Heriberto Bustos
La coyuntura exige cambios en los partidos políticos
Se les pide ética, democracia interna y planes de acción
Mientras el Ejecutivo, en un escenario de crisis, toma la iniciativa para una serie de reformas, “poniendo contra la pared” al Legislativo, ocurre que los partidos políticos y los movimientos regionales, que cada cuatro o cinco años se vuelcan a las calles para lograr votos y erigirse —mediante elecciones— en representantes de los ciudadanos, prácticamente han desaparecido del escenario. Su silencio expresa la profunda debilidad ideológica y programática que en estos tiempos los caracteriza.
En su “reemplazo” vienen surgiendo una serie de movimientos sociales con mucha voluntad, con carencias organizativas y sin posibilidades de suplir a los partidos políticos. Cada día tomemos conocimiento de grandes movilizaciones que exigen el cierre del Congreso, la desaparición de los partidos políticos o la toma de decisiones sobre otras cuestiones, buscando que se resuelvan los grandes problemas del país con su sola exigencia.
Lo que en el fondo está en cuestión es el futuro de la democracia en el país. Es por ello que, en un escenario de altísima corrupción, se requiere apostar a reparar la política y ciertamente a los partidos. Para ello se considera, en primer término, que la democracia de masas solo puede funcionar como democracia representativa; vale decir, siendo elegidos para representar. Y en cualquier democracia son los partidos o movimientos regionales los únicos que participan en elecciones buscando su legitimidad y el control de la administración gubernamental. Y en segundo término, que estas funciones no pueden ser asumidas por las organizaciones de la sociedad civil. En suma, sin partidos no se puede organizar la democracia representativa.
Somos conscientes del aislamiento de los partidos con la problemática del país, y que de ser sostén de la democracia han pasado a constituirse en obstáculo. Por ello no resulta raro escuchar “¡Que se vayan los políticos!”. O proclamas por la despolitización, por la que se inclinan muchos probablemente interesados en el surgimiento de medidas autoritarias, así como en el empoderamiento de ideologías anarquistas.
Toda crisis hay que transformarla en oportunidades, y el momento actual se presta para que los partidos políticos asuman con seriedad el futuro del país. Es hora que empiecen a ser más responsables y que —tras entender que la coyuntura política no se reduce a correlaciones de fuerzas entre uno y otro poder— actúen, se hagan presente, que convoquen a la ciudadanía y ayuden a comprender la gravedad de la situación, y con propuestas convincentes. Mientras tanto, debemos ser cautos y no dejar de considerar el peligro que entraña la degeneración de nuestra débil democracia en oclocracia.
Vale señalar que estos tiempos, que son nuestros, reclaman a los partidos políticos organización, democracia interna, programa, plan de acción y, por encima de todo, una ética y moral sustentada en la honestidad. Es hora de que dejen de ocultarse tras el buen o mal funcionamiento de los poderes del Estado; es hora que asuman su responsabilidad, recordando que las ideas se combaten con ideas.
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