algún tratamiento o vacuna exitosa, o la desaparición endógena del virus, alterará por un buen tiempo el statu quo.
En la tarea de enfocar cómo podría evolucionar nuestra economía, es útil recordar lo que ya ha implicado la distribución global del virus de marras. En nuestro país, sus efectos a la fecha incluirían a cientos de miles de infectados y la caída profunda del PBI peruano en marzo (-3.5%) y en junio (-30.2%) pasados. En esta materia, el punto de partida implica recordar que la pandemia se explica por el estrepitoso fracaso de las burocracias de salud pública globales y nacionales. La pandemia pudo y debió ser evitada. De hecho, fue advertida reiteradamente por muchos empresarios, burócratas y especialistas. Y es importante ponderar hoy que muchas de estas advertencias mantienen su relevancia frente a futuros virus. Por lo tanto, una primera inferencia aquí implica la perentoria necesidad de contar con esquemas de salud privados o privatizados a todo nivel.
Los servicios de salud pública, como los de justicia o los de seguridad ciudadana, no son necesariamente hoy bienes públicos. Tanto muchos servicios de salud pueden estar disponibles para todos, cuanto su uso puede ser sustraído del uso de otros. Los sofisticados servicios de salud a los que accede un billonario o un dictador no son los mismos a los que accede usted o un habitante pobre de Canto Grande. Hoy por hoy –e ideologías afuera– resultan mayoritaria y básicamente bienes privados que cada quien deberá proveerse (profilaxis, terapias, vacunas o tratamientos).
Los llamados sistemas universales de salud han probado ser una mezcla de quimera con fracaso burocrático. Es tonto esperar que las burocracias aprendan. Solo las personas aprendemos. Lo anterior nos obliga a asignar un mayor margen de tiempo y de recursos económicos al cuidado de nuestra salud. Esto es válido para las personas, las comunidades, las empresas y las naciones. Nueva Zelanda, China o el Perú configuran casos emblemáticos de esto. Si usted vive en alguno de estos tres países su gasto en salud deberá ajustarse a la realidad que lo rodea. Y recuerde que –para los regímenes totalitarios– ciertos grupos poblacionales (por ejemplo: los infectados, vulnerables, embarazadas o mayores) son enemigos de la sociedad.
Este es un primer gran cambio que profundizará el trauma asociado a la pandemia. Sí, estimado lector. Vivir una pandemia traumatiza. Nos daña al obligarnos a vivir encerrados, temerosos a salir, expuestos a la manipulación social (por reglas gubernamentales) y mediática (en medios de comunicación y redes sociales). Hoy, vivimos ponderando el contagio, las mutaciones, la verosimilitud de la desatención y hasta el riesgo de salir a la calle o de abrir la puerta de su domicilio. Y cada día más. Individualmente, este ambiente desgasta. Alimenta por un lado la aversión al riesgo de las personas, burócratas y empresarios; mientras que por otro implica una mayor desutilidad marginal del trabajo. Y eso, a su vez, se refleja en el desencadenamiento de una megarrecesión, la depresión de la inversión privada y la explosión de la informalidad y su corolario: una mayor pobreza.
El lado político también golpea a la economía. Ho, las marchas de protesta menguan (implican infecciones masivas) mientras que las elecciones tenderán a ser electrónicas (es decir, mucho más manipuladas en entornos institucionalmente débiles). Esto embrolla la minimización de inversiones y deprime el producto potencial del país, mientras que enerva y multiplica lo subterráneo y la corrupción de los burócratas.
Sí. Bajo este nuevo statu quo, a mayor aparato estatal habrá mucha mayor corrupción burocrática. En él las elecciones electrónicas jugarán el aciago rol de válvulas de presión. Cambiando personajes desgastados, todo lo que resulte necesario. Después de todo, lo que más nos interesará aquí, personal o empresarialmente hablando, no será la verdad, ni el progreso: solo la supervivencia.
Luego de soportar meses o años bajo esta traumática situación, la economía peruana poscoronavirus nos hará diferentes. Por un buen tiempo cuando alguien tosa en un mercado, un teatro o la oficina nos aterrorizará. Estancados y más adversos al riesgo, resulta previsible que las migraciones globales resulten tremendamente limitadas. Así como que –por precaución o puras prácticas mercantilistas– las barreras al mercado de trabajo formal de ciertos segmentos poblacionales o al comercio exterior, se multipliquen. Será pues una recuperación incierta en la que la clave implicará cómo quedaremos al fin de todo esto. ¿Qué tanto se deprimirá nuestra libertad? Entonces sabremos si hemos interiorizado o no la principal lección de estas líneas.
Para la nación, la pregunta de fondo será similar a la planteada en Lima hace pocas semanas por el recientemente desaparecido filósofo norteamericano Jerry Gaus (*): ¿Caminaremos hacia una explosiva sociedad abierta o hacia otra deprimentemente cerrada?
* https://www.youtube.com/watch?v=uC69MRl_nkI
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