Dante Bobadilla

La democracia sitiada

Por la inmoralidad en la prensa y en el sistema de justicia

La democracia sitiada
Dante Bobadilla
01 de mayo del 2019

 

Las confesiones de Atala sobre su rol como testaferro de Alan García confirman que en política no hay santos. Solo hay quienes son investigados hasta la muerte y quienes nunca lo son. Eso es la política peruana, en la que cada vez aumenta el número de candidatos y de partidos. Dudo mucho que eso sea una efervescencia de ciudadanía, una expresión de mayor conciencia social o de ansias de sacrificio por los demás. La mayoría no sabe nada de política, pero quieren entrar a la política. Es difícil tragarse el cuento de que tantos miles de ciudadanos están desesperados por servir a la comunidad, a su región o a su país. ¿Qué les atrae?

El único atractivo de la política es el poder y el control de fondos públicos. Eso significa que en política no hay santos, pero tampoco los hay en otros escenarios. Menos en la prensa y en el sistema de justicia, donde abundan los inmorales. En donde sea que exista una cuota de poder, por pequeña que sea, hay corrupción. No caigamos en el cuento de los que posan como indignados, señalando siempre hacia el mismo lado o a la misma persona. Ya quisiera invitarlos a tirar la primera piedra o a someterse a las investigaciones. Todos tienen rabo de paja. Y más aún tras Odebrecht, que prostituyó a diversos sectores, no solo a políticos.

Desde luego que lamento lo que ya se sabe de Alan García. Al contrario de otros, no soy de los que esperan el voto rural para ver si cambia el resultado electoral, ni de los que esperan los resultados de otros partidos para admitir que ya estamos eliminados. Me parece poco probable que las confesiones no sean ciertas, aun cuando sean difíciles de corroborar. Pero esto no es algo que me alegre ni que celebre, porque es una mala noticia para el país.

Si lo de Alan me entristece, aunque no me sorprenda, lo de sus detractores me asquea. Ver a toda esa jauría rabiosa de hienas hambrientas que se pasaron años persiguiéndolo sin tener nada más que infundios, resulta verdaderamente penoso. Verlos ahora felices y sacando pecho por su logro no es un espectáculo gratificante. Muchos celebraron su muerte y hoy bailan sobre su tumba. Yo creo que este espectáculo es aún peor que el de la corrupción de funcionarios. Si cogiera a cualquiera de estos indignados y los pusiera en un cargo, no pasaría ni un mes para que empezaran a caer en sus fechorías, porque de eso están hechos.

Aunque nunca fui un seguidor de Alan García siempre tuve que reconocer en él a uno de los pocos políticos cabales. Con él se podía discrepar alturadamente. Prefiero recordarlo como el político inteligente, culto y carismático que fue. Alan García nunca fue de esos payasos que gustan de posar como luchadores anticorrupción, de los que hacen de su campaña una cruzada moral, promoviendo la indignación popular para liderar la histeria y el linchamiento. Nunca se dedicó a crear confrontaciones con sus adversarios, nunca atentó contra la libertad de expresión ni pretendió erigirse en dictador. Fue ante todo un demócrata que soportó con ancha correa todas las críticas. Fue perseguido, pero nunca se convirtió en un perseguidor.

Más allá de sus grandes dotes personales, Alan García fue uno de los pocos estadistas de la política peruana, hoy repleta de improvisados e ignorantes. Esperemos que sus detractores y enemigos disfruten de su pequeña gloria al ver manchada la memoria de Alan García. Lo que les espera luego es un desesperante síndrome de abstinencia, cuando ya no tengan oficio que ejercer ni nadie a quien denigrar o lapidar.

 

Dante Bobadilla
01 de mayo del 2019

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