Raúl Mendoza Cánepa
La desvergüenza
No es fácil desmontar nuestra tolerancia a la corrupción
Si existe un modelo de “corrupción cero” es el de los países nórdicos. De alguna manera, me lo explicaba alguien que estuvo unos años por esas tierras (Dinamarca, Finlandia, Noruega), no solo son países incorruptos, sino que son los más ricos de la Tierra. La raíz: la cultura, el pacto social y la escasa competencia por los recursos.
Mientras que en el Perú un funcionario corrupto es estigmatizado y redimido por el olvido (a veces llega a algún espacio de poder), en aquellos remotos países no hace falta una legislación draconiana. El corrupto nunca vuelve a ser asimilado a su medio social, el estigma es imperecedero y se torna en una peste para sus vecinos, su familia y sus amigos. Ni el amor filial supera el menosprecio y la lejanía.
La no reinserción no la genera el derecho. En realidad, los legisladores la llevan fácil; no requieren de una legislación anticorrupción (no es tampoco un problema), es la sociedad la que se encarga. Y se encarga porque en cada habitante existe un chip implantado por la cultura, es casi un instinto de honestidad pura.
El gran problema en el Perú es que la sociedad tolera muy fácilmente la corrupción. Todo corrupto tiene la expectativa de la reinserción y del éxito. Algunos adquieren cargos públicos y hasta son premiados con el visto bueno de los millones de “Pepe el vivo” que pueblan y votan en nuestro país, donde la “pendejada”, la “sacada de vuelta”, el embuste y la mentira, son solo recursos. ¿Sabe lo que es un recurso? Un mecanismo para saltarse las vallas; porque en el Perú, además de carecer de una cultura anticorrupción, bregamos contra un Estado arbitrario y caprichoso y con decenas de otros ciudadanos que compiten a la mala por los mismos recursos, valiéndose de aviesos atajos.
¿Tan retorcidos somos comparados con los nórdicos? Quizás no le guste la respuesta. Cuando nos escandalizamos por la corrupción, olvidamos nuestras pequeñas faltas. La “aceitada”, incluso tiene una justificación “válida”, tanto que legitima la coima. Las reglas y la burocracia son irracionales, tornan en insuperables las vallas que se interponen entre nosotros y nuestra causa justa: fundar un negocio, saltarse al arbitrario fiscalizador municipal, evadir un impuesto abusivo, eludir reglas idiotas.
Si cree que la simplificación administrativa va a resolver una tradición instalada en la conciencia colectiva, se equivoca. Muchas prácticas “comprensibles”, aunque injustificadas, adquieren un valor moral propio. Aun desapareciendo el obstáculo, el ciudadano ya no percibe la naturaleza de su acción y la deshonestidad se torna en automatismo, tan arraigado en el subconsciente como los movimientos impensados que nos permiten abrir una puerta o empuñar el tenedor.
Una empresa o institución peruana buscará siempre su defensa o las maneras elegantes de justificarse. En Noruega los códigos de ética importan más que el dinero y que las relaciones comerciales. Como se lee en el editorial de Infobae del 5 de febrero del 2012, “el Fondo de Inversión Petrolera de Noruega, uno de los mayores del mundo, con 300,000 millones de dólares, asombró publicando en los principales medios mundiales en el 2007 una lista de trece empresas multinacionales de las que decidió retirar sus inversiones por prácticas reñidas con los valores éticos de la sociedad noruega”. Desde luego, nadie desea un impacto catastrófico en la economía, pero bien vale el ejemplo para graficar lo que es la ética nórdica, tan distinta a la latinoamericana. Sobre este caso The New York Times señaló: “En Noruega, el dinero sigue a la ética”.
No es fácil desmontar una tradición cultural que viene desde la colonia. El patrimonialismo del funcionario peruano es de vieja data y nuestra cultura —desde la raíz (la infancia)— se basa en el valor de los fines antes que en el de los medios (aquí nadie entiende cuando Camus sostiene que son los medios los que justifican los fines). Desde el niño que copia el examen hasta el que abusa de su fuerza. Los tramposos y abusadores serán los corruptos y tiranos del mañana.
Se ignora cuánto contribuye la honestidad con la riqueza; pero de que contribuye, contribuye. No es casual que los nórdicos encabecen también los rankings de riqueza social. Tenemos, desde las escuelas, un muy largo trecho por recorrer.
Por Raúl Mendoza Cánepa
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