Dante Bobadilla

La democracia fallida

Quebrada por el odio y los valores posmodernos

La democracia fallida
Dante Bobadilla
27 de noviembre del 2019


La democracia es básicamente un período del desarrollo humano en sociedad. Esto significa que no se alcanza solo por una declaración en la Constitución, como lo hace Corea del Norte. La Constitución podría incluso declarar al país como una república del primer mundo, y eso no cambiaría un ápice su realidad. Por eso mismo carece de sentido esta pasión insana por el cambio de la Constitución.

Estudios antropológicos han descubierto que los nativos tienden a copiar los actos de los foráneos, convencidos de que eso los hará iguales. Pero como dice el dicho: aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Lo mismo ocurre con nuestros pueblos aún bastante primitivos, que pretenden plasmar las maravillas de un mundo soñado en su Constitución, convencidos de que basta eso para transformarse en país civilizado. Igualmente, culpan a la Constitución de los males que los aquejan, como si fuera una maldición de los dioses a quienes se debe complacer cambiándola.

Las democracias en Latinoamérica no han sido acechadas por potencias extranjeras sino por salvajes nativos que pretendían luchar contra los demonios para liberar al pueblo y fundar la tierra prometida. Después de Cuba, incendiaron la pradera latinoamericana cubriéndola de sangre por tres décadas. Hoy los salvajes del nuevo milenio repiten la historia de terror en Chile, destruyendo todo lo que pueden, pero sin doctrina, programa ni liderazgo. Es pura histeria colectiva infantil sin freno.

Para los seres humanos la realidad es básicamente lo que tienen en sus mentes. La realidad no ingresa solo como señales físicas del medio ambiente sino como narrativa semántica desde la cultura. Por eso es tan importante el control de los medios y la educación. Al final, para los seres humanos la realidad es lo que creen que es. Así de simple. Y aunque vivan rodeados de belleza, si los adoctrinan para odiar al mundo lo harán. Si les dicen que hay “desigualdad” y que ese es el principal de los problemas, lo creerán, así como se cree en dioses, en la eternidad o el pecado.

Hoy tenemos gurús enunciando verdades de pacotilla en los medios y vendiendo sebo de culebra como solución de nuestros supuestos males. Han inventado la desigualdad como el concepto estrella del nuevo evangelio, y ahora todos comulgan con ella. El típico idiota latinoamericano que culpaba a los EE.UU. de nuestro atraso y miseria, que predicaba el odio al imperialismo yanqui y pedía la estatización de las empresas, ha renovado su mensaje y su guerrilla. Hoy es una guerrilla cultural mediante una multitud de nuevos valores y conceptos que se esparcen con ayuda de organizaciones nacionales e internacionales, universidades y medios de prensa que se encargan del lavado cerebral de la sociedad, empezando por los jóvenes. El odio se ha focalizado en determinados aspectos históricos y ciertos sectores de la propia nación. 

Un ejército de misioneros predica el nuevo evangelio social en un novedoso lenguaje inclusivo, esparciendo los valores de la igualdad más radical. Son defensores del planeta, de los animales, los pueblos indígenas, las lenguas originarias, las culturas ancestrales, etc.; luchadores sociales contra la desigualdad, la violencia, el acoso, la desnutrición, la obesidad, la depresión, etc. Es una nueva religión que nos imponen su bondad mediante leyes coercitivas y amenazas penales, prohibiciones y obligaciones de todo tipo, cartelitos de no a la discriminación, vocabulario inclusivo y campañas de adoctrinamiento en el pensamiento correcto. 

El encanto de estos valores posmodernos gana adeptos fácilmente. No son pocos los que quieren pasar por defensores de todo lo lindo y bueno, y luchadores contra todos los males. Más bien se apuran en mostrar su rechazo (odio, en realidad) a las razas inferiores, como los sectores “conservadores” y herejes del evangelio progresista. Convocan a marchas fascistas para mostrar su público rechazo a los “malos” de la sociedad. Una vez más suelen ser intelectuales, artistas y jóvenes los actores de esta nueva historia que solo es la patética copia de viejas tragedias ya conocidas. 

Una vez más debemos salir al frente en defensa de la libertad del individuo (en especial de la libertad de pensamiento), de la propiedad que es fruto del trabajo, del derecho a la libre determinación y a la búsqueda de nuestra prosperidad y felicidad, sin interferencias del Estado, al que solo le reconocemos la tarea de resguardar el orden, la seguridad, la justicia y los derechos individuales. No es misión del Estado crear una “sociedad perfecta”, como lo afirman los evangelios progresistas, y a todo costo.

Dante Bobadilla
27 de noviembre del 2019

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