Francisco Swett

La demencia del gentío

Cuando la multitud se convierte en rebaño

La demencia del gentío
Francisco Swett
04 de noviembre del 2019


En su libro
Delirios colectivos y la demencia de los gentíos (Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds, por su título original) Charles Mackay sentencia que “los hombres, ha sido dicho correctamente, piensan como rebaño …[y como tal] pierden la conciencia individual, enloquecen, y recuperan la sanidad mental muy lentamente, uno por uno”. Se sospecha la existencia de un rincón del cerebro primitivo –el punto “C”, por colectivo– que es estimulado de manera puntual cuando entra en acción la conciencia colectiva. Es una reacción útil para los deportes, las cargas de caballería y las campañas políticas; pero de otra forma, es un peligro para el desarrollo del ser humano y, sostienen algunos, debería ser extraído quirúrgicamente.

La conciencia colectiva es ilusa e ignorante. En Santiago están los jóvenes que dicen ser los hijos putativos de Fidel, del Che y de Chávez, sin tener la menor idea de quienes se trata. En Ecuador los dirigentes indígenas actúan convencidos de que el Tahuantinsuyo está vigente; que no obstante que ellos representan uno de cada veinte ecuatorianos (ninguno en la Costa) tienen el mandato para establecer una república soviética andina y retornar al siglo XV, antes de que aparecieran los españoles. 

El delirio de las masas, sin embargo, no es meramente una expresión de estupor en la conducta colectiva; va acompañado de incitación a la violencia. Y es ahí donde se torna peligroso. Tanto en Santiago como en Quito las hordas han asimilado la conducta de la barbarie, pasando del saqueo y la destrucción a la agresión física con intento de asesinato. En Quito prendieron fuego a policías, secuestraron a militares, agredieron a periodistas, quemaron edificios públicos y los hijos de la Pacha Mama llegaron al punto de talar árboles centenarios para quemarlos por el mero afán de hacerse sentir. En Santiago, entretanto, se las tomaron con el metro, y hay que suponer que tienen una enorme preferencia por andar al aire libre, apiñados cual rebaños en baldes de camiones para llegar a sus lugares de trabajo, estudio u hogares.

En Chile quieren acabar con el sistema de ahorro individual para imponer uno de reparto como el ecuatoriano, que está quebrado. Pueden quejarse de que los sueldos y salarios son más bajos en Santiago que en Quito o Guayaquil, pero ocurre que en Ecuador seis de cada diez trabajadores no lo hacen en relación de dependencia pues, simplemente, no hay empleos. El engaño radica en los derechos y el Ecuador es una tierra de derechos para unos pocos. Los dirigentes indígenas proclaman en su plataforma económica que debe duplicarse el impuesto a la renta, impuesto que lo pagan siete de cada cien ciudadanos, y ninguno de los dirigentes que ni siquiera se incomodan en presentar sus declaraciones mientras viven como latifundistas y gamonales. No quieren minería pero quieren combustibles subsidiados; se sienten dueños del petróleo y prefieren sus carreteras de hormigón armado. Finalmente, en Chile el refugio de las estadísticas que muestran claramente el progreso económico da poco solaz frente a la realidad de unas profundas brechas sociales y económicas percibidas por los que sienten incomodados porque las urbanizaciones donde adquirieron sus viviendas financiadas por el Estado no tienen garajes para los dos vehículos que hoy poseen.

Los delirios colectivos son parte de la condición humana; pero hoy, más que nunca, con las comunicaciones instantáneas las falsas noticias y la propaganda de corte bakunista, la izquierda anárquica, experta como es en la venta de humo, propala sus mensajes de redención basándose en la destrucción total del orden establecido, en la creación del caos, la siembra del terror y el colapso de las economías. Cabe entonces preguntar: ¿qué hacen los gobiernos y las instituciones de la democracia frente a este ataque frontal? La respuesta corta es que la razón individual tiene una clara desventaja ante la insidia colectiva. Quienes profesan la libertad pecan por tener un exceso de fe en que las soluciones de la razón prevalecen. Cabe entonces aceptar que la libertad no es un bien gratuito, sino que hay que pelearlo no tan solo en el mercado, sino dentro del ente político. Contra la barbarie debe existir la inteligencia para ubicar los focos de sedición y anular las condiciones para la rebelión de las masas. Hay que tener mentalidad defensiva para extirpar el “punto C” de las amenazas colectivas, o alternativamente, sucumbir.

Francisco Swett
04 de noviembre del 2019

NOTICIAS RELACIONADAS >

Rojos versus Azules

Columnas

Rojos versus Azules

El elefante y el borrico son los símbolos de los partidos Repub...

31 de agosto
GAS: la evolución del capitalismo

Columnas

GAS: la evolución del capitalismo

El mundo ha cambiado, y la pandemia introdujo nuevas y anteriormente n...

24 de agosto
De Senectute

Columnas

De Senectute

Marco Tulio Cicerón (106 - 43 AEC) vivió hasta la edad m...

17 de agosto

COMENTARIOS